Errejón y la construcción de un partido serio, complejo y maduro
Lo que ocurre en Podemos no se trata de un problema de los dos líderes. Se trata del tipo de cuadros que debe tener un partido atravesado por las complejas tareas de crear una cultura política capaz de unir a sectores sociales diferentes, estilos políticos distintos e intensidades de exigencias diferentes. Sin esa unidad no habrá bloque histórico. Por tanto, Iglesias es indiscutible. Pero pensar que el partido se tiene que llenar de cuadros que sólo respondan a su perfil personal, mimetizar su retórica, replicar su dureza retórica, eso es un error.
Foto: EFE
Que Podemos quiere ser un proceso de aprendizaje, eso se vio en su Universidad de Verano, que tuvo lugar en el edificio que acoge a las Facultades de Filosofía y de Filología de la UCM. Por la rosa bendita del azar, un congreso de nuestro grupo de investigación, entregado al tema de Republicanismo versus Populismo, coincidió con esa actuación de Podemos en nuestros locales. El nuestro era un acto completamente académico, desde luego, y reunía a cerca de cien participantes de todo el mundo euroamericano. Pero compartíamos pasillos e interés teórico con la Universidad de Podemos, y por eso se generó un ambiente único de compleja vida universitaria. En verdad, hacía tiempo que no veía la Facultad tan cerca de la calle. Sí. Allí corría el aire limpio de una sociedad interesada en su futuro, algo que compensa la solitaria atmósfera cargada de libros que suele acoger al estudioso. Y eso fue lo más llamativo para los compañeros franceses, italianos ingleses o americanos: la convergencia no premeditada, espontánea, de discusiones intelectuales y políticas en un clima de escucha recíproca. Esa atmósfera, decían, no era imaginable en sus respectivos países. En realidad, mucha gente mira a lo que pueda salir de España y desea aprender de toda esa vitalidad.
Nuestro congreso, que se extendió cuatro días enteros, de sol a sol, reunía a investigadores de opciones intelectuales plurales, desde el liberalismo hasta el Foucault siempre cercano al anarquismo, pasando por los habermasianos, los republicanos y, desde, luego los populistas. Por supuesto, había también historiadores del populismo histórico de los años 30 del siglo XX, que determinó el curso de todas las sociedades de aquella época. Las discusiones fueron intensas y ricas, largas y apasionadas. Las actas verán la luz en un libro y el público interesado podrá comprobar lo que digo dentro de un año. Para el tiempo largo de la reflexión, no hay que angustiarse por la actualidad de nuestras discusiones. Con seguridad lo seguirán siendo en los próximos años.
Pero hay una circunstancia que es de actualidad y debe ser registrada para que la opinión pública tenga constancia de ella. Se trata del cierre de nuestro congreso, que fue protagonizado con una intervención de Iñigo Errejón. Y no una cualquiera. El político de Podemos se ofreció a mantener un diálogo exclusivo con los cien participantes del congreso, un fuego cruzado que se mantuvo casi tres horas. Este hecho es un acontecimiento inédito en nuestra historia política, un hecho excepcional que produjo entre todos los asistentes, fuera cual fuera su inclinación política, la profunda impresión de estar asistiendo a una jornada memorable. Como director del Congreso y conductor del debate, puedo decir que fue un acto de altísimo nivel intelectual, protagonizado por un político en activo que habló con la franqueza, la libertad y la sinceridad que son las cualidades inseparables de la honestidad intelectual. Sin ellas el acto habría sido fallido.
El resultado fue inevitable. Errejón se ganó el respeto de todos los asistentes, algo que necesita la política española con urgencia. Si Maquiavelo dijo que el político verdadero siempre es un centauro, Errejón tiene esta rara cualidad. Su aspecto parece frío, aunque muy amable en el trato personal; pero cuando habla de política tiene una cálida pasión, mezcla de una profunda capacidad intelectual, alegre y desinhibida, y de una convicción que brota natural de su pensamiento. Ningún otro político español de la democracia estaría en condiciones de presentarse a cuerpo limpio, con un papel y un bolígrafo, ante cien profesores y universitarios, dispuestos a lanzarle sus preguntas. Ninguno de ellos tendría recursos para defender sus posiciones políticas durante casi tres horas, sin rebajar el nivel de argumento, que era político y académico a la vez. Realmente, a todos los testigos les pareció valiente, noble e intenso. Y elijo bien los adjetivos. Pues todo fue natural y sencillo, por mucho que no por eso fuera menos único. Si la tesis básica de Errejón dice que Podemos es un partido de nuevo cuño, que no puede ser comparado ni asimilado a los partidos vigentes, entonces él la encarna al pie de la letra. Él es un político también de nuevo cuño, consciente, capaz de actuar y de pensar lo que hace, con una profunda capacidad de persuasión.
Errejón no sabía nada de lo que se había hablado en el congreso, y sus portavoces no me pidieron que les anticipara de qué se iba a hablar. El congreso le planteó los problemas fundamentales que había tratado y le pidió su posición sobre ellos. Éll respondió con sinceridad. Ante todo, se debatió acerca del objeto mismo del congreso, las relaciones entre el populismo y el republicanismo. Aquí subrayó que no las entendía como una relación de hostilidad, ni de contradicción, sino que habló de intensidades, de dos magnitudes que siempre se viven en una situación política dada. El republicanismo presenta la intensidad baja de la gramática de los derechos, mientras que el populismo intensifica la presión con demandas que brotan del dolor y del sufrimiento. Estas direcciones de la intensidad, según lo creí entender, son inversamente proporcionales. Hay situaciones en las que el clamor de las demandas debe ser atendido de forma ejecutiva, urgente, y quizá cuando las situaciones extremas sean reducidas, es preciso estabilizar esas conquistas en el lenguaje de los derechos, y a ser posible constitucionalizarlos, con la finalidad de generar un suelo estable e irreversible de conquistas populares. No se trata por tanta de moderación y radicalidad, sino de formas de lucha democrática. Errejón insistió en que es preciso mantener la fidelidad de los votantes cuyas demandas son atendidas, una vez superadas las situaciones intensas, porque sin ellos no se podrá pasar a la fase de constitucionalización como derechos estables.
En la sala, alguien de procedencia marxista le objetó la poca atención que prestaba a la situación social y la extrema que el populismo le concedía a la cultura. Con agilidad, Errejón argumentó que la cultura está más capacitada para ofrecer las razones para una convergencia política de sectores sociales que los intereses que pueden tener cada uno de ellos por separado. La producción de un bloque histórico, desde luego, tiene que partir de sectores sociales plurales, pero lo que los une es un lenguaje, una cultura, una retórica, una capacidad de persuasión. Sin ese lenguaje no hay poder. La clave del asunto está relacionada con lo anterior. Se tiene que lograr un lenguaje común a los sectores sociales que entienden más el lenguaje de los derechos y los que viven en más la urgente expresión de las demandas. Ese lenguaje hegemónico debe unificar los dos estilos. Creo ver aquí la cuestión central del bloque histórico y su relación con el famoso asunto de los significantes vacíos: la capacidad de unir en una cultura política común todavía volcada hacia el futuro, no fijada, a esas dos partes de la sociedad, implica lograr una dimensión equivalencial, pero en modo alguno algo estable, cosificado. Por eso, la producción cultural sobredetermina la condición social de los actores y sus intereses, y por eso hay una afinidad profunda entre cultura y opción política.
No propone Errejón por tanto un completo nominalismo cultural, como se ve. Las más abstrusas cuestiones teóricas de Laclau alcanzan en Errejón este sesgo pragmático que orienta la praxis, y por eso se traducen a una práctica política y asumen las tensiones y los equilibrios con la plena conciencia de que son insuperables. Ese es el misterio de la política:encarar procesos antinómicos que no se pueden simplificar. El resultado es la contingencia extrema de la política y de la formación hegemónica, que parece equivalente a lo que Weber llamaba la fragilidad de la legitimidad. Errejón es un líder que se presenta con plena conciencia de esa condición, algo que contrasta con los que se encierran en el fortín acorazado de la desnuda legalidad, el síntoma más preciso de que ya es inerte y muerta.
Se trataron muchas más cuestiones, desde luego, pero quiero ofrecer otras tres en este balance, que espero que sea sobrio y apropiado. La primera es la cuestión de la diferencia entre populismo de derechas y de izquierdas. Errejón dijo que hay un punto formal común entre ellos, en la medida en que ambos quieren forjar un pueblo, un bloque histórico y una hegemonía, pero que sus políticas materiales, su percepción del sufrimiento, su capacidad inclusiva, sus demandas, su transformación en derecho, son diferentes y por eso, a pesar de esa convergencia formal, aspirarán a realizaciones diferentes en su significado último.
La segunda cuestión fue acerca de la adaptación de Podemos al parlamentarismo. Errejón aquí fue sincero. La tarea parlamentaria, dijo, es muy compleja y reclama una militancia política específica, capaz de estudio y aprendizaje sin perder la fortaleza de una intensa militancia, pues de otra manera no se puede ser un verdadero contra-poder del ejecutivo, que goza de todas las ventajas del saber del expediente y de la preparación técnica de sus equipos. Aquí, desde luego, los contenidos de los tuits que han confundido a la opinión pública con el asunto del miedo quedan atrás. No debieron nunca marcar el camino. El miedo puede producir muchas cosas, pero no saber. En los debates de comisión, el miedo impone poco. Pero el público español necesita que el saber que obtenga un partido en el Parlamento se socialice, se haga saber común, salga del Parlamento, llegue a la calle; pues sólo así el trabajo parlamentario participará de las luchas políticas y sociales y permitirá reconocer a los líderes del futuro. En todo caso, sea cual sea la política en la calle, sin política parlamentaria no hay democracia moderna.
Esto llevó al problema central de la construcción del partido. Si alguien creía que Errejón iba a dar motivo a nuevos tuits, se debió sentir muy frustrado. Nos respetó, se respetó y respetó a su partido. El asunto no es, para él, el propio de un enfrentamiento personal. En todo momento habló con respeto y reconocimiento de Iglesias, a quien siempre citó como el principal actor de Podemos. El problema no está ahí, sino en el tipo de militante y de cuadros que necesita un partido que ha de trabajar en condiciones de creciente normalidad y que aprecia que la falta de fidelidad de las clases medias al PSOE es ya creciente e irreversible. Pero esas clases medias se movilizaron no sólo por verse amenazadas por la pobreza, sino también por la falta de calidad de la democracia española, tanto desde el punto de vista político, como del económico, cultural y social (e incluso es posible que religioso). Aunque esos estratos saben que han de ser solidarias con las clases populares, a las que es prioritario atender, sólo se vincularán a una fuerza política que garantice la sensibilidad social con calidad democrática en todos sus aspectos. Cualquiera entonces que plantee las cosas como una contraposición personal entre Errejón e Iglesias se confunde de planteamiento. Esta es una de esas tensiones inevitables de toda política radical y transformadora. La quiebra de la tensión sería la muerte de las dos partes relacionadas.
Ahora me atrevo a interpretar, aunque creo que soy fiel al espíritu de lo que se dijo esa noche inolvidable. No se trata de un problema de los dos líderes. Se trata del tipo de cuadros que debe tener un partido atravesado por las complejas tareas de crear una cultura política capaz de unir a sectores sociales diferentes, estilos políticos distintos e intensidades de exigencias diferentes. Sin esa unidad no habrá bloque histórico. Por tanto, Iglesias es indiscutible. Pero pensar que el partido se tiene que llenar de cuadros que sólo respondan a su perfil personal, mimetizar su retórica, replicar su dureza retórica, eso es un error. Creo que eso es lo que se juega en Madrid y por extensión a toda España. Pues no cabe duda de que la gente que forma Adelante Madrid son mujeres y hombres capaces de incorporarse al proceso de aprendizaje que es Podemos, generar una experiencia política que mejorará la calidad de la democracia española y radicalizará la sensibilidad social de la misma. Ellos formarán un partido dirigente, como decía Germán Cano hace unos días, que el PSOE ya no puede producir, por falta de conexión social de sus cuadros, de entusiasmo político y de libertad intelectual.
Y sigo interpretando. Los que alaban sin pudor a Iglesias, y le instan a creer que muchos sobran en Podemos -por lo general personas forjadas en una tradición política muy marcada y definida, y con hábitos muy acendrados de control férreo, lo que ha llevado siempre a la impotencia política-, no estarán en condiciones de formar un bloque histórico. No movilizarán a esa mayoría potencial votantes que, asumiendo los logros reales de la democracia española, quieren mejorarla, venciendo al núcleo político oligárquico que la tiene bloqueada y cegada en sus posibilidades evolutivas. Los que denuncian a los que sobran en Podemos, no fortalecen el liderazgo de Iglesias, ni mucho menos. En realidad, no son su gente y hasta hace poco despreciaban esta formación. Encarnan unas prácticas políticas endurecidas por el hábito de confrontación, que en esta ocasión encubre una falta de penetración en el análisis intelectual de lo que necesita Podemos.
Pero si de algo no puede prescindir un partido como Podemos es de la inteligencia política de hombres como Errejón, y de todos aquellos que están abiertos a la configuración de un partido inédito en la democracia española. Pues mimetizar la penetración y la inteligencia siempre es bueno y produce crítica y diversidad. Imitar el gesto, el tono irritado, la voz tonante, eso puede ser a lo sumo un buen espejo narcisista para un líder. Pero ya sabemos lo que sucede con los que ofrecen espejos de esta índole. Por lo general, quieren convertir a ese líder en un Licenciado Vidriera. Y nada es más fácil de quebrar. Frente a los peligros de caer en un déjà vu, Podemos debería intentar lo verdadero. Forjar un partido serio, complejo, maduro, en el que esté fraternalmente excluida la exclusión.