Sánchez regresa a la escena
2018 ha echado a andar y Pedro Sánchez estrena año igual que despidió el anterior: desaparecido y mudo. Alejado de focos y micrófonos, el secretario general del PSOE no habla, no tuitea -hace meses que su cuenta de Twitter la gestionan otros- y no se prodiga por el panorama político-mediático. ¡Atentos porque esta semana vuelve a la escena! Será en uno de esos desayunos informativos diseñados a mayor gloria del conferenciante, en el que las posibilidades de que el patrocinador incluya una pregunta de un periodista depende tanto del número de empresarios que acuda a la cita para ser visto y escuchado en su disertación posterior ante el público como de la voluntad del moderador para atornillar al invitado y que, con frecuencia, suele ser nula.
Con todo, su simple reaparición ya es noticia. La última vez que se le vio fue junto a Miquel Iceta en Barcelona un día después de las elecciones catalanas, y fue para lamentar que la displicencia de Rajoy no hubiera ayudado a parar el secesionismo. Desde entonces, no se sabe de él. Ni ha opinado sobre el laberinto catalán, ni ha valorado los autos del Supremo, ni ha desvelado cómo y cuándo piensa reconducir su estrategia política. La desplegada hasta ahora es obvio que no ha dado los resultados esperados, por más que su equipo sostenga que desde su reelección como secretario general el partido mantiene una línea ascendente en las encuestas. No será en las últimas publicadas, ya que la mayoría ha puesto de manifiesto que la sombra de Ciudadanos es tan alargada que el crecimiento de los de Albert Rivera puede afectar negativamente al PP, pero también al PSOE.
Que Podemos se haya desfondado en el conjunto de España no quiere decir que el terreno que los morados achicaron al socialismo en las últimas generales vaya a ser recuperado por el PSOE, a quien los ciudadanos de momento no ven con nuevos bríos y mucho menos preparados como alternativa de Gobierno. El resultado de Iceta en Cataluña ha supuesto un jarro de agua fría para Sánchez, que creyó ver en la crisis territorial y en la tercera vía representada por el PSC una oportunidad para crecer a nivel nacional, si no para convertirse en primera fuerza, sí para sumar una mayoría suficiente con Podemos para arrebatar el Gobierno a la derecha.
Al Sánchez ilusionante de las primarias le faltaba un gesto de credibilidad y el apoyo al 155 de la Constitución le revistió, cual espejismo, del papel de hombre de Estado que los ciudadanos demandan a todo líder ante cualquier turbulencia política, mucho más si está en juego la planta institucional del país.
Siete meses después de haber sido reelegido secretario general del PSOE contra todos los elementos internos y externos y habiendo declarado solemnemente haber aprendido de los errores cometidos en su primer mandato, Sánchez vuelve a ser el que era, un líder sin rumbo definido, sin proyecto claro y con un equipo manifiestamente mejorable e incapaz de llenar el vacío que su ausencia del Congreso deja en cada semana parlamentaria.
Cierto que Cataluña lo ha copado todo y que sus idas y venidas a La Moncloa y a La Zarzuela para trazar la hoja de ruta del constitucionalismo frente al desafío independentista le ocuparon los primeros meses de su segundo mandato. Pero tampoco es que su gabinete se haya detenido demasiado en el diseño de una agenda complementaria para su pretendido objetivo de refundar el socialismo. La incapacidad de conectar con el electorado, con sus emociones y sus necesidades, es algo mucho más complicado que la conexión con la militancia que logró en las primarias de la pasada primavera. Una cosa es ganar dentro por los errores del contrario y otra, convencer más allá de las estructuras orgánicas. Y, por el momento, Sánchez ha demostrado que fue capaz de lo primero, pero tiene serias dificultades para lograr lo segundo.
El vacío discursivo vuelve a inquietar en el partido, y no sólo entre los habituales críticos del "sanchismo". Ya hay quien en la propia dirección federal no es capaz de atisbar un proyecto de país, más allá de un titular con el que salir al paso sobre la plurinacionalidad, improvisar con las recurrentes asambleas ciudadanas, plantar una revisión de la Ley de Memoria Histórica, o impulsar una legislación sobre la eutanasia como con la que pretende arrancar este curso político.
Todo mientras cunde la sensación de que la dirección socialista dedica más tiempo a las cuestiones internas que a la necesaria transformación del país, al desprecio a los críticos que al pensamiento político y a la concentración del poder orgánico que a la formación de equipos. Capítulo este último sobre el que hasta el propio Sánchez ha reconocido en privado no haber escogido en algunos casos con demasiado acierto.
No es para menos. Si alguno de ustedes es capaz de recordar el nombre de media docena de los miembros de una dirección que integran hasta 50 personas, es que es muy "cafetero" o pertenece a ese círculo de elegidos por Sánchez tras el último Congreso Federal. Salvo la presidenta Cristina Narbona, que se empeñó desde el principio en escapar del papel honorífico del cargo; el "todoterreno" José Luis Ábalos, que lo mismo sirve para poner orden en un territorio díscolo que para hacer un "cameo" en una escena humorística junto a Wyoming; la ex ministra Carmen Calvo por su papel en las negociaciones sobre el 155 y el sempiterno constructor de iniciativas sobre regeneración democrática, Odón Elorza, no hay muchos nombres de la nueva dirección a que los ciudadanos identifiquen como referentes del actual socialismo.
Ni siquiera los avances de la vicesecretaria general, Adriana Lastra, por desprenderse de los usos y costumbres de las Juventudes Socialistas ha conseguido convertirla en persona respetada en las distintas federaciones, donde prefieren la interlocución con Ábalos. Patxi López, que sirvió para cubrir el expediente de la integración tras las convulsas primarias, no ha tenido papel ni en su ámbito competencial (Política Federal); el sevillano Alfonso Gómez de Celis (Relaciones Institucionales y Administraciones Públicas), que estaba llamado a ser el número tres en el organigrama socialista, no termina de encontrar su lugar en el socialismo nacional; el portavoz de la Ejecutiva, Oscar Puente, no ha ejercido de tal más que en media docena de ocasiones en siete meses.
Cuentan además que el que hiciera las veces de gurú económico de Sánchez en las primarias y hoy secretario de Política Económica, Manuel Escudero, ya ha tenido diferencias de enfoque con el resto del equipo y que José Felix Tezanos (Estudios y Programas) ya ha desistido de poner en marcha la llamada Escuela de Gobierno que Sánchez quería impulsar desde la Fundación Pablo Iglesias por no compartir el modelo que un desconocido e inexperto en lides políticas Francisco Polo (Emprendimiento, Ciencia e Innovación) "ha vendido" a Sanchez. Y qué decir de Margarita Robles, la gran apuesta fallida de Sánchez para el Congreso y de quien ya se especula con el tiempo que durará en el puesto y si se le ofrecerá en breve un nuevo destino para intentar corregir el error de convertir en la voz del socialismo a alguien de notable capacidad técnica pero muy escasas cualidades políticas.
El resto del equipo, que es mucho y no del todo bien avenido, ni está ni se le espera. Y de ahí que con semejantes mimbres, se antoje imposible construir el cesto de un proyecto con consistencia y vocación de mayoría, que no pase por alto los fracasos y que no confunda la mayoría social con la orgánica.
Así arranca 2018 para los socialistas mientras, como dejó escrito Benedetti, "nadie se anima a hundir un remo en el espejo de las aguas quietas". Todo sea por la paz orgánica, que no la tranquilidad. Que ya se sabe que ésta última es la ausencia de angustia o preocupación, y de ambas aún hay mucho en este socialismo que no remonta.