'Lengua materna': el sueño de una lengua propia
En tiempos de tribulación: seguir leyendo. Esta vez, Lengua materna de Suzette Haden Elgin y de cómo una distopía habla más del presente que del futuro. Y de la lengua.
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Estaba en casa de una amiga en Córdoba cuando de repente lo divisé en la mesita de la sala de estar. Ávidamente mis manos fueron hacia él. Debí poner unos ojos tan codiciosos (y no descarto que perturbados y, en cierto modo, peligrosos) que mi amiga se apresuró a decir que me lo llevara, que me lo dejaba, que ya se le devolvería cuando lo hubiera leído. Después supe que ella todavía no lo había leído. Supongo que prefirió dejármelo a que se lo robara.
Años persiguiéndola y, por fin, tenía en mis manos la mítica novela Lengua materna, de la no menos mítica Suzette Haden Elgin, lingüista, feminista y escritora (en casi todos los géneros).
En 1984 y con Lengua materna, Elgin inició una trilogía de ciencia ficción (bautizada como este primer libro) que narra un futuro distópico, de pesadilla, en el que las mujeres no tienen ningún derecho. La misma idea en la que se basa el El cuento de la criada, de otra grande de la ciencia ficción, la canadiense Margaret Atwood (1939), publicado sólo un año más tarde.
Como paso previo y necesario en 1982 -dos años antes de escribir la serie-, Elgin había creado el láadan (gramática, diccionario y casete de prácticas incluidos), una lengua pensada para expresar las percepciones y sentimientos de las mujeres en la que concentró parte de su saber lingüístico. Partía de la base de que las lenguas humanas existentes eran (por masculinas) inadecuadas y que el láadan podría contribuir a forjar un nuevo tipo de cultura.
Lengua materna arranca el año 2205 en un mundo interestelar, pero enseguida retrocede hasta el 2179 para avanzar linealmente hasta el 2212. El abrupto inicio en medio de una espesa y abstrusa reunión de lingüistas hombres puede endurecer en un primer momento la entrada en el libro pero vale la pena sumergirse en él. La novela explica un mundo en que la supremacía de los hombres es absoluta, los feminismos han sido aniquilados y las mujeres, por tanto, no tienen poder de ningún tipo. Excepto...
Excepto la potente saga de las lingüistas, profesionales que, a pesar de estar bajo la férula de los hombres, conocen infinidad de lenguas, tanto humanas como humanoides y alienígenas, puesto que la dinastía se encarga de los contactos con las diferentes estrellas y es imprescindible en el ineludible comercio interplanetario con los otros mundos, lo que ocasiona que el conocimiento de lenguajes sea un bien precioso. Esta habilidad les confiere un enorme poder y las capacita perfectamente para crear el sueño de una lengua propia. Y sí, lo consiguen.
Justamente Lengua materna termina en este punto pero explica mucho más. Los preámbulos a cada capítulo hablan habitualmente de lingüística, de cómo funcionan las lenguas, de sus rasgos, y son, sin excepción, auténticas y sugerentes lecciones (la autora incluso menciona el vasco) y tiene un apéndice de dos páginas y media para que nos engolosinemos con una cata de láadan. A pesar de ser un libro de ciencia ficción, tiene rasgos de ensayo y a veces vira hacia la novela negra, se articula en una trama que lo sostiene como una red trabada y tensa, perfectamente verosímil, y unos personajes de carne y hueso con entidad propia, redondos.
La autora tiene una clarividencia y una finura excepcional, en primer lugar, para captar las relaciones entre mujeres y hombres, y, en segundo, para describirlas y ejemplificarlas, y para que podamos transformar anécdotas y detalles en categorías de análisis.
Que la subordinación que las mujeres sufren en la novela sea una descripción detallada de la situación real de las mujeres reales mientras Elgin escribía el libro (incluso de hoy en día), no hace más que fortalecer una narración pletórica de temple y gracia. Como lo presenta como un retroceso intolerable, cuestiona la relativa, condicional y provisional libertad de las mujeres en el mundo, las diferentes violencias que sufren; nos hace dar cuenta de este atraso absurdo.
(Tres detalles, en este nuestro mundo y ahora: el parlamento ruso ha despenalizado la violencia machista perpetrada en el seno de la familia con 380 votos a favor por 3 en contra; en un campo de fútbol de Lyon hombres despliegan pancartas expulsando a las mujeres de las gradas y enviándolas a la cocina; Donald Trump exige a las empleadas de la Casa Blanca «que vistan como mujeres»...).
Que en esto consiste en realidad la ciencia ficción: describir y criticar el presente más que imaginar y ilustrar (aunque también) el futuro. Además de Elgin y de Atwood, maestras ilustres nos lo muestran con su, en todos sentidos, grandiosa obra: Ursula Kroeber Le Guin (1929) y su La mano izquierda de la oscuridad del ciclo Ekumen, escrita originalmente en 1969, por sólo citar una novela suya; o Joanna Russ (1937-2011) con El hombre hembra, escrita en 1975, por también sólo mencionar una. Libros que son la Osa Mayor y la Menor, galaxias infinitas y inmarcesibles, eternamente frescas como rosas.
La trilogía Lengua materna incluye La Rosa de Judas (1990), publicada originalmente en 1987 y la no traducida Earthsong (1993).
Estoy a punto de empezar el banquete de La Rosa de Judas y, sí, no sufran más, también de restituir Lengua materna a su legítima propietaria.