La Roja y el Caballero Negro
He leído con atención el artículo de Alfredo Pérez Rubalcaba, y aunque me ha parecido que estaba bien escrito e incluía algunas citas memorables, que ya había olvidado, el texto contenía algunas afirmaciones que me gustaría matizar.
He leído con atención el artículo La Roja de Alfredo Pérez Rubalcaba, y aunque me ha parecido que estaba bien escrito e incluía algunas citas memorables, que ya había olvidado, el texto contenía varias afirmaciones que me gustaría matizar.
Me parece cuestionable, por ejemplo, la elección del paraguas y la máquina de coser sobre la mesa de disección como muestra paradigmática del surrealismo.
Rubalcaba, que perdió las elecciones del 20-N por el resultado más abultado de la historia y no tuvo la sensatez de dar por terminada su a veces brillante carrera política, continúa cosechando revés tras revés en las encuestas de intención de voto. Él es ahora mismo el máximo ejemplo del surrealismo en España: recuerda al Caballero Negro de Monty Python que, después de que su contrincante le hubiera cortado los brazos y las piernas en un duelo a espada, seguía sin reconocer la derrota y gritaba:
- "¡No es más que un arañazo! ¡Heridas más graves he sufrido! ¡No huyas, cobarde!"
De la misma manera que los espectadores se preguntaban qué más partes del cuerpo tenía que cercenarle el Rey Arturo al Caballero Negro para que éste se diera por vencido, los desencantados del PSOE, entre los cuales me encuentro, nos preguntamos qué más resultados adversos tiene que cosechar Rubalcaba para que por fin decida marcharse a su casa y reconozca que, por muy buen ministro de interior que haya sido, no tiene madera como líder.
Tal vez el hecho de haber infligido una derrota pírrica a Carme Chacón en el reciente Congreso de Sevilla le haya hecho creer que aún le queda carrera política por delante.
Leyendo su artículo, me doy cuenta de por qué nunca será un buen capitán: Rubalcaba no sabe leer los partidos, una expresión petulante de la que se abusa a veces en el mundo del fútbol.
Leer un partido significa darse cuenta de si hay que presionar o replegarse, de si conviene marcar al hombre o por zona. Leer un partido quiere decir interpretar correctamente lo que está pasando en el terreno de juego y actuar en consecuencia.
Rubalcaba parece ignorar por qué se ha producido el triunfo de La Roja y de qué modo la sociedad española puede aprender en cabeza ajena de los excelentes resultados de la Selección.
Llevo jugando a todo desde que era pequeño (billar, parchís, mus, ping pong, póker, etc) y si algo he aprendido en todos estos años es que, en cualquier juego, mucho más importante que ganar o perder es saber por qué se gana y por qué se pierde. Porque muchas veces, el azar o la injusticia (de un árbitro inepto o casero) hacen creer al jugador que la victoria es enteramente suya, cuando no es así.
Ése, y no otro, fue el signficado de la consigna presidente por accidente con la que la derecha se mofó de Zapatero cuando éste le dio la vuelta a las elecciones, gracias a los atentados del 11-M.
Pero no es ése el caso de La Roja. El triunfo de La Roja es el triunfo del talento y del trabajo en equipo.
Queremos oírle decir a Rubalcaba que España es un país donde se ha primado durante demasiado tiempo el talante, en vez del talento, y donde han podido llegar a ser ministros o presidentes del Tribunal Supremo personas cuya única cualificación moral o profesional era el hecho de que no iban a dar problemas.
La docilidad, y no el buen criterio profesional o las ideas imaginativas, ha sido la conditio sine qua non en la España de Zapatero.
Todo lo contrario que en La Roja, donde siempre juegan los mejores, y ni siquiera durante todo el tiempo. Torres, por ejemplo, que ha tenido una actuación deslumbrante en varios partidos, chupó banquillo estoicamente en algunos de ellos.
Queremos oírle decir a Rubalcaba que la inmensa mayoría de los españoles no ha aprendido aún a trabajar en equipo. No lo afirmo sólo yo, se lo he oído decir también a personas que, como la actual Consejera Delegada de Siemens, Rosa García, se han formado en la ética protestante del trabajo. En España se juntan dos personas o más para una reunión de trabajo y el 90% del tiempo lo dedicarán a intercambiar información sobre sus respectivos móviles y a comentar el partido de la jornada. Y cuando vean que la hora se les echa encima, lo más que alcanzarán a decir es:
- "Ya me lo miro yo por mi cuenta y te comento algo".
La gran lección de La Roja no es que con entusiasmo y ganas se puede ascender hasta el Olimpo. Eso es el optimismo voluntarista de ZP, que estaba convencido de que para que sus deseos se hicieran realidad, bastaba con pedírselo muy intensamente a la Estrella Azul, que complació a Gepetto en Pinocho.
El éxito de la Roja no es la constatación, en efecto, de la fortaleza de nuestro país. Pero la alegría desbordante de los españoles frente a ese éxito no quiere decir -como sostiene Rubalcaba- que la sociedad no esté abatida o resignada.
España está hundida en la depresión más absoluta.
Y lo está no sólo porque tiene un Presidente que miente sistemáticamente a los ciudadanos y que es el hazmerreír de Europa y de las Islas Salomón. Está sumida en la miseria también ante la constatación de que la alternativa mayoritaria a la pesadilla pepera es un líder cerrilmente instalado en el eufemismo (llama oposición útil a lo que el resto de los mortales llamamos posturita cómoda) y decidido a implicarse lo menos posible en los grandes debates nacionales, en el convencimiento de que la simple alternancia del péndulo bipartidista hará que regrese a su mano, como vuelve el halcón al puño del cetrero, el poder perdido.
Decía Einstein que la locura consiste en hacer siempre lo mismo, pensando que se obtendrán distintos resultados. Si en España seguimos aupando a dedo a los mediocres por el simple hecho de que no son conflictivos y dedicando nuestras reuniones de trabajo a charlar sobre la cresta de Balotelli o la inminente boda de Iker y Sara, seremos siempre la mediocre selección de Javier Clemente y no el deslumbrante equipazo de Vicente Del Bosque.