Trump: ¿democracia o decadencia?
Son pésimos tiempos para los amantes de la democracia; sobre todo, para los que realmente creemos en la dignidad humana como activo innegociable dentro de toda sociedad que se considere moderna. El asalto de Trump a la Casa Blanca es, sin lugar a dudas, un golpe difícil de encajar para gran parte de los que creemos y apostamos por la democracia como sistema de gobierno.
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Este artículo ha sido escrito conjuntamente con Roberta Chianese, máster en Ciencias Políticas por la Università degli Studi di Napoli L'Orientale y máster en Relaciones Internacionales por el Institut Barcelona d'Estudis Internacionals - IBEI.
Son pésimos tiempos para los amantes de la democracia; sobre todo, para los que realmente creemos en la dignidad humana como activo innegociable dentro de toda sociedad que se considere moderna. El asalto de Trump a la Casa Blanca es, sin lugar a dudas, un golpe difícil de encajar para gran parte de los que creemos y apostamos por la democracia como sistema de gobierno. Y, como defensores de los derechos humanos, nos negamos rotundamente a callar y asentir.
Aparte de la enorme complejidad de los fenómenos sociales, si hay algo que el resultado de estas elecciones ha dejado sobradamente claro es que la democracia, como sistema de gobierno que pretende que los Estados sean gobernados por y para (el bien de) los ciudadanos, debe ser, cuando menos, reconsiderada. Es obvio que este sistema falla cuando una persona, sin ninguna experiencia en el mundo de la política y acérrima respecto a los derechos de las minorías, puede asaltar el poder en el país más poderoso del planeta.
Por otra parte, resulta inevitable analizar estos resultados electorales desde una perspectiva europea. En una región del mundo donde el apoyo popular a los partidos de extrema derecha sigue en aumento y donde el perjuicio y el miedo al otro persisten, la victoria de Trump ofrece vía libre a ideologías racistas y aislacionistas. En este sentido, su elección representa una seria amenaza para los progresos logrados y los que están todavía por alcanzar en el ámbito de los derechos humanos.
Por si fuera poco, tener como presidente a un candidato abiertamente apoyado por el movimiento supremacista blanco no puede sino agravar la situación de determinados colectivos ya sitiados por una policía empeñada en sus constantes excesos. Si con Obama la violencia policial contra los afroamericanos ha sido constante y ha dejado en evidencia que queda todavía mucho camino por recorrer, cabe esperar que con Trump sea muchísimo peor. Desde luego, su figura otorga legitimidad a toda clase de ataques y agresiones.
Un país es una suma de intereses que se tienen que integrar desde el respeto, la diversidad y la dignidad. En consecuencia, un voto que se desentiende de todos los potenciales daños que de él se derivan dentro de esa misma sociedad, e incluso fuera, es un voto irrespetuoso e incívico. Debería preocuparnos que 59,4 millones de personas hayan visto en un Trump racista, machista, misógino y cínico la solución a sus retos diarios. Con todo, el hecho de que millones de personas apuesten por una opción no la hace moralmente defendible. Un voto que niega la paz, la dignidad, la seguridad y el respeto a los demás no es un voto respetable. ¡Solo faltaría!
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