New Hampshire muestra a los votantes más divididos (e implicados) que nunca
Tras el cierre de urnas a las siete de la tarde, hora estadounidense, seguía habiendo largas colas en los colegios. Minutos antes, los simpatizantes de Bernie Sanders y Donald Trump seguían por las calles cazando votos de última hora que luego darían lugar a una amplia victoria para ambos.
Las autoridades habían predicho una afluencia de votantes récord. Y aunque las cifras no eran definitivas, todo apuntaba a que estaban en lo cierto.
El mensaje de New Hampshire es alto, claro y de dos caras. Uno: los estadounidenses están más divididos que nunca por ideología y partido político. Dos: los votantes se han involucrado profunda y apasionadamente en esta campaña, y es muy probable que se mantengan así a lo largo de 2016.
El resultado: Estados Unidos hace frente a unas elecciones llenas de contrastes y con una intensidad que no se experimentaba en décadas, probablemente desde la época de Vietnam en 1968. Si bien es cierto que en el año 2000 se produjo una importante polémica por los votos de Florida, la campaña de este año no tiene tanto que ver con el procedimiento como con el profundo contraste ideológico en un electorado comprometido de forma apasionada con el proceso.
Independientemente de si los amas o los odias, Trump y Sanders atraen a hordas de nuevos votantes y desafectos. Los simpatizantes de Sanders se ponen furiosos ante cualquier comparación entre los dos hombres; al fin y al cabo, Trump es una fuente de insultos racistas y pensamiento autoritario. Pero lo cierto es que los vencedores de New Hampshire están animando al electorado.
Sanders lo está consiguiendo sobre todo con los votantes jóvenes (a costa de Hillary Clinton), mientras que Trump lo está haciendo entre los votantes de clase media y media-baja que prefieren la visión déspota de un hombre de negocios a la respuesta de Sanders, que ofrece más gobierno.
En la esquina entre las calles de Mechanic y Elm en Manchester (New Hampshire), David Teer, voluntario en la campaña de Trump, apostado sobre un montón de nieve y con un puñado de pósters de su candidato, intenta convencer a un republicano indeciso para que vote por su hombre.
“Es un hombre de negocios, no un político”, dice Teed. Y se supone que eso es suficiente.
Bajando la calle, en la cafetería Reine, los simpatizantes de Sanders apoyados en la barra enseñan una cuchara de plástico que han pintado con la cara de su héroe.
“Viví en Austria unos años y vi lo que es la sanidad de verdad”, cuenta Meghann Louie-Heintal, de Derry. “Así que voy a votar por el sistema sanitario nacional que propone Bernie”.
Estos picos de contrastes muestran la otra cara de la intensidad y el interés: una fuerte fragmentación ideológica que rara vez se ha visto en la carrera presidencial estadounidense, que suele tender al centro.
Mientras que Iowa siempre trata de llegar al ala más extrema de los dos principales partidos, New Hampshire tiene fama de atraer a los votantes independientes no declarados y su mezcla de pensamiento libertario y mentalidad colectiva, que a menudo premia a los candidatos que tienden al centro.
Pero esta vez no ha sido así. Pese a que aún tienen un largo camino por delante (por no hablar de las elecciones en otoño), cabe destacar la fuerte polarización que se vivió anoche en New Hampshire.
Los sondeos a pie de urna, donde los reporteros entrevistan a los votantes, dan cuenta del grado de implicación y división al mismo tiempo.
Entre los republicanos, un 21% más que hace cuatro años se consideran “conservadores”. Entre los demócratas, se consideran “liberales” un 12% de votantes más que la última vez.
Dos terceras partes de los republicanos apoyan una prohibición temporal de la entrada de musulmanes al país, una idea rechazada masivamente por los demócratas. Cuatro de cada 10 republicanos quieren deportar a todos los inmigrantes indocumentados, frente al 10% de los demócratas. Está claro que Trump gana ahí.
Lo mismo ocurre con Sanders, que defiende una sanidad pública y universal, educación universitaria gratuita y otras medidas basadas en nuevos impuestos, que afectarían especialmente a los ricos.
La generación de demócratas dirigida por los Clinton se alejó en cambio de ese enfoque de gran Gobierno durante la ascendencia de Ronald Reagan y los de su rama. Pero esa era ya acabó y, aparentemente, las bases del Partido Demócrata quieren comprar la idea de que deberían plegar esta bandera.
Por más de un margen 2 a 1, los demócratas votaron aquí por un sistema sanitario de un sólo pagador, el Gobierno, pese al argumento de Hillary Clinton de que hacer esto sería tirar por la borda el progreso del Affordable Care Act (u Obamacare), que depende de la cooperación entre las empresas aseguradoras y farmacéuticas y el mercado privado.
Los republicanos parecen de algún modo motivados y enfadados por encima de todo, pero una amplia mayoría de votantes de ambos bandos dicen estar preocupados o “muy” preocupados por el estado de la economía en el país.
Como dijo un sabio político en 1992, “es la economía, estúpido”. Y parece que esta frase sigue estando vigente.
De momento, los votantes afirman que quieren o bien más gobierno (Sanders) o bien a un hombre de negocios autoritario (Trump).
Es la eterna cuestión.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano