Jorge Dezcallar: "Al CNI no se le dejó entrar en la investigación del 11-M"
Cuando el tío Guillermo visitaba Palma, al pequeño Jorge le dejaban estar un rato en el salón. Escuchaba fascinado las historias de aquel diplomático que traducía a Rilke y Pushkin, que veía amanecer sobre los lomos de un caballo en Nueva Delhi y que acudía a cenas de marajás en las que cada invitado descubría una esmeralda escondida en los pliegues de su servilleta.
Esas imágenes le llenaban la cabeza, junto a las lecturas de Emilio Salgari. A los doce años, Jorge Dezcallar (Palma, 1945) tenía muy claro que quería ser también diplomático. Enfocó sus estudios a ello y el sueño se hizo realidad. En su currículum puede presumir de haber sido embajador de España en Estados Unidos, Marruecos y ante la Santa Sede, así como de doce años de director general en el Ministerio de Exteriores.
Pero, además, un día recibió una llamada desde La Moncloa. El presidente José María Aznar lo quería ver. La propuesta: ser el primer civil que dirigía el Centro Nacional de Inteligencia (CNI). El hombre fuerte de los servicios secretos, el hombre que lo sabía todo de España. Aquello no tenía nada que ver con esmeraldas y vivió unos años “muy duros, muy difíciles y muy ilusionantes” -entre 2001 y 2004-, que ahora relata en el libro Valió la pena. Una vida entre diplomáticos y espías (Península).
Si durante aquella época sus labios estuvieron sellados, ahora ha decidido hablar ya jubilado. Un relato especialmente estremecedor sobre la gestión del 11-M. Un Aznar rodeado solo de un núcleo duro del partido que no se reunió nunca con el jefe de la inteligencia española, la utilización del atentado, “todos iban a lo suyo”. La política “es muy sucia a veces”, escribe. Esta parte de la historia nunca la habíamos escuchado hasta hoy.
Ha tenido cargos de responsabilidad con todos los presidentes de la democracia hasta Mariano Rajoy. ¿Con quién ha tenido mejor relación? ¿Y con quién menos feeling?
Es una pregunta complicada. Con quien he tenido más relación ha sido con Aznar porque he desempeñado cargos con él de mayor responsabilidad. Me he encontrado a gusto trabajando con todos porque siempre he sido leal con el Gobierno de turno, aunque creo que tengo un sentido de Estado que trasciende. Nunca me he metido en la política interna porque soy independiente.
¿Cuál ha sido su mejor momento durante su carrera diplomática e institucional? ¿Y el peor?
Mi peor momento fue, sin duda, el 11 de marzo. El segundo fue el 29 de noviembre de 2003, cuando murieron siete agentes de CNI. Mejores momentos tengo muchos, como mi época en la embajada de Marruecos, la paz con los indios de Ácoma, la recuperación del tesoro de Nuestra Señora de Las Mercedes. Recuerdo también toda la época de Roma con el cónclave -la elección de un nuevo Papa tras la muerte de Juan Pablo II- porque era apasionante ver el juego interno y las facciones dentro del Vaticano. Hay momentos muy interesantes como el del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Israel y el éxito de participar en la conferencia de paz de Oriente Medio.
Desempeñó el cargo de director del servicio de inteligencia desde una semana antes del 11-S, en 2001, hasta apenas un mes después del 11-M, en 2004. Dice que usted no era partidario de entrar en el “avispero” de Irak…
Hay que matizar estas cosas, pero es verdad. Yo creo que tienes que dar tu opinión leal al Gobierno democrático que tienes en cada momento. He sido leal con gobiernos del PP y del PSOE y creí que en aquel momento mi deber era decir varias cosas, que luego me costaron caro. Por ejemplo, no veo relación entre Sadam Hussein y las armas de destrucción masiva y tampoco entre Hussein y Al Qaeda porque son como agua y aceite, habían pedido que se le asesinara por impío. No tenía la seguridad de que hubiera armas. Creía que hacía falta otra resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, Aznar pensaba que le bastaba con la que tenía. Yo pensaba que no se daban las condiciones para hacerlo, pero el presidente pensaba de otra manera y tenía otras fuentes de información, que eran probablemente más perfectas que las mías. Yo tengo que aceptar lo que decide el Gobierno.
¿Cómo fue vivir desde dentro del CNI el atentado del 11-M?
Terrible. No me siento responsable de aquello, son los terroristas, pero en la medida en que no pude evitarlo es terrible pensar en ello. No tuve ningún elemento que me permitiera poder intuir que se iba a producir.
De hecho, reconoce en el libro que no vio venir aquello…
No, no lo ví venir. Si lo hubiera visto venir, hubiéramos podido tratar de impedirlo. Lo mismo que les pasó a los americanos con el suyo, los ingleses con el metro de Londres, los turcos, los de Bali. La gente que hace estas cosas elige el momento, la forma, el día. Hay veces que logras evitar atentados, diez días antes se detuvo una furgoneta al lado de Madrid con 500 kilos de explosivos. Hay veces que las cosas se evitan y otras, desgraciadamente, que no.
Durante los primeros momentos en el CNI pensaban que era ETA, según relata.
Absolutamente. Creo que aquella mañana lo pensábamos todos. Me acuerdo que el primero que salió a decirlo fue el lehendakari. Los servicios de inteligencia de países amigos me decían lo mismo aquella mañana, los propios etarras lo pensaban. También, es verdad, que teníamos una cierta obsesión con ETA, lo había intentado durante las Navidades anteriores en Baqueira, había puesto unas mochilas en un tren, había dicho que iba a amargar la salida de Aznar. Nunca lo consiguió, pero lo intentaba. No era descabellado pensarlo.
¿En qué momento empieza a creer que la hipótesis de la autoría islamista está por encima de la de ETA?
La Policía hizo un trabajo extraordinario en dos días. Se adueñó de la investigación desde el primer momento. La primera duda surge cuando aparece la furgoneta. Nosotros estamos al margen de esa investigación porque no nos dejan entrar. Encuentran la furgoneta, una mochila que no ha estallado, un teléfono, un chip, detonadores… A partir de eso empieza una investigación, en la que yo no participo. La policía hace un trabajo estupendo porque detiene en 48 horas a los primeros sospechosos. Las dudas empiezan cuando se descubre la furgoneta, aunque también podía interpretarse como una trampa. Había cosas que te hacían dudar. A mí, por la mañana me dijeron que era Tytadine, luego no erá. ¿Cuándo tienes la pistola humeante en la mano que ya ves que efectivamente no ha sido ETA? La tarde del sábado cuando se produjeron detenciones y se encuentra la reivindicación en la mezquita de la M-30. Ahí es cuando tenemos la convicción absoluta y no hay duda.
Una de las cosas que llama más poderosamente la atención es que dice que al CNI se le aparta de la investigación. ¿Cómo fue?
Absolutamente, al CNI no se le deja entrar en la investigación desde que la Policía encuentra la furgoneta. Nosotros no existimos, ni me convocan a mí ni a mi gente a ninguna reunión entre el día 11 y el 16.
¿No es anómalo? ¿Es normal que el jefe de los servicios de inteligencia no sea convocado durante el mayor atentado que ha sufrido el país?
A mí me lo parece, pero no es a mí a quien hay que hacerle esta pregunta. Me parece anómalo. Nadie me lo explicó.
¿Por qué cree que Aznar nunca lo llamó a La Moncloa?
Probablemente porque pensaba que lo que podía decirle no le interesaba, o porque pensaba que lo que podía decirle no le gustaba o porque no se fiaba de lo que yo podía decirle. No lo sé. Son tres hipótesis malas para mí.
Rememora que durante estos días Aznar se rodeaba de un núcleo duro partidista, de gente del PP.
Sinceramente lo creo. Las cosas hubieran sido a lo mejor de otra manera si aquella mañana terrible Aznar, que llamó a todos los periódicos, reúne a los socialistas, comunistas, vascos y catalanes y les dice ‘señores tenemos el mayor atentado que se ha producido en España y tenemos elecciones en tres días, vamos a gestionar esto juntos en beneficio del país’. Pero no se hizo así, se reunió de un grupito pequeño de incondicionales e hizo, a mi juicio, una gestión mala.
¿Que eso le costó las elecciones? No lo sé. En el momento en el que se produjeron, antes del atentado, había un empate técnico ya. El PSOE había subido mucho y Rajoy hizo una campaña muy anodina. Unos días antes de las elecciones, la información que yo tenía como jefe del servicio es que había un empate técnico. Creo que influyó el atentado, pero no tanto como la gestión que se hizo.
No se reunió, pero sí cuenta que habló con el presidente por teléfono y que llegó a decirle que eso “olía” a islamistas.
Así fue, lo conté en la comisión de investigación. No tenía pruebas, pero dije ‘huele a islamistas’. Como digo, la pistola humeante apareció aquella tarde, pero ya el sábado por la mañana… Sin embargo, el sábado por la noche TVE tenía programada Shakespeare enamorado y acabó poniendo Asesinato en febrero. Cuando a las once de la noche la televisión pone esa película, ya había detenidos desde las cuatro de la tarde. Yo había visto a Ángel Acebes y no me lo había contado. Me habían pedido que saliera a las siete de la tarde diciendo que la línea de ETA seguía abierta. Eso son datos objetivos, luego está la interpretación.
Sostiene que le ocultaron información…
Me sentí marginado y utilizado.
¿Se sintió más solo que nunca?
Sí, te sientes muy solo.
¿Cómo es la sensación de ser el jefe del CNI y que no cuenten con usted?
Te sientes muy mal, dices qué está pasando aquí, por qué me margina a mí en el mayor atentado que ha tenido este país y, de repente, lleva la Policía la investigación en exclusiva. Creo que a la Guardia Civil le cuentan también poco. A mí no me cuentan nada. Yo sé que el primer día se convoca una reunión por Acebes en Interior a la que van la Policía y la Guardia Civil y nadie nos dice que mandemos a alguien. Nadie lo hace. El presidente se reúne aquella mañana con Acebes, Zaplana y Arenas y a mí no me llaman. A lo mejor pensaba que yo no estaba a ese nivel, no tenía nivel ministerial. Las cosas son como son.
Llegó a plantearse dimitir ese fin de semana. ¿Por qué no lo hizo?
Porque hay que tener sentido de responsabilidad y sentido de Estado. Si lo hubiera hecho en aquel momento, hubiera sido un bombazo mayor que el del 11-M. Eso hubiera tenido una influencia directa en los resultados electorales.
¿El Gobierno se agarra a la tesis de ETA porque cree que le va a beneficiar electoralmente?
No lo sé, es un juicio de valor. Yo digo algo así como que cabría interpretar que podría suceder algo así. Desgraciadamente, cuando se produce el atentado, todo el mundo va a lo suyo. El Gobierno debe pensar que está en empate técnico, que estos tíos han hecho una burrada y que si ha sido ETA, tiene mayoría absoluta otra vez. Los otros pensaron que si eran islamistas y era por meterse en la aventura de Irak, esto le cuesta el Gobierno a Aznar. Los dos jugaron a lo suyo, no me cabe duda. Y yo estaba en medio, más solo que nada. Por eso me quedé solo también. Si hubiera sido alguien del partido y del núcleo duro del PP, hubiera estado en las reuniones. Me parece a mí.
¿Llegó a hablar con el rey Juan Carlos durante esos días también?
Claro, y le dije en cada momento lo que pensaba. No recuerdo haberle visto esos días, pero claro que hablé. Tenía una relación muy fluida con su majestad.
¿Quiénes eran sus interlocutores políticos esos días? ¿Habló con la oposición también?
Hablaba con el presidente todas las mañanas y con el rey una, dos o tres veces a la semana. Con el jefe de la oposición tuve algunas reuniones, pero las espacié porque no me pareció tampoco que le interesaran mucho. Y luego, además, yo pasé algunos papeles y aparecieron en los periódicos. Oiga usted, si no guarda bien lo que le doy, pues dejo de darle. Se lo dije a Zapatero en aquel momento. Hablaba con los ministros de Exteriores y de Justicia y también con mis amigos, como Moratinos. ¿Hablaba con Rubalcaba como piensa la gente? Me llamó una vez aquella mañana y le dije que me parecía ETA. Me llamaron Narcís Serra, de parte de Pasqual Maragall, Ana Palacio, Javier Solana. Les decía lo que pensaba y lo mismo a unos que a otros.
Afirma que la “política es muy sucia” al recordar cuando hay una filtración de papeles del CNI.
Fue una desclasificación que hizo el Gobierno de unos papeles. Los que yo hago son secretos y no se pueden publicar salvo que lo apruebe el Consejo de Ministros. Desclasificó el primer informe, que con la información de entonces pensaba que era ETA, y otro del día siguiente diciendo que la primera reivindicación no nos parece seria en este momento, un corta y pega. Ahí no se hablaba de elecciones, ni guerra de Irak, ni nada. Eso son los papeles que publican, podrían haber sacado otros a lo mejor.
Cuando se publica eso, a mí me hace un daño horrible porque afecta a la credibilidad del centro e imposibilita mi cooperación con otros servicios extranjeros al comprometer a tus fuentes. Aquello me provocó una indignación muy grande y llamé al presidente para decirle que no podía seguir en esas condiciones. Me dijo que en ese momento tan complicado que no le creara más problemas de los que tenía. Es verdad que tenía muchos problemas, pero también me los creaba a mí. Hubo otros argumentos que me hicieron desistir [de la dimisión] como que había todavía gente en la calle con bombas que podían hacer una barbaridad y que no quería que nadie pensara que me bajaba en marcha de un buque que se hundía.
Llamó al presidente Aznar la noche electoral y lo notó “desconcertado”.
Yo estaba en casa de Ricardo Martí Fluxá y estaba también Fernando Almansa. Le llamé a las doce de la noche y lo noté desconcertado, muy triste y apesadumbrado. Creo que no se lo esperaba. Es verdad que no era él quien perdía las elecciones, sino Rajoy. Era lógico aquello, uno que piensa que va a ganar las elecciones y, de repente, le pegan un palo, lo comprendo, estaba tocado.
¿Cómo calificaría la gestión de Aznar esos días?
Una gestión partidista, mala, y tuvo mucho que ver con la derrota electoral. Manifiestamente mejorable.
Después de aquellas elecciones y con la llegada del PSOE, fue nombrado embajador de España ante la Santa Sede. Le tocó lidiar con el Vaticano en el peor momento de las relaciones durante la democracia.
Cuando Moratinos me dice ‘Jorge, quiero que vuelvas, y te ofrezco la embajada en el Vaticano’, le dije que si no tenía otra cosa porque me parecía un retiro dorado. Estuve a punto de no aceptar. Lo pensé un poco y me fui con pocas ganas, pensaba que me jubilaban. Sin embargo, me encontré con una embajada apasionante, en una ciudad preciosa y en un momento con mucha tensión en la relación bilateral por la política de Zapatero. Yo creo que hay cosas que se podían haber hecho de otra manera.
¿Cómo fue vivir en pleno Vaticano la aprobación de la ley del matrimonio gay? ¿Hubo muchas presiones?
Lo viví con un cabreo horroroso. Yo no hago la política, la hacen los elegidos democráticamente por la gente, y yo la ejecuto con lealtad al Gobierno. En aquel momento había un Ejecutivo que había aprobado el matrimonio gay, y yo lo acepto porque es mi trabajo. Pero, claro, cuando no me avisan, ni me dicen cómo puedo hacer para preparar que el otro lado lo acepte y me encuentro que el Congreso decide aprobarlo el día antes de la entronización del nuevo Papa, digo que es una estupidez porque en Roma se va a interpretar como una bofetada. Si lo hubiéramos hecho otra semana y me avisan para preparar el ambiente, otra cosa hubiera sido. No discuto las decisiones, sino las formas.
Habla de la improvisación de los políticos y llega a nombrar las ‘ZP Producciones’, como con el tema de la retirada de tropas de Kosovo, cuando estaba usted en la embajada de Washington.
Aquello fue tremendo. Fue un Gobierno tremendamente descoordinado. Lo digo aquí, desde el punto de vista de un humilde observador, en el Ejecutivo de Zapatero no había ninguna coordinación. En el caso del Vaticano intentó la vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, coordinar al final y se notó mucho. Con Kosovo pasó lo mismo, la ministra de Defensa, Carme Chacón, decidió que iba por libre y anunció un día la retirada de los soldados.
En Washington vive el estallido de la crisis económica. Una de sus conclusiones es la pérdida de peso internacional de España. ¿Cómo ve este asunto?
Lo veo muy claro. España tuvo más peso internacional con Felipe González y Aznar, los dos tenían una visión de España y una política exterior, mientras que con Zapatero y Rajoy no veo que haya sinceramente un proyecto, no tienen una visión. La política exterior no parece interesarle demasiado a ninguno de los dos. En este momento constato que Polonia pesa más en Bruselas que España, que somos la cuarta economía de la eurozona, o que se hacen cosas en América Latina de la que estamos ausentes, como el proceso de paz en Colombia. Hemos perdido peso internacional, me da mucha pena.
¿Por qué cree que Rajoy no ha contado con usted para un puesto de alta responsabilidad al llegar a La Moncloa?
No tengo la menor idea, nadie me lo ha explicado. Creo que tengo una carrera muy brillante, he sido doce años director general, he sido embajador en sitios muy importantes y lo único que me ofrecen es un puestecillo en el pasillo del ministerio, de embajador en misión especial a cargo de los pingüinos del Pacífico. Pues mire, no. Me voy a mi casa que estoy mejor. Y la verdad es que me han hecho un gran favor, porque no sé si me querían fastidiar o no, pero estoy encantado. He salido ganando.
¿Es una consecuencia de haber sido un diplomático independiente y no haber entrado más en el juego político?
Eso no lo sé, habría que preguntárselo a quienes me han dejado en la calle. No les tengo ningún rencor, no lo digo con ninguna amargura. Las cosas pasan como pasan. No hay mal que por bien no venga. De repente, me encuentro jubilado cuatro años antes, con buena salud, tiempo para disfrutar la vida y escribir un libro, estoy encantado.
Ahora que ve los toros desde la barrera, ¿qué piensa sobre lo que está pasando en Cataluña?
Como un jubilado cualquiera. La primera cosa que veo es que es un problema catalano-catalán, creo que los políticos catalanes que han llevado a Cataluña a esta fractura son unos irresponsables. Segundo, creo que con un 50% no se puede ir a ningún lado y no se puede crear nada en contra, sino a favor de, no se puede ir a ningún lado con la mitad de la población porque la situación es ingobernable. En tercer lugar, creo que es un problema político al que no se puede dar solo una respuesta judicial o un ‘no’ legal. Cuarto, no podemos obviar un hecho de que hay 1,8 millones de catalanes que no están cómodos en España y hay que ver, porque los queremos mucho, qué les pasa.
Ahora, eso no significa aceptar, como decía Oriol Junqueras al ganar en escaños, discutir el ‘cómo’ y no el ‘qué’. Un último comentario, si alguien me dice que ir contra la ley es democrático, que venga Dios y lo vea. En Europa eso no se usa. Esta gente está demostrando que de democracia saben muy poco. Democracia exige cambiar la ley convenciendo, utilizando el tiempo que haga falta. No puedes decir esta ley no me gusta y, como no puedo cambiarla, la incumplo. Y eso lo hace el presidente de una comunidad. ¿Eso es democracia? Democracia no es solo votar, eso lo hace Venezuela. Es respetar la ley, tener contrapesos institucionales, no adoptar posiciones partidistas… ¿Qué país vais a construir con un 50% y con una falta de sentido democrático tan fuerte? Es terrible. Desde el punto de vista exterior, Cataluña se va fuera de la UE y le va a costar mucho volver. Fuera hace muchísimo frío y se está muy solo.
Si tuviera que hacer una apuesta, ¿quién será el presidente el 20 de diciembre?
No me atrevo a hacerla. Creo en la sabiduría de un país que, aunque tiene una democracia muy joven, es capaz de votar de una forma diferente en las municipales, en las autonómicas y en las generales. No creo que haya precedentes. Vamos a encontrar una situación nueva, como decía con mucha gracia Felipe González, a la italiana sin italianos. Habrá que aprender a hacer coaliciones. No sé quién. Sé quién me gustaría, pero no lo voy a decir.
La profesión de diplomático causa fascinación entre muchos ciudadanos. Pero, ¿en qué consiste realmente?
Esencialmente es una vocación. La gente ve solo una parte, la del glamour, la del brillo, que es, a mi juicio, la parte más pesada. Después de ocho horas de trabajo en la oficina, tienes que ir a una cena o a un cóctel. Me molesta la imagen tópica que hay del diplomático, como la de un pijo que va de cóctel en cóctel. El trabajo es mucho más serio, de informar, de representar, de defender los intereses de tu país, de negociar. Exige una especialización y te lleva a vivir fuera de España, pero te aleja de tus amigos y tu cónyuge pierde el trabajo… Es una profesión muy sacrificada y muy bonita al mismo tiempo.