España: Objetivos de Desarrollo Sostenible un año después
Cambiar la esencia misma de nuestro modelo de desarrollo es muy difícil, pero inevitable. Es más: es una fantástica idea para recuperar el ánimo y la voluntad de construir un proyecto común. No hay progreso ni crecimiento que perdure en escenarios en los que esquilmamos recursos o en los que colapse el sistema climático.
Foto: ISTOCK
Ha pasado más de un año desde que se aprobaran los Objetivos de Desarrollo Sostenible (en adelante, ODS) en Nueva York y, sin embargo, su presencia en la agenda pública sigue siendo, en el mejor de los casos, modesta.
Muchos consideramos esta agenda el referente positivo de la globalización: una propuesta de prosperidad compartida dentro de los límites ambientales del planeta. Su punto de partida es la interdependencia y la aspiración de todos de tener una vida próspera, sabiendo que esto no será posible para nadie (para algunos en mucha menor medida que para otros) si llevamos al colapso los recursos naturales (agua, suelos, riqueza de nuestros mares y bosques, clima...). Cambiar la esencia misma de nuestro modelo de desarrollo es muy difícil, pero inevitable. Es más: es una fantástica idea para recuperar el ánimo y la voluntad de construir un proyecto común.
No hay progreso ni crecimiento que perdure en escenarios en los que esquilmamos recursos o en los que colapse el sistema climático. Y, lamentablemente, estamos ya en una carrera contrarreloj en la que fijarse metas concretas y ambiciosas a 2030 o 2050 es sólo un primer paso: lo que importa de verdad es la puesta en marcha de la estrategia, de la secuencia de acciones que permitan hacerlas realidad.
Es también una buena guía de los referentes necesarios para construir el marco de convivencia para los próximos años. Eliminación del hambre, acceso a energía sostenible para todos, reducción de las desigualdades frente a la terrorífica tendencia actual, trabajo decente, innovación y progreso económico, sostenibilidad del mar y sus recursos... no son objetivos para una realidad distante en el tiempo y en el espacio; no son ajenos a nuestra realidad europea y mucho menos a nuestra realidad española. Durante décadas hemos asociado la agenda de desarrollo a la cooperación solidaria con los países más pobres del mundo. Hemos pasado por alto nuestra propia insostenibilidad; afortunadamente, menos gravosa y generalizada que en otros países pero, en ocasiones, también dramática e intolerable en un marco de convivencia inclusivo y solidario como el que pretende ser España.
Países tradicionalmente considerados como modelo de progreso, tales como Suecia o Alemania, se plantean con cierta angustia cómo responder a los enormes desafíos que implica su correcta aplicación. Se dan cuenta del impacto de una sociedad globalizada que requiere mantener la alerta y las políticas de redistribución necesarias para evitar el crecimiento de problemas asociados a la insostenibilidad social o ambiental, que más pronto que tarde se convierten en insostenibilidad económica. Se fijan en tres aspectos: cómo aplicar la agenda de los ODS en su esfera doméstica, cómo aplicarlos en su política exterior y cómo afectan sus decisiones a terceros. Se plantean también qué respuesta institucional es la más adecuada para diseñar y aplicar medidas, en qué modo los distintos actores sociales pueden ejercer influencia positiva para lograr la consecución de los objetivos.
Y al llegar a España nos encontramos con un panorama poco alentador. Nuestro país participó en la construcción de esta agenda fijándose más en los desafíos para mejorar la calidad (la cantidad es casi igual cero desde hace ya algunos años) de nuestras políticas de cooperación al desarrollo que entendiendo e incorporando la trascendencia de los mensajes para nuestras políticas domésticas. Desde entonces, las cosas no han cambiado mucho. Existe un enorme interés en la comunidad académica y entre los colectivos y organizaciones no gubernamentales -tanto las que tienen agendas volcadas en el ámbito social, como las ambientales-; curiosidad en el mundo de las empresas, que sienten que su modo de producción y su estrategia de negocio puede tener una incidencia positiva en relación con alguno -o muchos- de los objetivos. Los medios de comunicación le prestan una atención muy limitada.
Los ciudadanos no siempre somos capaces de conectar nuestros problemas cotidianos con esta agenda y una buena parte ha perdido la confianza en la voluntad o capacidad de las instituciones para ofrecer soluciones a sus problemas. ¡Ese es quizás el dato más preocupante de todos, el que requiere una respuesta contundente e imperiosa que facilite la recuperación de la confianza en nuestra capacidad colectiva de cambiar las cosas! Algunos ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas han hecho propio el desafío y empiezan a plantearse el diagnóstico sobre el estado de situación en su territorio y dónde y cómo priorizar las agendas de acción. Pero no es perceptible en todos los casos ni existe ningún interés institucional visible por parte del gobierno nacional. Y quizás éste es un elemento paradójico más, dado lo fácil que sería podría aprovechar la ocasión para revolucionar el debate público y la vida parlamentaria ofreciendo un debate serio con propuestas que lo acompañen y facilitando un seguimiento y coordinación a cargo de la propia Presidencia o Vicepresidencia del gobierno.
Mientras tanto, en estos últimos meses, aparecen las primeras imágenes sobre cómo está España en relación con los ODS y las tendencias subyacentes a la vista de la información oficial (incluidas las estadísticas y previsiones comunicadas a organismos internacionales). No hay un informe oficial todavía, pero sí avances y elaboraciones sustantivas por actores creíbles dignos de ser tomados en consideración. El panorama es manifiestamente mejorable.
Entre ellos, impacta el informe preparado por la Red Global de Naciones Unidas de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (UNSDSN en sus siglas en inglés) y la Fundación Bertelsman sobre estado de los ODS en el mundo (traducido al español y presentado por la Red Española de Desarrollo Sostenible, REDS-SDSN). En la foto fija de hoy, incorporando las tendencias subyacentes y en un contexto de evaluación global, España sólo aprueba en igualdad de género. El número de menores en riesgo de pobreza o exclusión, la aparición de trabajadores pobres que no pueden llegar a fin de mes, las dificultades crecientes para acceder a una educación de calidad, el abandono de las políticas de clima y la ausencia de una política energética sostenible en el medio plazo, los desafíos en torno al agua, las dificultades para asentar sistemas de justicia accesibles y eficaces o la falta de hábitos en la construcción de alianzas aparecen reflejados en el índice global de manera contundente.
Nada de todo ello debe llevarnos a la desesperación, a la rabia o al abandono. La utilidad de la foto es instrumental. Su mayor contribución sería hacernos recapacitar sobre el modo en que gestionamos nuestra agenda, el país que queremos construir para ésta y para las generaciones venideras -en un horizonte mucho más próximo de lo que aparenta: ¡¡20 años!!-; la manera en la que activamos las palancas de cambio para encontrar soluciones y construir un proyecto colectivo. La reacción académica, social, mediática y empresarial es importante pero sin el papel facilitador de las instituciones el proceso de cambio será más lento, o más convulso, más costoso o más injusto.