Ser de izquierdas en Europa, hoy
No debo haber pasado en España más de un par de meses seguidos en los últimos cinco años, y sin embargo esta vez la cosa pinta mal: estoy de regreso en España. Mi gran baza, y quiero pensar que no es la única, es que estoy dispuesto a irme a donde sea necesario para encontrar empleo.
No debo haber pasado en España más de un par de meses seguidos en los últimos cinco años, y sin embargo esta vez la cosa pinta mal: estoy de regreso en España. Y digo que pinta mal no porque no me guste España, que me encanta, sino porque estoy en el paro y no parece que este sea el lugar ni el momento adecuado para estarlo: la televisión matinal en este país es particularmente infumable.
Aproveché la primera semana de mi nueva condición de parado para broncearme en África y dedicarme de lleno al dolce farniente, algo que apenas había tenido ocasión de hacer en un año y pico, pero ya de vuelta a España opto por alojarme con mis padres. No sé cuánto tiempo pasaré en el paro y no me parece una buena idea dilapidar mis ahorros. Tengo un piso, o mejor dicho una hipoteca: el piso fue comprado en los últimos estertores de la burbuja cuando aún parecía una idea razonable, y aunque no he echado las cuentas exactas para no deprimirme probablemente esté endeudado por más de lo que vale el inmueble hoy, puesto en alquiler y con unas inquilinas que hace ya más de tres meses que no pagan el alquiler. Supongo que soy un afectado por las hipotecas, pero al no ser moroso no puedo apelar a la ayuda de la PAH sino más bien esperar que no me escrachen si llegado el caso hago lo necesario para deshauciar a mis inquilinas.
Mi gran baza, y quiero pensar que no es la única, es que estoy dispuesto a irme a donde sea necesario para encontrar empleo. La movilidad exterior, que dice la ocurrente ministra Báñez puede ser mi salvación, otra vez. Veremos.
Otro motivo de esperanza, pero mucho más lejano aún, es que las políticas de austeridad van quedando cada vez más desacreditadas. El hecho de que uno de los estudios más citados para defenderlas contuviera un clamoroso error en la hoja de cálculo utilizada por los autores parece haber tenido cierto efecto "rey desnudo", así que bienvenido sea el error. El daño hecho hasta ahora ha sido inmenso, pero las opiniones públicas no sólo de Grecia sino también de Italia, España y quizás de Francia empiezan a agitarse. La historia europea de los últimos 200 años puede ser vista como la lucha de una potencia hegemónica del continente contra el resto de países, y la potencia hegemónica nunca se ha llevado el gato al agua.
La alternativa es simple: cambio de políticas o desaparición del euro. Así lo indicaban recientemente Oskar Lafontaine y cinco premios Nobel de economía. Lafontaine es un carismático exministro de Finanzas de Schröder, exalcalde de Saarbrücken y más recientemente fundador del partido Die Linke (La Izquierda), muy crítico con las políticas de la canciller Merkel. Y es que ser de izquierdas en Europa hoy ya no es ser marxista, sino sencillamente keynesiano.