Cuando ser español dejó de ser exótico
Cada mes dos o tres desconocidos me escriben o aparecen por mi despacho de la universidad para preguntarme dónde encontrar trabajo, a qué escuelas de idiomas ir. Pero el mercado está ya saturado.
Hace unos diez años una profesora de español que impartía clases en una Escuela superior polaca dedicada a la formación de profesores de idiomas me dijo que tenía la sensación de estar preparando a futuras amas de casa. Ante mi cara de extrañeza me explicó que muchas de las alumnas terminaban por casarse con un español y yéndose a vivir a España, y que aprender el idioma no les servía para otra cosa que para ir a comprar al mercado. Así que, para ella, hubiera sido más interesante que se impartieran asignaturas como cocina y costura más que de didáctica del español como lengua extranjera.
Era la época de las vacas gordas, cuando en España los perros se ataban con longanizas y había trabajo y créditos hipotecarios desorbitados para todos. Por entonces ir a vivir a España era una opción fantástica para un polaco, por el trabajo y sobre todo por el clima.
Por eso, en aquella época, nadie, ni en España ni en Polonia, entendía por qué alguien de Barcelona como yo prefería vivir tan lejos de casa en un lugar donde hacía tanto frío y los salarios eran más bajos. Visto con la distancia del tiempo la respuesta parece fácil: para vivir en mi propia casa y no en una que pertenezca a un banco; y para desarrollar una carrera profesional en una universidad sin tener que devolver favores a nadie.
Quién me iba a decir a mí que diez años después en España ya no habría ni trabajo ni créditos para nadie. Y quién me iba a decir que ya no podría entrar en un supermercado del centro de Poznań sin encontrarme a un español con cara de Paco Martínez Soria mirando las estanterías sorprendido al ver un bote de Cola-Cao junto a otro de algo que no sabe pronunciar. Hace diez años en Poznań vivíamos cuatro españoles, literalmente. Ahora hay cientos, también literalmente. Muchos son estudiantes erasmus. Pero otros tantos son jóvenes que han llegado porque en España no tienen nada que hacer. La mayoría de ellos tienen pareja polaca, la cual ya no prefiere vivir en España. El sol ya no lo es todo y prefieren intentarlo primero en Polonia, donde los jóvenes tienen muchas más oportunidades. No son oportunidades como para hacer grandes negocios, sino simplemente de vivir dignamente con un trabajo y de sentir que no estás perdiendo el tiempo.
Lo primero que intentan muchos de ellos es impartir clases de español. Poznań está lleno de ingenieros, historiadores del arte, licenciados en derecho, fisioterapeutas, expertos en medioambiente y otras tantas profesiones, quienes una vez en Polonia descubren por necesidad su vocación por la enseñanza del español y buscan colocarse como profesores en escuelas de idiomas o por lo menos tener alguna clase particular. Si los periodistas se quejan de la intromisión laboral, no sé qué podrían decir los profesores de español como lengua extranjera. Como si el hecho de hablar en español te conviertiera automáticamente en profesor de idiomas. Por eso, en las escuelas de idiomas prefieren contratar a profesores polacos con experiencia y formación y reservar a los nativos sin experiencia para grupos de conversación. Los alumnos no pagan por ver a un español perdido delante de la pizarra sino por aprender. Por eso, la intromisión laboral no es algo que debería preocupar. El mercado pone a cada uno en su sitio y el que vale, vale. Y el que no vale, pierde a sus alumnos y el director acaba por prescindir de sus servicios.
Cada mes dos o tres desconocidos me escriben o aparecen por mi despacho de la universidad para preguntarme dónde encontrar trabajo, a qué escuelas de idiomas ir, por dónde empezar. Pero el mercado está ya saturado. Hay tantos españoles que las escuelas de idiomas menos serias se pueden permitir el lujo de ir reduciendo lo que les pagan por hora. Saben que si no lo aceptan, en la puerta hay otro español esperando para coger un par de clases semanales por ese dinero.
Gracias a esta saturación hemos entrado en una segunda etapa, en la de los verdaderos emprendedores. Una vez superada la barrera del idioma hay quien se lanza a convertir en realidad ideas que en muchos casos han fructificado en negocios prósperos. Ya hay bares regentados por españoles, empresas de importación de vinos, editores de revistas y periódicos relacionados con la cultura hispana, arquitectos que trabajan como arquitectos, e incluso una escuela de idiomas fundada por una española. En cierta forma ésta es la auténtica Marca España, la del día a día y la del a pie de calle en el extranjero.
Lo cierto es que hace años los españoles éramos exóticos en Polonia. Ahora formamos parte de la decoración. Antes mis familiares me preguntaban por qué me había ido allí si en España había de todo. Ahora me dicen que no hay motivo por el que volver. Por suerte, con la edad se aprende que la vida es una montaña rusa y a veces se está arriba y a veces abajo. Espero con el tiempo ser de nuevo uno de los pocos exóticos españoles en Polonia, y no tener que escuchar experiencias amargas de jóvenes que después de estudiar una carrera de ciencias terminan sudando delante de una pizarra cuando les preguntan por qué se utiliza el pretérito perfecto y no el imperfecto en alguna frase.