El silencio de Puigdemont en los tres momentos clave de la crisis catalana
El expresidente no acudió al debate del 155, calló en el Parlament durante la DUI y no declara ante la Audiencia Nacional.
Siempre apela al diálogo, le gustan los mensajes institucionales, está acostumbrado a concurridas ruedas de prensa, se prodiga en los medios internacionales... Pero Carles Puigdemont ha declinado hablar en los tres momentos en los que toda Cataluña, España y la comunidad internacional esperaban sus explicaciones: el debate del 155 en el Senado, la aprobación en el Parlament de la declaración unilateral de independencia y su citación para declarar ante la Audiencia Nacional.
Han sido las tres jornadas clave, más difíciles, graves y de vital importancia en la mayor crisis institucional de España desde el 23-F. En las tres tenía la oportunidad de pronunciarse. Y siempre ha optado por el silencio. Un silencio por decisión propia, nadie le impedía hablar.
El Senado tramitó la semana pasada la decisión más importante en décadas y que no se había producido nunca en España: la aplicación del 155 para intervenir Cataluña. El mecanismo parlamentario incluía la posibilidad de que Puigdemont acudiera a la Cámara Alta para defender sus alegaciones en persona. Y se le dieron dos oportunidades: la reunión de la Comisión el jueves por la tarde y el propio debate en Pleno para ratificar las medidas el viernes. Asimismo, se abrió la posibilidad de que protagonizara un 'cara a cara' con Mariano Rajoy.
Durante días se dedicó a apuntar a través de otras personas que sopesaba ir en persona. Al final, nada. Mandó un burofax con las alegaciones que llegó tarde y envió al Senado al delegado de la Generalitat en Madrid, Ferran Mascarell.
No habló ni en la DUI
La excusa para no ir fue que a la misma vez se debatía en el Parlament sobre la respuesta al 155, que luego desembocaría en la votación de la DUI. Esto tenía lugar el jueves por la tarde y el viernes por la mañana. El Parlament organizó un debate en el que solo intervinieron portavoces parlamentarios, pero él podía hablar. De hecho, durante días se había dado por hecho que tomaría la palabra.
Su actitud: sentarse en el escaño, no tomar la palabra y gesticular ante algunas alocuciones. La oposición se lo afeó y hasta pidió intervenir la líder de Cs, Inés Arrimadas, para solicitar que el entonces president se dirigiera a los catalanes en un momento tan trascendente.
Él solo había hablado unas horas antes en el Palau en una breve declaración sin preguntas para descartar las elecciones y pasar la pelota al Parlament. En la Cámara, además, impulsó con su grupo que el voto de la declaración fuera secreto en urna. Solo diría unas breves frases en la escalinata después de aprobarse la DUI el viernes arengando a mantener "el pulso de país" con "paz, civismo y dignidad". Luego ni saldría al balcón, a pesar de que centenares de personas se lo pedían en la plaza de Sant Jaume.
Ni en las Cortes Generales ni en el Parlament... ni en la Audiencia Nacional. Puigdemont se ha quedado en Bruselas (Bélgica) y no ha acudido a responder esta mañana ante la jueza Carmen Lamela. La Fiscalía General del Estado ha presentado una querella contra él y los miembros cesados de su Govern por rebelión, sedición y malversación. Sí se han trasladado a Madrid su ex vicepresidente, Oriol Junqueras, y otros ocho miembros del extinguido Ejecutivo de la Generalitat. Esto puede llevar a que se dicte una orden de prisión contra Puigdemont. Tampoco lo podremos escuchar este jueves en sede judicial.
Declaraciones, palabras, discursos, mensajes, tuits... Pero en los tres días más importantes Puigdemont ha callado. ¿Estrategia? ¿Cobardía? ¿Orgullo? Que cada uno responda lo que piense.