Muerte de Benjamin Bradlee: el exdirector de 'The Washington Post' muere a los 93 años
El ex editor del periódico estadounidense The Washington Post Benjamin 'Ben' Bradlee, que supervisó la cobertura del escándalo del Watergate —que derivó en la renuncia del entonces presidente de Estados Unidos Richard Nixon—, ha fallecido este martes a los 93 años en su casa de Washington por causas naturales. El periodista sufría alzheimer desde hacía varios años.
La noticia de su muerte la ha confirmado el periódico en el que trabajó durante 26 años, presidiendo la sala de redacción y "dirigiendo la transformación de The Washington Post en uno de los principales periódicos del mundo".
Bradlee empezó repartiendo periódicos en su Massachusetts natal y terminó convirtiendo una redacción mediocre en la referencia que es The Washington Post ahora: una cabecera que transformó con su carácter brusco, su liderazgo inspirador y una férrea obsesión por la verdad.
A pesar de crecer en el seno de una familia acomodada de Boston, Bradlee tuvo que enfrentar la adversidad desde muy joven: sobrevivió a la polio cuando era adolescente y tras graduarse en Harvard se alistó en la Marina de EEUU, con la que combatió en la Segunda Guerra Mundial.
26 AÑOS EN THE WASHINGTON POST
Como editor ejecutivo desde 1968 a 1991, Bradlee se convirtió en una de las figuras más importantes de Washington, así como de la historia del periodismo. El legendario periodista vivió su etapa dorada al frente del Post entre 1965 y 1991: 26 años en los que hizo historia con la publicación de los papeles del Pentágono y el escándalo del 'Watergate'.
"Él transformó para siempre este negocio. Su único principio inflexible era búsqueda de la verdad. Tenía la valentía de un militar", han recordado tras su muerte los periodistas del Watergate, Carl Bernstein y Bob Woodward. El del Watergate fue uno de los 17 Premios Pulitzer que el diario ganó bajo la dirección de Bradlee.
Los suyos fueron 26 años de liderazgo en los que duplicó la tirada del rotativo (de 446.000 ejemplares a 802.000), dobló la nómina de empleados hasta los 600 trabajadores e incrementó el presupuesto consagrado a la información de 3 a 70 millones de dólares.
Junto a la gloria, Bradlee también tuvo sus momentos de humillación. El mayor disgusto se lo dio una prometedora joven periodista, Janet Cooke, que fue contratada por ser afroamericana y tener brillante historial académico, pero se inventó un magnífico reportaje de un niño adicto a la heroína.
El espeluznante texto de Cooke ganó un Pulitzer, un galardón que con enorme sonrojo tuvo que devolver Bradlee al confirmarse la falsedad de la historia. Fue el peor momento de su carrera.
"Siempre tuvo un gran valor para hacer lo que era correcto como periodista y asumir las consecuencias de ello. Tenía una combinación de carisma y valentía que era única, incluso en una época de grandes directores", ha asegurado el jefe de información política del Post, Dan Balz.
Quienes trabajaron con él recuerdan su ironía, que no cinismo, y un agudo sentido del humor. Su capacidad para motivar a los jóvenes redactores era única, a pesar de la conocida brusquedad con la que lanzaba su orden favorita: "Conseguid la historia, y conseguidla bien".
UNA VIDA HECHA PELÍCULA
Su gran personalidad quedó inmortalizada en la célebre película Todos los hombres del presidente (1976), la adaptación del libro homónimo en el que Woodward y Bernstein relatan la investigación del Watergate.
Encarnado por un seductor Jason Robards, Bradlee queda retratado en el filme de Alan J. Pakula como el epítome del director de periódico entregado a su oficio que imparte doctrina con los pies encima de la mesa y el uso más que habitual de palabras malsonantes.
En su autobiografía A good life (1996), Bradlee cuenta que muchas de las cosas que le han pasado en su vida han sido por casualidad.
Una lluvia torrencial le empujó, por ejemplo, a pedir trabajo en el Post en lugar de acudir al Baltimore Sun y por mero azar se encontró una tarde de domingo junto a su esposa con el matrimonio Kennedy en la calle en la que ambos vivían en el barrio de Georgetown, cuando John era un prometedor senador.
Aquella tarde, mientras ambas parejas paseaban en cochecito de bebé a sus hijos, Bradlee se hizo amigo de Kennedy y ambos mantuvieron durante años una estrecha relación.
Bradlee dejó oficialmente la dirección del Post en 1991 pero siguió yendo cada mañana a la oficina durante años como vicepresidente de honor. Su mesa era una parada habitual en la visita a la redacción de las nuevas incorporaciones: historia viva de un gran diario.
En los últimos años su salud se deterioró debido al Alzheimer. Sally Quinn, su tercera esposa y también periodista, reveló en septiembre que al legendario director le quedaba poco tiempo de vida.