Lo más terrible de la mente maravillosa: cuatro casos extremos de trastorno mental
John Nash no trató de silenciar su enfermedad mental. De hecho, a menudo manifestó su convicción de que sus logros intelectuales estaban confeccionados del mismo material que sus alucinaciones. “Las ideas que tenía sobre seres sobrenaturales me venían de la misma manera que mis ideas matemáticas. Así que las tomaba en serio”, afirmaba el matemático estadounidense en su biografía Una mente maravillosa, escrita en 1998 por Sylvia Nasar.
En los últimos años, antes de su fallecimiento en accidente de tráfico el pasado 23 de mayo, el matemático estadounidense y su mujer, Alicia, dedicaban parte de su tiempo al activismo relacionado con la enfermedad mental. Buena parte de la causa reside en su hijo John, que padece el mismo trastorno de su padre.
Nash es posiblemente hoy más conocido por su enfermedad que por sus contribuciones valedoras del premio Nobel de Economía. Así es el cine; la batalla del genio contra su propio cerebro era el argumento central de la película inspirada en el libro de Nasar. Ganadora de cuatro premios Óscar, la cinta dirigida por Ron Howard en 2001 popularizó en todo el mundo la figura del matemático tan brillante como torturado por su esquizofrenia paranoide.
La película fue aclamada por su retrato de la enfermedad mental, a pesar de que la forma elegida, mediante personajes imaginarios solo existentes a ojos de Nash, fuera un recurso narrativo sin paralelismo real en la vida del matemático. Pero por si alguien duda de la posibilidad de sufrir ilusiones tan complejas, he aquí cuatro muestras de lo más terrible que puede acecharnos en los rincones de un lugar tan maravilloso como la mente humana.
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John Nash y su mujer, en una imagen de archivo
OCHO AÑOS DE DÉJÀ VU
Todos hemos sentido alguna vez esa aberrante sensación de haber vivido antes algo que nos está ocurriendo en un preciso instante. Pero para la inmensa mayoría, es un momento fugaz que rápidamente se desvanece. No así para un hombre británico de 23 años, que lleva ocho años inmerso en un mundo en el que todo ya ha sucedido anteriormente.
Según publicaba en diciembre de 2014 un equipo de investigadores dirigido por Christine Wells, de la Universidad de Sheffield Hallam (Reino Unido), el paciente comenzó a experimentar los síntomas en 2007, poco después de su ingreso en la universidad. Tenía antecedentes de ansiedad y de trastorno obsesivo-compulsivo, pero de repente comenzó a sentir episodios de déjà vu que duraban minutos o se prolongaban mucho más.
En una ocasión, cuando estaba de vacaciones en un destino que ya había visitado, se sintió atrapado en un bucle temporal, una especie de Día de la Marmota sin fin. Y su decisión de consumir LSD no hizo sino empeorarlo; según relataban los especialistas en la revista Journal of Medical Case Reports, dejó de leer periódicos y revistas, y de ver la televisión o escuchar la radio, ya que lo sentía todo repetido, como si los medios estuvieran extrayendo los contenidos directamente de su memoria. Él sabía que sus presuntos recuerdos eran falsos, pero describía la experiencia como “muy aterradora”. Tras el examen, los médicos no encontraron anomalías neurológicas. La conclusión de Wells y sus colaboradores es sencillamente que el déjà vu aún es una gran incógnita para la ciencia.
EL HOMBRE QUE DISPARÓ A SU SEGUNDA CABEZA
En octubre de 1980, el Royal Melbourne Hospital (Australia) ingresó a un paciente de 39 años con una herida de bala del calibre 22 que le había atravesado la cabeza desde el paladar a la frente. Tuvo suerte de sobrevivir, pero lo realmente insólito sucedió cuando recuperó la suficiente consciencia como para ser entrevistado por los médicos.
Según relató el paciente, se había disparado él mismo con la intención de eliminar su segunda cabeza. “La otra cabeza se empeñaba en tratar de dominar mi cabeza normal, y yo no la dejaba”, declaró al doctor David Ames, que en 1984 publicó el caso en la revista British Journal of Psychiatry. “Se empeñaba en tratar de decirme que yo iba a perder, y yo dije, gilipolleces”. Finalmente decidió librarse de ella. En un principio pensó en emplear un hacha, pero se decantó por la pistola: seis tiros, de los cuales dos atravesaron su cabeza, la primera. Ames llamó a su trastorno bicefalia perceptual delusoria.
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Aunque el caso parezca extraído del guión de una película, no sería una comedia; el paciente estaba atravesando un verdadero infierno. En los seis años anteriores había recibido tratamiento psiquiátrico en varias ocasiones. Dos años antes, su mujer había muerto en un accidente de circulación cuando era él quien conducía. Más tarde apareció la segunda cabeza, que según el paciente pertenecía al ginecólogo de su mujer, con quien él sospechaba que ella mantenía una relación antes de su fallecimiento.
La cabeza le hablaba, pero no era la única voz: también escuchaba a Jesucristo y al patriarca Abraham conversando entre ellos y confirmándole que tenía una segunda cabeza. El paciente mejoró con un tratamiento contra la esquizofrenia, pero murió dos años después por una infección cerebral.
CARAS DE DRAGONES
Una mujer holandesa no podía observar las caras de otras personas durante largo tiempo. Cuando lo hacía, los rostros acababan transformándose en cabezas de dragón: “Podía percibir y reconocer caras reales, pero después de varios minutos se volvían negras, se alargaban, les salían orejas puntiagudas y un hocico prominente, y mostraban una piel reptiloide y enormes ojos de amarillo brillante, verde, azul o rojo”, escribían en noviembre de 2014 en la revista The Lancet los especialistas que trataron a la paciente.
La mujer, de 52 años, buscó tratamiento en julio de 2011, pero contó que había sufrido las alucinaciones durante toda su vida, varias veces al día. Y no se trataba solo de las caras de otras personas; los dragones aparecían también desde las paredes, los enchufes y la pantalla de su ordenador, y ni siquiera desaparecían en la oscuridad cuando se iba a dormir. La paciente fue diagnosticada de prosopometamorfopsia, un trastorno de la percepción posiblemente relacionado con la prosopagnosia o ceguera de las caras, que impide reconocer los rostros de otras personas y en el que está afectada una región del cerebro llamada giro fusiforme.
Los médicos no encontraron ninguna anomalía en los exámenes de la paciente, pero lograron tratarla con éxito con un medicamento contra la demencia llamado rivastigmina, que se emplea para ayudar a los enfermos de alzhéimer a reconocer a sus seres queridos. Gracias a este fármaco, la mujer ha conseguido normalizar su vida y mantener un trabajo durante los últimos tres años.
DOCTOR, SOY UN PERRO MUERTO
Uno de los trastornos mentales más extraños es el Síndrome de Cotard, también llamado Síndrome del Cadáver Andante. También es de los más descritos: en 1995 se publicó una revisión de cien casos.
Este raro desorden induce a quienes lo padecen a pensar que no existen, o que están muertos, o que sus órganos están podridos o han desaparecido. Aunque fue acuñado en 1880 por el neurólogo francés Jules Cotard, existe al menos un caso anterior descrito en 1788. A menudo los pacientes piden que los entierren, y si no reciben tratamiento adecuado pueden morir de inanición o acabar suicidándose; dado que creen estar muertos, piensan que no pueden morir.
Quizá el caso más intrincado jamás publicado apareció en 2005 en la revista Acta Psychiatrica Scandinavica: un hombre iraní de 32 años no solo creía estar muerto, sino que también decía haberse transformado en perro; lo mismo que su mujer, afirmaba. Sus tres hijas también habían fallecido y se habían convertido en ovejas, por lo que temía atacarlas si no se controlaba. Además, sufría manía persecutoria.
Los médicos que lo trataron, en el Hospital Beheshti de Kermán, le diagnosticaron un cuadro conjunto de Síndrome de Cotard y Licantropía Clínica, atribuyendo parte de sus síntomas a la culpa que sentía por haber mantenido relaciones sexuales con una oveja. La medicación y las sesiones de terapia electroconvulsiva lograron mitigar los síntomas.
La Licantropía Clínica, en la que un paciente cree haberse convertido en un lobo u hombre lobo, es una forma particular de la Zoantropía, que puede abarcar cualquier clase de animal. A pesar de la popularidad de este trastorno por la mitología asociada a los licántropos, una revisión en 2013 encontró solo 56 casos descritos en la literatura científica internacional, de los cuales 13 eran hombres lobo. Otra forma es la boantropía, en la que el paciente cree ser una vaca o un buey.
En 1792, cuando Edward Jenner comenzó a experimentar con las vacunas, algunos detractores afirmaban que las personas inoculadas sufrirían de boantropía, asegurando que “desarrollarían apetitos bovinos, harían sonidos de vaca y se moverían a cuatro patas embistiendo a la gente con sus cuernos”.