El Ebro 'supura' tóxicos para limpiar una herida centenaria
Para acceder a la planta de descontaminación que la empresa pública AcuaMed ha construido a orillas del río Ebro en Flix (Tarragona) hay que ponerse una mascarilla como las que se usan en las guerras químicas. Dentro, el ambiente es irrespirable. Se debe a la porquería química que, desde hace un año, se está sacando del fondo del cauce, la misma que fue depositada durante más de un siglo por la empresa química Ercros, que sigue trabajando a escasos metros.
AcuaMed tiene que eliminar, antes de 2016, el millón de toneladas de residuos altamente tóxicos que Ercros ha soltado en el Ebro desde finales del siglo XIX, mientras producía pinturas, cloro, fosfatos, fertilizantes, DDT y un largo etcétera de químicos. Hace ya 20 años que saltaron las primeras alarmas de lo que sucedía en el río más caudaloso de España y va para 10 que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) detectó en el agua elevadas concentraciones de mercurio, PCB’s y hexaclorobenceno, un pesticida prohibido en España. El volumen de tóxicos ha provocado la muerte de peces y convierte al Ebro en el tramo fluvial más contaminado de Europa. Y el más complejo y costoso de limpiar.
Descontaminar el río costará 165 millones de euros, de los que un 60% financia la Unión Europea, un 30% el Gobierno, una parte la Generalitat y otros 10 millones de euros debiera pagar Ercros, por mandato judicial. Pero la empresa, dirigida por Antonio Zabalza, exdirector de gabinete de Felipe González, no ha soltado ni un euro hasta ahora.
La sentencia del Tribunal Supremo les condenó porque, pese a que la Ley de Aguas de 1985 prohibió los vertidos a los ríos, en Ercros continuaron haciéndolo hasta 1993, pero la empresa química recurrió el fallo ante el Tribunal Constitucional.
“Nuestra labor consiste en extraer ese millón de toneladas tóxicas, descontaminarlas y llevarlas a un vertedero. En un año hemos extraído ya el 34%”, explica Azahara Peralta, ingeniera agrónoma y jefa de la obra de AcuaMed, mientras muestra la zona aislada del cauce en la que trabajan. A escasos 200 metros, en la otra orilla, se encuentra la Reserva Natural de Sebes y Meandro de Flix, uno de los más importantes corredores biológicos de la península. Un cormorán se pasea por el agua durante la visita.
La historia de Flix lleva mucho tiempo ligada a Ercros. Fue en 1897 cuando la empresa, entonces alemana, se instaló en la zona para producir cloro. Cerca tenía minas de sal y carbón, el tren y un vertedero: el Ebro. Con el tiempo, la producción se diversificó con todo tipo de químicos; en los años 60 comenzó a fabricar fosfato dicálcico para piensos animales, una sustancia que contiene uranio radiactivo.
Durante décadas, todos los deshechos se los llevó el agua, hasta el delta y más allá. Pero en 1949 se construyó una presa a escasos metros de la fábrica, cauce abajo, y los residuos comenzaron a acumularse. Para 1970, el lecho había subido seis metros, un relleno de 1.000 metros cúbicos de sedimentos tóxicos y radiactivos.
Ese es el millón de toneladas que, desde hace 12 meses, AcuaMed comenzó a descontaminar en unas instalaciones construidas junto a la orilla, justo en el terreno de su propiedad que cedió Ercros. Para no enturbiar la actividad empresarial (producción de cloro y sosa cáustica), los camiones con los residuos salen de noche hacia el vertedero.
Pero limpiar un río que fluye no es tarea fácil. En una primera fase instalaron una cerca de tablaestacas clavadas en el lecho y otra de pilotes de hormigón junto a la fábrica para aislar el área afectada; en otra, se levantó la planta de tratamiento de los residuos; y, por último, se colocó una gigantesca aspiradora de 14 metros para succionar los lodos del fondo. “La tecnología existía pero fuimos los primeros en adaptarla a contaminantes distintos para este enorme volumen. Es único en el mundo. Ahora recibimos visitas de China, Perú, Francia o Alemania, que quieren conocer el sistema”, comenta Peralta.
Unas tuberías se encargan de llevar el lodo hasta la planta, donde se clasifica por materiales, se deshidrata por lotes de 500 toneladas, se oxida y se gasifica. El ambiente es irrespirable. Antes, envían muestras a un laboratorio para ver de qué se trata, pues cada elemento del cóctel necesita un procedimiento. Según AcuaMed, en torno al 20% de las 2.000 toneladas que sacan al día son de material peligroso.
“Lo que no está contaminado se lleva directamente al vertedero. Si hay mercurio, se encapsula con cemento. Los organoclorados se calientan a 1.000ºC para romper su estructura molecular y se convierten en ácido clorhídrico, y el uranio se queda en el agua, que hay que depurar con resinas especiales”, añade la ingeniera. Cada semana, además, hacen mediciones del aire en Flix para controlar las emisiones de la chimenea de la planta, que también pueden ser un peligro.
Como medida de seguridad añadida, y por si hubiera fugas en la zona retenida del río, se han habilitado en 75 kilómetros del cauce siete pozos de suministro alternativo para el millón de personas y las 50.000 hectáreas de cultivo que dependen del agua del Ebro. “Ahora todo es seguridad pero hasta hace poco aquí se bañaban”, señala un empleado de FCC, la empresa subcontratada para los trabajos en el terreno.
De fondo, el color verde esmeralda del agua es engañoso. La concentración tóxica es tan dañina que AcuaMed tiene que ralentizar los trabajos para no enturbiar el agua y que las partículas rebasen el muro. Una fuga, asegura Juan Carlos Plaza, encargado del control de calidad de la obra, tardaría sólo dos días en llegar al delta del Ebro.
Con estos precedentes a los foráneos les resulta chocante la defensa que los vecinos de Flix hacen de Ercros, pero la raíz hay que buscarla en que este municipio de menos de 4.000 habitantes ha vivido de la empresa durante un siglo. Llegó a tener 2.000 empleados, que hoy son apenas 150. Hay quien asegura que, pese a que en 2018 se pone fin a la fabricación de cloro, nunca la cerrarán “porque en su día ganó terreno al río y se asienta sobre el propio vertido, que tendrían que limpiar”.
Tras la visita a la planta, un recorrido por el vertedero de Las Cubillas, donde se acumulan los lodos en medio de un monte. Es del tamaño del Camp Nou. “Aquí traemos los residuos cuando ya no son peligrosos, pero aún así en la parte inferior se colocan geotextiles y se sella por capas para evitar filtraciones. El agua que exude irá a una balsa y de vuelta a la depuradora”, señala la responsable de AcuaMed.
Para finales del año que viene, Azahara Peralta asegura que el Ebro volverá a estar limpio, libre de una herida que infecta todo su recorrido desde hace un siglo. En este caso, aún no se sabe si quien la hace, la paga.