Señores europarlamentarios,"Sarah y Jihad podríamos ser nosotros"

Señores europarlamentarios,"Sarah y Jihad podríamos ser nosotros"

Carlota Ramírez

"Hemos sentido vergüenza al escuchar esto y acordarnos del escaso número de refugiados que han llegado a España hasta ahora (18 en seis meses). Sarah y Jihad podríamos ser cualquiera de nosotros". Este es el sentimiento con el que se queda un grupo de jóvenes españoles al escuchar a Sarah Mardini y a Jihad Suliman. Ella es siria, tiene 20 años y hace algo más de ocho meses estaba embarcando en un bote para siete personas, junto a otros veinte refugiados, para llegar de Turquía a Europa. Él es palestino, tiene 33 años y lo dejó todo en 2014, al darse cuenta de que si él y su familia no huían de Siria, morirían. Comenzaba así el peor viaje de su vida. Un trayecto que jamás podrán olvidar.

Sarah y Jihad cuentan su historia en una sala abarrotada de jóvenes de toda Europa en el Parlamento Europeo de Estrasburgo. "Es irónico que los miles de chavales que estamos aquí tengamos claro que hay que dar asilo a estas personas, que podemos hacerlo y que nos pongamos de acuerdo entre estas cuatro paredes. En estas sillas que normalmente ocupan los señores europarlamentarios que aún no han podido dar con una solución", dice uno de los chicos que ha escuchado la conferencia. Tiene 16 años y ha viajado al Parlamento este fin de semana para participar en el European Youth Event.

LA ANGUSTIA

Sarah comienza su relato ante una sala enmudecida. Aún se emociona al contarlo. Tiene que parar un par de veces su testimonio para coger aire y que no se le escapen las lágrimas. Aunque no funciona. "En mi país no había futuro", asegura. Salió de Damasco con su hermana menor, de 18 años, en un avión que las llevaría a Estambul. Allí cogió un autobús para llegar al lugar donde tenían que embarcarse. "Tardamos cuatro días en los que no teníamos apenas comida ni agua", recuerda. Está serena y sonríe a los que las escuchan. Incluso tiene humor para hacer alguna broma. "Al menos pudo coger un avión, otros no pueden", le susurra uno de los oyentes a su compañera.

Todos empezaron a gritar. Se vivieron escenas de terror

"Al embarcar tuve que decirle a mi hermana que si pasaba algo nadase, que no se parase a salvar a nadie", continúa Sarah. El motor de su barco falló a mitad del viaje, en medio de la oscuridad del mar. Un hombre cayó al agua y ella, que había sido socorrista antes de huir de Siria, se tiró al agua a ayudarle ante los ojos incrédulos del resto de pasajeros, "que no se podían creer que una mujer pudiese ser de gran ayuda en ese momento". "Todos empezaron a gritar. Se vivieron escenas de terror", recuerda.

La joven rompe a llorar cuando recuerda el momento en el que su hermana se tiró al agua junto a ella para intentar empujar el bote: "Tratábamos de salvar nuestras vidas y las de todas esas personas, pero al ver a mi hermana en el agua me inundó el miedo de perderla a ella". Después de varias horas empujando, llegaron a Lesbos (Grecia). Sarah critica la burocracia que tenían que hacer todos al llegar allí: "Para ir a cualquier sitio necesitabas papeles, pero después de muchos trámites conseguimos ir a Macedonia y de allí a Hungría". Destaca el cariño con el que los ciudadanos los recibían en las estaciones. No así el trato recibido en las fronteras: "Hasta que no llegamos a Alemania no nos sentimos bienvenidas".

Tras casi un mes de trayecto se instalaron en Berlín a la espera del resto de su familia, que siguió sus pasos semanas más tarde. Ahora ambas estudian y Sarah se ha sacado el curso de nadadora profesional. Además, colabora con ONGs como voluntaria para recibir a otros refugiados.

Morían civiles mientras andaban por la calle, por los morteros. Era terrible

Sentado en la misma mesa se encuentra Jihad. Actualmente vive en Alemania y ha podido reanudar su Máster en Comunicación. En su país era periodista, tenía trabajo, amigos, familia... Y lo dejó todo cuando su madre, sus hermanas y él se dieron cuenta de que debían huir. En 1998 su familia acabó en un campo de refugiados para palestinos en Siria, donde se encontraban 800.000 personas. "En 2012 el campamento se convirtió en un campo de batalla. Huyeron 600.000 personas en un mismo día. Nadie se puede imaginar eso... Pero esa carretera llena de tanta gente que sólo portaba una mochila y que huía de la violencia es una imagen que no se irá de mi cabeza hasta que muera". Hoy ese campo de refugiados esta tomado por Al Qaeda.

Fue en 2014, cuando empezaron a morir civiles (entre ellos amigos y familiares) y cuando Jihad, su madre, y sus hermanas dejaron atrás una vida entera. "Morían civiles mientras andaban por la calle, por los morteros. Era terrible". Su hermana más pequeña estudiaba Económicas y la otra trabajaba como arquitecta. "No teníamos pasaporte, y conseguir una visa era muy difícil así que fuimos ilegalmente a las fronteras, donde tuvieron que tapar con plásticos a las mujeres para que no les pasase nada". Se dirigieron a Esmirna (Turquía) donde trataron con los mafiosos para poder embarcarse a Grecia: "Los mafiosos son, a mi entender, las peores personas que existen en el mundo. No juegan con dinero, juegan con vidas".

Pensé: "No te han matado en la guerra de Siria y vas a morir en el agua"

El barco les llevaría a una de las islas griegas. Pero estaba roto. Y no lo supieron hasta estar en el mar. "Los hombres empujábamos el bote y las mujeres achicaban el agua que se metía dentro, hasta que todos caímos al agua", señala. Jihad sujetó a su madre, que no sabía nadar, hasta que llegaron los barcos de rescate griegos. "Casi nos pasan por encima porque, al ser de noche, no nos veían en el mar. En ese momento pensé: No te han matado en la guerra de Siria y vas a morir en el agua", dice con una sonrisa amarga.

DOS MESES DE CAMINO

Dejaron Siria el 11 de septiembre y llegaron a Alemania el 9 de noviembre. Casi dos meses de camino. "Quizá sí que hay una cosa que agradezco de este viaje: descubrí que mi madre y mis hermanas eran mujeres muy fuertes, y me descubrí a mi mismo". Ademas de acabar su máster, Jihad colabora en programas de integración para refugiados recién llegados.

Los oyentes, que son jóvenes de entre 16 y 30 años, les aplauden repetidas veces y piden la palabra para darles su apoyo. Un joven catalán les dice: "Que quede clara una cosa: Sois y deberíais ser bienvenidos, sin ninguna duda. Yo os doy la bienvenida". "¿Cómo podemos ayudaros?", pregunta otra chica, a lo que Sarah le responde que "dándonos voz, escuchándonos y con respeto. No queremos coches, casas etc... queremos integración y que se nos escuche".

"A veces nos pintan a los refugiados como alguien que viene a invadirnos, que vienen sin nada. Pero son gente que puede aportar cosas. Muchos de ellos saben más que todos nosotros", dice otro de los chicos. "Además, a muchos no les reconocen sus estudios, lo cual impide la integración plena. Todo lo que han hecho durante toda su vida no sirve para nada", añade una chica de 16 años.

"La mayoria no quieren venir, lo hacen para no morir. No sale tanta gente de su país y deja todo porque quieren", señala una voz al fondo de la sala. Sarah y Jihad asienten ante esta intervencion: "Es cierto. Y volveremos. Volveremos y lo reconstruiremos todo".