¿Cuánto cuestan los inmigrantes?
"Si se exceptúan los intolerables prejuicios raciales, no hay razones económicas objetivas para detestar la inmigración".
El auge de la extrema derecha en Europa y Estados Unidos ha puesto en primer plano el debate sobre la emigración. El ultranacionalismo populista —con Trump a la cabeza— ha explotado la veta política del cierre de las fronteras, y de hecho el eslogan del actual candidato republicano a la presidencia USA, «Americanos primero», refleja a las claras la utilización de fenómeno migratorio como espurio argumento introspectivo que estimula las bajas pasiones nacionalistas de los electorados. Y es frecuente que la extrema derecha construya relatos equivocados sobre el costo de los inmigrantes: la demagogia insiste en que arrebatan empleos a los nativos, los desplazan de los servicios públicos y consumen en subsidios gran parte del gasto social. A consecuencia de estas denuncias insistentes, y en gran medida infundadas, muchos ciudadanos consideran al extranjero como una lacra que habría que eliminar. Según una encuesta de Gallup del año pasado, el 44% de los norteamericanos piensa que la inmigración es fiscalmente gravosa frente al 18% que opina que el efecto es benéfico. Naturalmente, la llegada de inmigrantes no solo tiene una traducción numérica en términos económicos: también influye sobre la demografía, sobre la cultura, sobre la mayoría de los parámetros socioeconómicos en realidad.
La Oficina del Presupuesto del Congreso de los Estados Unidos ha manifestado hace poco —lo recoge Tom Fairless en el Wall Street Journal del lunes— que el reciente aumento de la inmigración en USA reducirá el déficit federal; y ha matizado asimismo que esta afirmación es más cierta para los inmigrantes más cualificados que para los menos cualificados, aunque el aumento de los trabajadores menos formados desencadenará también un crecimiento salarial mayor para las personas más formadas que los necesitan para trabajar con ellos.
En el Reino Unido, la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria publicó un estudio en septiembre en el que informa de que el trabajador inmigrante promedio ha hecho una contribución neta de 225.000 libras al erario público al llegar a 85 años, en contraste con la contribución negativa de 146.000 libras del residente autóctono del Reino Unido. Sin embargo, en tanto los inmigrantes con elevada formación aportan una contribución relevante, los de baja formación son onerosos en alguna medida para el país. Por eso el Observatorio de Migración de la Universidad de Oxford es partidario de limitar la inmigración de trabajadores sin cualificar y con bajos salarios.
Muchos estudiosos piensan sin embargo que este balance fiscal que compara ingresos y gastos públicos es simplista y poco expresivo, como es el caso por ejemplo de Michael Clemens, profesor de Economía en la Universidad George Mason. La Academia Nacional de Ciencias USA estudió en 2017 los costos fiscales de varios grupos de inmigrantes y obtuvo que el inmigrante promedio sin formación secundaria recibirá 109.000 dólares más (en beneficios de todos los niveles de gobierno) de lo que pagará en impuestos en toda su vida. Sin embargo, Clemens pone de manifiesto que los empleadores pagan a los inmigrantes para que trabajen, lo que agrega valor a su capital, y tales rentas del capital son posteriormente gravadas, de forma que tales ingresos deberían agregarse a la contribución fiscal de los inmigrantes. Clemens calcula que por cada dólar de ingresos laborales hay aproximadamente 80 centavos de ingresos de capital. Si tomamos en cuenta este factor en los cálculos antecitados de la Academia Nacional de Ciencias, llegaremos a la conclusión de que un inmigrante en USA con formación inferior a secundaria aporta en realidad 128.000 dólares netos a lo largo de su vida, en lugar de restar 109.000 dólares al Tesoro.
Otra omisión que debería ser tenida en cuenta: muchos trabajadores poco cualificados hacen posible el trabajo de los más cualificados. Los limpiadores posibilitan por ejemplo el trabajo de un cirujano. Hay rentas materiales indirectas que escapan a la cuantificación.
Además, hay otros efectos favorables de la emigración que no se reflejan directamente en tales cómputos fiscales. El ingreso de flujos de personas muy jóvenes rejuvenece a toda la sociedad del país receptor, lo que agranda la relación entre población activa y pasiva (como es lógico, los jóvenes nutren el sistema de pensiones y el sistema sanitario, sin recibir apenas nada cambio en mucho tiempo). Y estas corrientes humanas son vectores globalizadores que desempeñan un papel intelectual importante, ya que eliminan rigideces, relativizan dogmas e insuflan aire nuevo en unas sociedades cada vez más maduras. En definitiva, si se exceptúan los intolerables prejuicios raciales, no hay razones económicas objetivas para detestar la inmigración; antes al contrario, estos flujos enriquecen en todos sentidos a las añejas sociedades occidentales.