El deportista menor de élite padece, en muchas ocasiones, el mismo grado de competitividad y de exigencia que el deportista adulto: horas de entrenamiento eternas, presión psicológica elevadísima, separación del entorno familiar, viajes y traslados continuos, etc., con el agravante de que se trata de un menor y de que, en la mayoría de ocasiones, no ha tenido la posibilidad de decidir si era ese el camino que quería seguir.