El Jardín Florido del Museo Lázaro-Galdiano: un viaje en el tiempo sin salir del centro de Madrid
Visitar un museo es algo así como hacer un viaje en el tiempo. Los cuadros que penden de sus paredes y las esculturas expuestas en sus salas llevan a los visitantes directamente a otra época. Ocurre especialmente en las galerías que en su día albergaron otra vida, la de los dueños de las casas o palacetes que hoy son consolidadas salas de exposiciones.
Entrar en el Museo Lázaro-Galdiano, en el número 122 de la madrileña calle Serrano, es viajar a principios del siglo XX, los mismos años que en televisión vivimos con la serie Downton Abbey. El Palacete comenzó a construirse en 1903, poco después de que el coleccionista de arte José Lázaro-Galdiano se casase con la bonaerense Paula Florido, y las obras terminaron en 1908. Sin embargo la inauguración formal no fue hasta 1909 con la apertura del Jardín Florido, de cerca de 6.000 metros cuadrados, que debe su nombre a la mujer del coleccionista.
En la imagen de arriba: uno de los jarrones que decoraba la escalera principal a principios del siglo XX y la estatua de la primavera al fondo. Abajo: un lateral de la casa principal.
Hoy ese jardín mantiene la esencia de entonces, de hecho muchos de sus árboles se plantaron en vida de la pareja. "El jardín se modificó entre 2001-2004, cuando se hicieron las obras de rehabilitación del museo. Estaba bastante deteriorado y lo que se hizo fue encargárselo al estudio de la paisajista Carmen Añón y su hija Ana Luengo", explica Elena Hernando Gonzalo, directora de la Fundación Lázaro-Galdiano. "Lo que hicieron fue estudiar cómo se había construido el jardín y en qué principios se habían inspirado", en este caso los de la arquitectura paisajística francesa del finales del siglo XIX.
Este estilo también sirvió para realizar la selección de plantas, ya que las de entonces —elegidas por el paisajista de Turín Alfonso Spalla— ya no perduraban cuando se hizo la remodelación. "Se basaron en las fotos de nuestro archivo, en las plantas de las construcciones paisajísticas más de estilo francés que inglés, y en las plantas que estaban de moda en ese momento en Madrid". Así este jardín, con carácter histórico, recrea un jardín del siglo XX, con hortensias holandesas que ahora ya no se ven en Madrid o plantas de hoja negra como el ophiopogon nigra que estaban de moda.
El mismo plano del Jardín Florido con un siglo de diferencia.
El viaje en el tiempo se completa artísticamente. Lázaro-Galdiano era un gran coleccionista que almacenó más de 12.000 obras de arte en vida que nunca dejó de exhibir, también en su jardín. Igual que controló las obras del Palacete, por las que pasaron tres arquitectos, intervino en la disposición y decoración del Jardín Florido. "Todas las esculturas que hay son de cuando vivían José Lázaro y Paula Florido, aunque hay más que se han tenido que guardar porque estaban deterioradas", continúa Hernando Gonzalo.
Para este espacio, en que no se tiene constancia de que se organizasen fiestas privadas como sí se hace en la actualidad, encargó el busto de 12 césares, de los cuales hay tres a la vista, aunque no en la posición que ocupaban en 1909, y compró una Galatea italiana del siglo XVIII, que nunca se ha movido de su sitio. Junto a ésta había un haya centenario que se cayó hace unos años y que cada noche reaparece gracias a una intervención artística hecha en 2009 que proyecta su sombra luminosa sobre el torreón de la casa.
El torreón del palacete y frente a él el haya caído a principios del siglo XXI.
En 1909 las visitas entraban por la calle Claudio Coello, entonces una vía más prestigiosa que Serrano, y nada más acceder al jardín se encontraban con dos esculturas, que tampoco se han movido y que representan a la primavera, la que lleva un jarrón de agua, y al verano, la que lleva un haz de trigo. "Esa zona delante del pórtico de entrada se conoce hoy como el Jardín de las Estaciones. Parece extraño que sólo estén esas dos, porque lo normal es tener las cuatro estaciones pero si las tuvo en algún otro momento es muy difícil de saber", cuenta Carmen Espinosa, conservadora jefa de la Fundación.
En la imagen de arriba, un primer plano de la estatua de la primavera. En la de abajo: la Galatea italiana del siglo XVIII.
Frente a estas se ha colado uno de los dos jarrones que decoraban la escalera principal del jardín. El otro se ha tenido que guardar tras la rehabilitación. De todas esas obras retiradas del jardín sólo una se expone en el interior del museo. "Es una pila bautismal veneciana del siglo XIII que él tenía en el jardín y que en 1997 se decidió exponer en interior por ser una pieza que no podía estar en el jardín" continúa Espinosa, que hace hincapié en que sólo hay otra en España como esta pieza románica italiana y se conserva en el Museo Arqueológico de Madrid.