Un tuit como síntoma
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Un tuit como síntoma

Un mensaje del PP en la red social con evidente error de cálculo refleja mucho más de lo que parece.

El PP tiene más de 129.000 seguidores en Twitter. En las Elecciones Generales de 2011 consiguió 10.830.693 votos, lo que le permite gobernar con una comodísima mayoría absoluta de 186 escaños.

A las 19:31 horas del pasado jueves, el partido de Mariano Rajoy tuiteó un mensaje que, hasta el momento, ha sido compartido 1.500 veces y marcado como favorito más de 200. Un gran éxito provocado por un inmenso error.

Cualquier persona que sepa sumar, restar, multiplicar y dividir -- sí, incluso los alumnos que cursaron la denostada LOGSE--, detecta el error de forma inmediata. Realizadas las cuentas pertinentes --tampoco hay que quebrarse la cabeza-- el resultado es de 1.841,7 millones de euros. Muy, muy alejado de los 4.000 millones de ahorro de los que presume quien quiera que escribiera ese malhadado mensaje.

Las opciones que quedan al cometer este tipo de errores son tres: dejar publicado el mensaje pero pedir disculpas por el fallo; eliminarlo para evitar que se expanda el ridículo o, tres, hacer como que no pasa nada. A otra cosa, mariposa, yo he escrito eso y lo mantengo, qué pasa. No hay mal que por bien no venga: puede haber algún incauto que lo lea y no repare en el fallo. Que se lo crea y piense firmemente que tiene la suerte de contar con un evangélico Gobierno que, en vez de multiplicar los panes y los peces, convierte un euro en dos y pico.

De las tres opciones el PP eligió, al menos hasta este sábado, la tercera: no tocar nada. El tuit sigue ahí.

La crítica a la perseverancia de no enmendar el entuerto podría parecer un intento a la desesperada por arremeter contra el Gobierno agarrándose a cualquier clavo, por muy fino que sea. Podría ser. Aunque también es posible hacer una lectura bastante más inquietante: este tuit es un síntoma de cómo el Ejecutivo de Mariano Rajoy y el partido que le respalda desprecia a la sociedad, incluidos sus más de diez millones de votantes.

Hace muchos meses que el Gobierno tiró a la basura la sentencia del político Benjamin Franklin según la cual "sólo el hombre íntegro es capaz de confesar sus faltas y de reconocer sus errores" y abrazó la del psicólogo social francés Gustave Le Bon que defendía: "Cuando el error se hace colectivo adquiere la fuerza de una verdad".

Los ejemplos darían para completar varios folios. Porque un error, de libro, ha sido incumplir el programa electoral con el que se ganaron las elecciones. O no dar la cara con el caso Bárcenas. O mentir sobre la tragedia en Ceuta. O enredarse en una madeja absurda con las subastas de la luz. O subir impuestos cuando se prometió que, si acaso se tocaban, sería a la baja. O prometer en el fragor de la victoria que iba a ser un presidente que "no se iba a esconder" y luego huir de los periodistas como si fueran apestados. O no acudir siendo Ministro de Cultura al evento más importante del cine español arguyendo una reunión menor y la incapacidad para estar en dos sitios al mismo tiempo (en este caso no hay milagro). O perseverar en una reforma de la ley del aborto absolutamente innecesaria que no apoyan ni tus votantes. O presumir como un mesías de que cuando uno gobierne bajará el paro y luego reconocer --sin espacio para pronunciar un 'nos equivocamos'-- que se dejará un desempleo mayor que el heredado del demonio entre los demonios, José Luis Rodríguez Zapatero.

Lo más lamentable no es contar con un Gobierno que sea incapaz de asumir errores y que, bien al contrario, transforma por arte de birli birloque los fallos en éxito. Lo preocupante es que hayamos concedido al Gobierno el suficiente espacio como para que nos siga mintiendo. Que nos resignemos a que es el mal mejor, que es lo que hay, o nos abonemos al tan acomodaticio y manido 'todos son iguales'.

El conformismo no trae avances. Y la sociedad española lleva años dormida. Porque el activismo y la queja no consiste en escribir un tuit rabioso y pensar que con eso ya se ha iniciado una revolución. Supone implicarse, protestar, exigir, afear, hacer saber al Gobierno que no somos niños a los que les da igual ocho que ochenta, impedir que se liquiden los derechos que tantos años nos costó conseguir y que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

Hay una frase que pasó desapercibida de la última entrevista a Rajoy en Antena 3 y que refleja a la perfección lo que piensa el Gobierno: "El comportamiento de la ciudadanía estos dos años ha sido ejemplar. Hemos tomado decisiones complicadas y dolorosas. Muchos españoles lo han entendido y hay otros que no tanto, pero la mayoría cumplieron como ciudadanos y eso nos obliga a muchos en el futuro", dijo el presidente.

Resumido: hacemos lo que nos da la gana y aquí nadie se queja.

Por mucho que nos engañemos a nosotros mismos, en realidad somos como niños cuyos padres les dicen que está lloviendo para no bajar al parque pese a que luce un sol radiante. Somos esos pequeños que se dan la vuelta hacia su habitación convencidos de que tienen unos padres magníficos que, si hiciera buen tiempo, les llevarían a los columpios. Nos creemos firmemente que 'la realidad' impide disfrutar de unas horas en el parque.

Con lo sencillo que es mirar por la ventana.

Mientras tanto el Gobierno sigue ahí. Tumbado en el sofá, relamiéndose de éxito y pensando: "Este niño mío, pero qué bueno es".