La ilegalización del aborto, la última bomba arrojada contra la democracia americana: Hacia una teocracia cristiana ultraconservadora blanca
Cuando el autoritarismo avanza, las instituciones no protegen a los ciudadanos, sino que sucumben a la presión de este.
Las noticias internacionales están dominadas por la guerra de Ucrania. El injustificado y brutal asalto a un país democrático europeo por parte de un país vecino con un régimen autoritario que quiere eliminar las libertades y los derechos e imponer su tiranía ha hecho sonar todas las alarmas. Las democracias occidentales, en un momento de gran claridad moral, han comprendido la importancia de esta causa y se han volcado en ella. Los patriotas ucranianos, con su fe en su país y su futuro como una democracia moderna, son una fuente de inspiración para las democracias más establecidas, las cuales están experimentando un considerable nivel de fatiga.
Sin duda la más desgastada de todas es la democracia americana, cuyo constante deterioro es motivo de gran preocupación para sus aliados de la OTAN. La reciente filtración de un borrador del Tribunal Supremo en el que básicamente se propone eliminar uno de los derechos más fundamentales de las democracias modernas, a saber, el derecho al aborto, establecido y respaldado por ese tribunal durante casi cincuenta años, ha puesto de nuevo la precaria situación de la democracia americana en el centro de las noticias internacionales.
El juez Samuel Alito, autor de ese borrador, alega que la constitución no dice nada del derecho al aborto y que Este no está implícitamente protegido por ninguna provisión constitucional, por lo que no puede considerarse un derecho fundamental. En consecuencia, debe ser regulado por los estados, la mitad de los cuales más o menos están controlados por los republicanos, los cuales han prometido eliminar o restringir severamente el derecho al aborto en ellos. La filtración de esta propuesta que, de no producirse cambios, cuenta con cinco votos a favor y cuatro en contra, ha caído como una bomba en el ya desolado panorama político nacional.
Los expertos en leyes se han apresurado a señalar que, si se acepta la lógica del juez Alito, muchos otros derechos propios de las democracias modernas corren peligro también, ya que la constitución, que data del siglo XVIII, no los contempla. Se piensa que podrían ser ilegalizadas todas aquellas conductas consideradas pecaminosas por las iglesias cristianas ultraconservadoras, incluida no solamente la práctica del aborto, sino también el uso de anticonceptivos. Se cree asimismo que los derechos de los homosexuales y de los transexuales, incluido el derecho al matrimonio, podrían ser eliminados.
Para complacer a sus seguidores cristianos ultraconservadores, los republicanos hace tiempo que eligen jueces en base a su posición sobre el derecho al aborto con el explícito propósito de que lo ilegalicen.
Sin embargo, esos jueces, en las entrevistas para su confirmación por el senado, prometieron respetar los precedentes legales creados por la sentencia Roe vs. Wade, que, basada en el derecho a la intimidad y a la no interferencia del gobierno en la vida personal de los ciudadanos, convirtió el aborto en un derecho constitucional en 1973. Parece que, rompiendo su promesa, esos jueces piensan hacer caso omiso de casi cincuenta años de precedentes legales y llevar al país a la situación en la que se encontraba en los años 70, cuando el aborto era legal en unos estados pero no en otros y las mujeres acomodadas podían acceder a servicios médicos, mientras las carentes de medios económicos para pagar viajes y clínicas en sitios lejanos, se veían forzadas a contratar los servicios de no profesionales en sus lugares de residencia, con el consiguiente peligro para su salud.
El asalto al derecho al aborto es solamente la punta del iceberg de un asalto generalizado a la democracia que está teniendo lugar día a día en este país, donde los republicanos, en los estados que controlan, están creando reglas para restringir el derecho al voto a las minorías étnicas y otros segmentos de la población que tienden a apoyar a los demócratas. Estas reglas les permitirían también descartar los votos una vez emitidos, si estos no les gustan, poniendo la decisión en manos de las legislaturas estatales por ellos dominadas y no de los votantes. Además están instalando personas totalmente serviles en los cargos de secretario de estado. Los titulares de estos cargos son los que cuentan los votos en cada estado. Debido a que los secretarios de estado, tanto demócratas como republicanos, cumplieron con su deber y se negaron a hacer trampa en el recuento de los votos, Trump no pudo mantenerse en el poder ilegítimamente, como pretendía.
Lo que están haciendo los republicanos con todos estos cambios es preparar la cosa para no fracasar en el próximo golpe de estado que emprendan. Los amantes de la democracia viven en un constante estado de ansiedad. Cada vez se sabe más de la conspiración que culminó con el asalto al Capitolio el 6 de Enero. Está claro que en ella participaron no solamente el presidente Donald Trump y varios miembros de su gabinete, sino también varios miembros del congreso y que las fuerzas anti-democráticas, lejos de reconocer su derrota en las urnas y modificar su conducta de manera consecuente, cada vez están más envalentonadas y dispuestas a hacerse con el poder por la fuerza en cuanto se presente la ocasión.
En su esencia, el objetivo de los republicanos es imponer un gobierno de la minoría blanca cristiana ultraconservadora a la mayoría multirracial y multicultural, que incluye ciudadanos de muchas otras religiones, incluidas varias ramas de la religión cristiana, así como numerosos ciudadanos laicos. Los que lideran este movimiento son los cristianos evangélicos y los católicos activistas, que quieren forzar al resto del país a vivir de acuerdo con sus creencias. Esto se combina con el deseo que tiene buena parte de la derecha de preservar el poder de los blancos, subyugando a las cada vez más numerosas y preparadas minorías étnicas.
Como dijo Jennifer Rubin en unos artículos recientes publicados en el periódico The Washington Post, el Partido Republicano ya no es un partido. Es un movimiento consagrado a implantar un nacionalismo cristiano ultraconservador blanco. Este autoritarismo racial y religioso está causando verdaderos estragos en el país. Cuando empezaron los ataques a la democracia, muchos ciudadanos pensaban que las instituciones les protegerían del autoritarismo. Una de las instituciones más importantes en el sistema democrático americano es el Tribunal Supremo. Trump se jactó más de una vez de su control sobre este, logrado a base de poner jueces de su absoluta confianza.
Parece que Trump no hablaba por hablar. La propuesta del Tribunal Supremo respecto al derecho al aborto, con su desprecio a los precedentes establecidos y su descarado propósito político, ha minado gravemente la reputación de esta institución. Esta propuesta es una gran victoria del trumpismo y como tal la están celebrando los miembros de este movimiento nacionalista cristiano blanco. Cuando el autoritarismo avanza, las instituciones no protegen a los ciudadanos, sino que sucumben a la presión de este. El Tribunal Supremo ha pasado a engrosar la ya larga lista de daños sufridos por la democracia americana.
Mientras los ucranianos defienden con valor su nueva democracia, la vieja democracia americana se deshace sin que nadie sepa cómo impedir su destrucción. Sus complicadas y arcaicas reglas hacen posible que una minoría retrógrada puede controlar a la mayoría progresista. El derecho al aborto es un buen ejemplo de esto, pues cuenta con el apoyo de la mayoría de la población, pero está a punto de perderse porque los republicanos han logrado meter suficientes jueces extremistas en el Tribunal Supremo como para imponer al país la opinión de una minoría. No hay jornada en la que no estalle una bomba y se haga un nuevo agujero en el edificio de la democracia americana. La angustia con la que los ciudadanos contemplan las noticias cada día es indecible.
La bomba de la propuesta eliminación del derecho al aborto por parte del Tribunal Supremo no es la primera ni será la última. El asedio continúa y no está claro que los americanos vayan a tener tanto éxito en la defensa de su democracia como los ucranianos están teniendo en la defensa de la suya.