¿Por qué no podemos librarnos de los mosquitos?
En ninguna cena de verano faltan unos comensales que nunca son invitados, pero que se ceban a costa de los demás. Y si en nuestras latitudes los mosquitos no pasan de ser intrusos molestos, en climas tropicales son una preocupación mucho mayor por las múltiples enfermedades que transmiten, como la malaria, el dengue o la fiebre amarilla.
También son una amenaza para los viajeros: cada año se diagnostican unos 10.000 casos de malaria contraída durante unas vacaciones. Se han descrito más de 3.500 especies de mosquitos y, en la mayoría de los casos, son las hembras las que necesitan beber sangre como fuente de proteínas para sus huevos. Para muchas de ellas, los humanos somos la presa favorita. Pero ¿qué las atrae de nosotros?
Una pregunta tan aparentemente sencilla ha mantenido a los investigadores ocupados durante décadas. Desde los años 60 ha podido confirmarse que los mosquitos responden al olor de ciertas sustancias del sudor humano, como el ácido láctico y otros ácidos orgánicos, junto con el amonio y un compuesto volátil llamado sulcatona. Sin embargo, no es tan simple: otras investigaciones han mostrado además que los mosquitos navegan por el aire gracias al dióxido de carbono (CO2) que expulsamos al respirar, y que detectan el calor y la humedad de nuestro cuerpo.
En resumen, y pese a décadas de investigación, todavía no existe una idea precisa sobre cómo los mosquitos eligen a sus víctimas humanas.
VISTA, OLFATO Y CALOR
Un nuevo estudio viene ahora a poner un poco de orden en todo este batiburrillo. Investigadores del Instituto Tecnológico de California y de la Universidad de Washington (Estados Unidos) han analizado cómo se guían los mosquitos hacia las diferentes señales en un túnel de viento. Para ello han empleado hembras de la especie Aedes aegypti, el mosquito de la fiebre amarilla, primo del famoso mosquito tigre y actualmente erradicado en España.
Los científicos estudiaron las señales, juntas o por separado, para determinar la contribución de cada una de ellas y a qué distancias actúan. Según describen los investigadores en la revista Current Biology, todo empieza a unos 50 metros de distancia de nosotros; ese es el radio en el que los mosquitos son capaces de oler nuestra presencia por el CO2 de la respiración.
Esta señal que dispara la búsqueda de la presa no los guiará directamente hacia nosotros, pero les permite localizar dónde hay posibles fuentes de alimento, en especial cuando hay varias personas reunidas, todas ellas exhalando CO2.
El mosquito sigue el olor del gas contra el viento, ocasionalmente navegando en zigzag para determinar de dónde proviene. Durante su vuelo, permanece con la mirada atenta a su entorno, acercándose a examinar de cerca cualquier objeto que encuentra en su camino, y descartándolo si no detecta otro conjunto de pistas químicas y térmicas. Entre esos objetos estamos nosotros: el mosquito puede vernos desde unos 10 metros de distancia, pero para él, en principio, solo somos un elemento más del paisaje.
La cosa cambia cuando se acerca a inspeccionarnos. A unos 20 centímetros, el insecto ya detecta nuestro calor y sigue el rastro hacia la fuente. A medida que se aproxima y que la señal térmica se hace más fuerte, se olvida del CO2; la humedad de nuestro cuerpo y el olor a humano lo atraen hacia nosotros. “Esto podría dirigir a los mosquitos hacia un lugar de aterrizaje adecuado en la superficie del cuerpo, como los pies o los tobillos, en lugar de seguir el rastro de CO2 hacia la boca”, escriben los autores. Por fin, cuando ya se encuentra a unos tres centímetros de nuestra piel, todos los signos le confirman que somos su cena preferida; aterriza y pica.
Los investigadores explican que el mosquito utiliza un sofisticado sistema, perfeccionado a través de millones de años de evolución, para combinar e integrar información procedente de diferentes sentidos de cara a la toma de una decisión clave. “Nuestros experimentos sugieren que los mosquitos hembras hacen esto de una manera bastante elegante cuando buscan comida”, resume el director del estudio, Michael Dickinson. “Solo prestan atención a las señales visuales una vez que han detectado un olor que indica la presencia cercana de un hospedador. Esto ayuda a asegurar que no pierden el tiempo investigando falsos objetivos como rocas o vegetación”.
Tal vez alguien podría pensar que bastaría con no respirar, si tal cosa fuera posible, para estar a salvo de los mosquitos. Pero lo cierto es que el proceso descrito es el más habitual, aunque no necesariamente debe ocurrir en ese orden. Los investigadores comprobaron que, incluso en ausencia de CO2, los mosquitos se acercarán a examinar una señal térmica si casualmente se encuentran con ella. “La atracción a una señal visual y la atracción a un objeto caliente funcionan por separado”, aclara el primer autor del estudio, Floris van Breugel.
Por lo tanto, no estaríamos a salvo ni siquiera “si fuera posible aguantar la respiración indefinidamente”, escriben los autores. Incluso si pudiéramos hacernos invisibles o camuflarnos visualmente, “los mosquitos aún podrían localizarte siguiendo la huella de calor de tu cuerpo”. La estrategia de estos insectos es, en palabras de los científicos, “fastidiosamente robusta”.
¿POR QUÉ A MÍ?
Pero ¿por qué a mí?, se preguntará alguien. Incluso con todo el proceso anterior, la experiencia nos dice que no todos somos iguales ante los mosquitos. Hay quienes no reciben un solo picotazo, mientras que otros son objeto de un festín. Una creencia popular atribuye a los más acribillados la cualidad de tener una sangre más dulce, pero es solo un mito.
Varios estudios han llegado a conclusiones curiosas; por ejemplo, el hecho de que los mosquitos piquen menos a los niños que a sus padres podría deberse a algo tan sencillo como la diferencia en la masa corporal: a cuerpo más grande, más señales químicas. Pero también podría haber diferencias cualitativas en el olor: se ha descrito que el nivel de estrógenos en las mujeres influye en su grado de atractivo para los mosquitos, y las embarazadas son más propensas a recibir picotazos.
También la población microbiana de la piel influye en la química corporal y los mosquitos parecen preferir a los individuos con una menor diversidad de microorganismos. Se ha sugerido también que quienes no suelen recibir picaduras podrían poseer ciertas sustancias en su piel que actúan como defensa natural.
Un estudio reciente ha analizado las diferencias en cuán apetitosos son los humanos para los mosquitos utilizando un modelo ingenioso: 18 pares de gemelos idénticos, contra 19 pares de mellizos. Los resultados indican que, en el caso de los primeros, ambos gemelos resultan igual de atractivos para los insectos, ya sea mucho o poco; por el contrario, hay variaciones en el caso de los mellizos, que no son genéticamente más parecidos entre sí que cualquier pareja de hermanos.
Los investigadores concluyen que ciertos factores genéticos heredables influyen en el olor característico de cada persona y, por tanto, en su atractivo para los mosquitos.
¿PODEMOS EVITARLOS?
Las investigaciones sobre el sistema de rastreo de los mosquitos podrían ayudar a crear nuevos repelentes biológicos. Por el momento, los últimos estudios siguen dando la medalla de oro de la eficacia al más clásico de ellos, el DEET (N,N-dietil-meta-toluamida), desarrollado por el ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial.
Es seguro a partir de los dos meses de edad, y continúa siendo la opción más recomendada por el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) o el Centro Nacional y Red de Salud del Viajero del Reino Unido. Las concentraciones del producto varían entre las marcas (Relec, Goibi o Cusitrín), pero las versiones fuertes al 50% solo se aconsejan para países de riesgo. Otro repelente probado es la icaridina (Autan), creada por Bayer.
Algunos repelentes se clasifican como bioquímicos, ya sean extraídos de la naturaleza o fabricados pero funcionalmente idénticos a los naturales. Entre estos se incluyen la citronela y el IR3535 de la compañía Merck; este se emplea en las versiones infantiles de algunos productos, dado que no posee el fuerte olor ni el tacto grasiento del DEET.
Otro compuesto de origen natural es el aceite de eucalipto limón (Mosi-guard), también conocido como citriodiol o por su nombre químico, PMD. Según el CDC, no debe administrarse a niños menores de tres años. Por último la vainillina, ya sea natural o sintética, no se emplea por sí sola, pero añadida en una concentración del 5% al DEET o a la citronela aumenta el tiempo de protección.
Por lo demás, las autoridades sanitarias insisten en las medidas preventivas tradicionales, como las mosquiteras, mejor si están impregnadas con el insecticida permetrina. Y algo en lo que coinciden todos los estudios es la nula eficacia de los presuntos ahuyentadores electrónicos por ultrasonidos, que ahora incluso existen como apps para el móvil. No solo son completamente inútiles; ciertos estudios apuntan que los ultrasonidos producidos podrían ser perjudiciales para el ser humano.