El incendio que cambió a los jóvenes rumanos
Todavía siguen llegando flores frescas a las puertas de Colectiv, la sala de conciertos de Bucarest que ardió la noche del 30 de octubre y cambió a una generación de jóvenes rumanos. La fachada está cubierta con sesenta fotografías en blanco y negro, un retrato por cada joven que ese día asistió a Colectiv y no logró salir entre las llamas y el humo. El tiempo se ha detenido en aquel terrorífico viernes en la página de Facebook de Goodbye to Gravity, el grupo de heavy metal que esa noche eligió esta sala para lanzar su nuevo álbum y del que sólo sobrevive su cantante, pero muchas cosas han cambiado en Rumanía desde entonces, comenzando por su gobierno al completo.
El sol de Bucarest, en una mañana de diciembre, con luz y frío seco, recuerda al invierno en Madrid, si no fuera por esa mixtura entre grandeur, decadencia y modernidad que evoca esta ciudad que a principios del siglo XX era conocida
como la pequeña París. En las décadas posteriores, un fortísimo terremoto de escala IX en 1940, los bombardeos sufridos durante la II Guerra Mundial, la megalómana arquitectura comunista del dictador Nicolae Ceausescu –su legado incluye el Parlamento, el segundo edificio administrativo más grande del mundo - y la modernización tras la entrada de Rumanía en la UE en 2007 explican la singular atmósfera que se respira en esta capital situada a poco más de 200 Kilómetros del Mar Negro.
En el café M60 el mundo hispter se hace paso en Bucarest. Conversaciones cruzadas en inglés y rumano. Cosmopolitismo adornado con una pila de números del New Yorker en la estantería. En una mesa central reflexiona en español con voz baja Beatrice Soare, una periodista del canal de televisión ProTV. Su timidez esconde la dureza con la que la vida golpea. “La última vez que vine a este café lo hice con mi compañera de la tele Teodora Maftei. Después tuvo la mala suerte de ir aquella noche a Colectiv. Hay fotos de ella tomando fotografías en la primera fila. Fueron sus últimas”.
Beatrice Soare periodista del canal de televisión ProTV
Teodora fue trasladada a un hospital en Israel (han sido varios los países que han acudido a la llamada de auxilio de Rumanía para tratar a sus más de 200 heridos de Colectiv) pero no logró recuperarse.
La noche del incendio y los días posteriores, Bucarest vivió una imponente ola de solidaridad. Miles de ciudadanos acudieron a donar sangre, en tales cantidades que después los hospitales tuvieron dificultades para almacenarla en cámaras frigoríficas. La red social UBER proporcionaba viajes en coche gratis para quienes quisieran donar. Starbucks ofreció café; unos cuantos restaurantes comida. En la noche del 30 de octubre, la voluntad de ayudar se volvió contra algunos de los que en un primer momento lograron salir de Colectiv: regresaron de nuevo dentro para tratar de rescatar a otras víctimas. Pagaron con la vida su heroicidad.
Las protestas fueron sucediéndose conforme se iban conociendo más detalles sobre las circunstancias del incendio. Como resume el semanario británico The Economist, la tragedia del club Colectiv reúne tres elementos que han mermado el desarrollo de Rumanía en las últimas dos décadas: irresponsabilidad (el uso de elementos pirotécnicos en un sótano con decorados altamente inflamables), la incompetencia (Colectiv no tenía salidas de emergencia) y la corrupción (el local no había sido inspeccionado y no tenía las licencias apropiadas).
La corrupción es el asunto que más indigna a los rumanos. En 2014, la oficina anticorrupción investigó a 24 alcaldes, cinco parlamentarios, dos ex ministros y un ex primer ministro. Rumanía se encuentra a la cola de los países de la UE en el
índice de percepción sobre corrupción elaborado por Transparencia Internacional. “Colectiv nos ha abierto los ojos ante la realidad de que la corrupción puede llegar a causar heridas mortales… el soborno, el tráfico de influencias y las redes creadas entre los políticos causan desgracias, no solamente en el presupuesto del estado”, reflexiona Fiorella Belciu, joven politóloga que vive en Bruselas y no oculta el orgullo que siente por la forma en que su país ha reaccionado ante la catástrofe.
Dos días después del incendio, una manifestación espontánea juntó a miles de rumanos, sobre todo jóvenes, en las calles de Bucarest. Marcharon silenciosamente hasta Colectiv y encendieron algunas velas. “Nos quedamos con dolor y sin paz”, se puede leer en una de las pancartas que permanece colgada a las puertas de la sala. En la cabeza de muchos jóvenes suena el estribillo de una canción – ahora transformada en himno revolucionario – de Goodbye to Gravity: “el día que sucumbimos, ese día morimos”.
Flores en el lugar del incendio
La presión fue de tal magnitud que Victor Ponta, entonces el primer ministro de un gobierno socialista, dimitió a los tres días del incendio. Ponta no tenía responsabilidad directa en lo ocurrido, pero estaba muy debilitado – había perdido las elecciones presidenciales y también la presidencia de su propio partido. Su dimisión y las expectativas de la formación de un nuevo gobierno lograron aplacar las protestas. El presidente de la República, Klaus Iohannis, conservador, encargó a Dacian Ciolos, un tecnócrata con experiencia de primer nivel en la Unión Europea – fue comisario europeo de agricultura entre 2010 y 2014 – la formación de un nuevo gobierno independiente.
EL PODER DE LA PROTESTA
Los rumanos dominan como pocos pueblos el arte de la protesta. Su historia invita a sus gobernantes a tomarles en serio cuando salen a la calle. El policía que estos días custodia con mucho celo la puerta de Colectiv recuerda sin disimular su satisfacción que participó en la histórica manifestación del 21 de diciembre de 1989, día en que Ceausescu dio su último discurso en la plaza de la revolución y
trató de calmar a sus conciudadanos con todo tipo de promesas para mejorar sus vidas. Era demasiado tarde. La revolución ya había comenzado y el dictador, que trató de escapar del país en helicóptero, moriría ejecutado junto a su esposa cuatro días después.
En Rumanía se han producido protestas durante los últimos años – sobre todo en 2012 – pero la gran diferencia ahora es que, además de ser más numerosas, éstas han sido pacíficas y han contado con la simpatía de la mayoría de la población. Una pancarta de la plaza de la universidad resume los paralelismos entre Colectiv y la revolución que trajo la democracia: “En 1989 peleamos por la libertad; hoy luchamos por la justicia”. Claudiu Craciun, profesor de ciencia política y conocido activista en las protestas de Bucarest, tiene claras las similitudes: “Nuestra generación era muy joven en aquellos días. La revolución marcó a nuestros padres, cuando la democracia se hacía paso hace 25 años. Colectiv será el shock que va a marcar a nuestra generación para siempre”.
Claudiu Craciun, profesor de ciencia política
Colectiv prendió la llama de muchas demandas de la población durante años que no habían tenido un evento que las aglutinase. No son nuevos los anhelos de políticos mejor preparados - ajenos a cualquier sombra de corrupción -, la creación de una modernizada administración pública divorciada de las redes clientelares que la persiguen y una nueva ley electoral que facilite la entrada de nuevos partidos en el parlamento. ¿Supondrá Colectiv una gran ola modernizadora para el estado rumano?
El nuevo gobierno tiene una ambiciosa agenda reformista, pero es muy probable que no tenga tiempo para llevarla a cabo. Habrá elecciones parlamentarias en noviembre de este año y locales antes. Craciun, entre el humo del pub en donde conversamos – en Rumanía se puede fumar en muchos cafés, bares y restaurantes - es escéptico: “Es un gobierno tecnocrático, pero con un fondo
neoliberal y securitario importante. En el presupuesto que han aprobado nada más ponerse en marcha han aumentado el gasto para la policía, el ejército y los servicios secretos… Por otro lado la impotencia que nos produce la mediocridad de nuestros políticos no debería traducirse en el encumbramiento a ciegas de los tecnócratas, con las derivadas que ello podría suponer”.
Cinco décadas de comunismo y Guerra Fría han dejado una larga resaca en Rumanía y en tantos otros países del este de Europa. El profesor Craciun no esconde su perfil progresista – es miembro de la coalición para la integración de los refugiados y está satisfecho con el bajo nivel de rechazo a los inmigrantes que ha habido en Rumanía en estos meses críticos en Europa - pero alerta del estigma asociado a la izquierda en Rumanía. “En España las protestas que se desencadenaron tras la crisis, comenzando por los indignados en la Puerta del Sol y siguiendo con la emergencia política de Podemos, han tenido un carácter de izquierdas. Aquí la izquierda está estigmatizada. En Rumanía estas protestas tienen un transfondo asociado al centro-derecha. Quizás nuestras propias experiencias históricas, bajo la sombra de Franco y Ceausescu, condicionen el perfil sociológico de la rebeldía”.
Madalin Blidaru, presidente de la organización juvenil de MP
La ola de protestas tras la tragedia de Colectiv ha politizado a muchos jóvenes rumanos para los que la política era hasta ahora algo lejano y perteneciente al mundo de sus padres y abuelos. “Votar no es suficiente. Tengo la sensación de que debo contribuir a la sociedad después de lo que yo he recibido de ella”, inicia la conversación de este modo Andrei Vlasceanu, activista político de 22 años perteneciente a la organización juvenil del partido de centro-derecha MP, bajo la mirada de su presidente Madalin Blidaru, también de la misma edad. Adornado con una corbata roja, con cierto aire colegial, Vlasceanu habla con el reposo con que lo hacen los políticos mayores que él. Está decidido a que éstos les dejen paso a los jóvenes. “Hemos tenido unos representantes que han gobernado Rumanía durante 25 años. Ahora debemos dar un impulso joven”, concluye. Su organización cuenta con 30.000 militantes y ocho diputados en el Congreso.
Andrei Vlasceanu, activista político de 22 años
¿Por qué un incendio ha cambiado el panorama político de Rumania y ha sacudido a sus jóvenes? Vlasceanu tiene su propia respuesta: “Al principio la gente pensó que esto había sido una simple catástrofe pero entonces se produjo una gran marcha silenciosa convocada de manera espontánea, desencadenando una ola de solidaridad sin precedentes en nuestra historia moderna. La gente llevaba indignada bastante tiempo y Colectiv fue el catalizador. La catástrofe me ha hecho ver otra Rumanía”. Blidaru se muestra optimista con el nuevo gobierno: “Forman parte de él algunas personas que han participado en las protestas, es un primer paso”.
Como en tantas otras movilizaciones en la Unión Europea, en donde los partidos y los sindicatos han perdido peso en su capacidad de aglutinar y organizar la indignación, aquí también las redes sociales han jugado un papel fundamental. “Facebook para nosotros es todo, el periódico, el tiempo… La noche del incendio llegué a casa y abrí Facebook. Ha sido clave para organizarnos sin depender de grandes partidos”, remata Vlasceanu.
¿Lograrán los jóvenes rumanos convertir la protesta en el impulso modernizador que se propone su nuevo gobierno? En 2016, como nunca antes desde la llegada de la democracia, tendrán su gran oportunidad.