Mariano Rajoy, radioscopia de la quietud
20 de diciembre. Séptima planta del número 13 de la calle Génova. Mariano Rajoy analiza de manera exhaustiva los datos que van llegando. Los gráficos van arrojando una desastrosa pérdida de la mayoría absoluta. Muy cerca de él también hacen cuentas su ‘número dos’ en el partido, María Dolores de Cospedal, y su ‘mano derecha’ en La Moncloa, Jorge Moragas.
El PP baja hasta los 123 escaños, 63 menos que en 2011. Tan solo han pasado cuatro años, pero la historia de la política española ha cambiado radicalmente. Ya no hay un Gobierno socialista en quiebra como el de Zapatero, el bipartidismo parece algo vintage, el PP ha perdido su halo de nido de avezados economistas, los escándalos de corrupción corroen a sus principales divisiones territoriales, Podemos y Ciudadanos son una realidad parlamentaria.
Hasta sus oponentes -Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias, de PSOE, Ciudadanos y Unidos Podemos- son rostros nuevos y plantean, por tanto, un terreno desconocido para el veterano popular.
A lo único que se puede aferrar a partir de ese momento el líder del PP es a conservar La Moncloa a través de la gran coalición. La única opción que sale numéricamente y que, además, casa con algunos de los gobiernos a los que profesa admiración, como el alemán. Las mayorías absolutas se han esfumado, quizá la suya pasará a los libros de Historia como la última que vivió España.
Pero la primera opción de Rajoy no ha sido posible estos cuatro meses. Se suele quejar de las formas de Pedro Sánchez -político al que no soporta, no lo oculta-. “No”, le dijo el socialista poco después del 20-D. En Ferraz tienen la teoría de que un pacto con los populares supondría su ‘pasokización’.
UN NO 'REAL'
¿Qué hacer? El presidente del Gobierno es frío, tremendamente calculador, un estratega. Sus adversarios lo ridiculizan, en las redes sociales se le caricaturiza. Pero lo cierto es que el líder del PP ha salido de todas y, sin hacer grandes aspavientos, se ha librados de las piedras en sus zapatos. ¡Ay, Alberto Ruiz-Gallardón!
En estos seis meses ha vivido momentos casi dramáticos, de incertidumbre, en la oscuridad. En público solo hablaba de “sentido común” y de un Gobierno de reformas que dé certidumbre dentro y más allá de los Pirineos. En esto tremulosos días, el candidato popular tomó una de las decisiones con mayor calado y arriesgadas de su vida: decir ‘no’ al rey a presentarse a la sesión de investidura.
Este paso hacia atrás le supuso críticas exteriores y dentro de Génova. Esto provocó tensión con Zarzuela, con un nuevo rey sabiendo de que por primera vez este trámite era realmente importante. Dentro de sus filas los ejércitos prepararon filas, el líder había dejado campo libre al enemigo para que actuara.
¿Era el fin de Rajoy? Muchos creyeron que sí. Él demostraría luego que es un maestro en el arte de la supervivencia. Ahora tocaba aplicar una de sus estrategias más refinadas: la quietud. En todas las conversaciones entre populares aparecían quinielas sobre la sucesión. Nombres como Soraya Sáenz de Santamaría -de virtudes loadas, pero sin control del partido-, José Manuel García-Margallo -autoproclamándose como punta de lanza para una reforma constitucional-, Alberto Núñez Feijóo -el eterno aspirante, pero marcado por las fotografías que existen y las que pueden llegar-, Cristina Cifuentes -el valor emergente, aunque demasiado Ciudadana-, Pablo Casado -el joven renovador, pero tutelado por Aznar y Aguirre-, Alfonso Alonso -un hombre querido en el partido, pero que nunca disputaría el puesto a su amiga Sáenz de Santamaría-.
VER EL CADÁVER DE TU ENEMIGO PASAR
Rajoy miraba todo desde su despacho. A esperar. Su teoría pasaba por ver pasar el cadáver de Sánchez, al que no le saldrían los números. Mientras, seguían los nervios internos: el entorno de Sáenz de Santamaría chocaba con las reivindicaciones de limpieza de la nueva generación de vicesecretarios (Andrea Levy, Pablo Casado, Javier Maroto). A la vez se iban afianzando afianzado otras esferas de poder, como la de Fernando Martínez-Maíllo. El zamorano, hombre muy cercano a Javier Arenas, ha encontrado un buen sitio en Génova, y ha trabajado además de manera cómplice con Cospedal, con quien ha trabajado codo con codo en la elaboración de listas. El líder del PP es así, alrededor de él se mueven órbitas de dirigentes, que entre ellos chocan y se repelen. Nadie lo controla.
En el periodo de negociaciones y con la firma del pacto de El Abrazo, entre Sánchez y Albert Rivera, afloraron los “nervios y el miedo” en las filas del PP en el Congreso, según fuentes populares con asiento en la Cámara Baja. Se llegó a dudar de la estrategia escogida por su presidente. Se hablaba en los corrillos de la pérdida de poder. Pero los populares tienen en su ADN la disciplina, y nadie decidió moverse. Luego respiraron cuando el Congreso dijo por segunda vez ‘no’ al líder del PSOE.
Rajoy ha ido logrando placar su salida de La Moncloa, pero no ha forjado amistades de cara a pactos posteriores al 26-J. De hecho, estos meses han acrecentado la sensación de que no es la persona -según dicen PSOE, Ciudadanos y Podemos- que puede encabezar la nueva etapa política. Estos días ha visto cómo se derrumbaba casi el PP valenciano con la aparición de la operación Taula y la detención del expresidente de la Diputación de Valencia Alfonso Rus -”Yo te quiero, Alfonso, coño”, le decía en 2007-, y el caso de blanqueo de los concejales en la capital del Turia, que llevó a una situación de defenestración política a Rita Barberá. El PP ha añadido a su currículum el escándalo de José Manuel Soria por los papeles de Panamá y la filtración de las audios del ministro Jorge Fernández Díaz en los que conspiraba con el jefe de la Oficina Antifraude de Cataluña contra los partidos independentistas.
MI QUERIDA ESPAÑA
Rajoy sigue aplicando la quietud. Esperar. Cree que, al final, el PSOE se dará de bruces contra la pared. Llegará la presión internacional y podría haber hasta un cambio en el liderazgo de Ferraz. “La clave está en Andalucía”, comentaba tras las elecciones una de las personas de mayor confianza del presidente.
Eso sí, Rajoy se quedó quieto ante las cámaras, aunque tras el telón fue preparando esta repetición de las elecciones. Al primer ministro británico, David Cameron, le confesaba en febrero que lo más posible era que los españoles volvieran a las urnas en verano. Además, desplegó a sus vicesecretarios por toda la geografía nacional con la supuesta excusa de presidir las reuniones de las juntas autonómicas y provinciales.
Tras estos extraños meses, a Rajoy se le ve cómodo de campaña. Besos, abrazos, vinos, cervezas, paseos, caminatas. Su gran objetivo es la España rural. En la sala de máquinas de Génova tienen escrito en grande que quince millones de personas viven en municipios con menos de 20.000 habitantes.
En la campaña hemos visto cosas inéditas en Rajoy. Aceptó debatir con los otros tres candidatos -el 20-D solo lo hizo con Pedro Sánchez-. Y escapó vivo cuando muchos pensaban que los otros ‘número uno’ harían bloque contra él. Otra vez sobrevive. Además, ha accedido en la recta final a ser entrevistado en El Hormiguero, el mismo día que saltaba el escándalo de Fernández Díaz. Volvió a mostrar su virtuosidad con el inmovilismo. “No va a dimitir”, confesaba. Lo que sí nos ha enseñado es que se pone la cinta de correr a velocidad 7, con una inclinación de 4,5.
Rajoy sabe correr y quedarse quieto… cuando quiere.