Cuando la risa cambia de bando
Imaginen la siguiente escena: un campo de concentración y un barracón con cientos de prisioneros rodeado por el ejército. ¿Qué grupo creen que tendría más posibilidades de reírse en esta situación: los soldados que están fuera o los presos que están dentro? La mayoría pensará que los únicos que pueden reírse son los que tienen el control. Imaginen ahora que los presos empiezan a reírse a carcajadas. Automáticamente entenderían que los guardias han perdido y que los presos tienen un plan y se ríen de ellos porque van a escapar. Quien ríe es quien domina la situación.
Existen muchos tipos de risa: la risa nerviosa, la provocada por las cosquillas, la de la alegría, la que indica diversión... Pero muchos pensadores coinciden en que la risa tiene mucho más que ver con el poder de lo que imaginamos. No en vano, la risa era la expresión utilizada por las tribus nómadas para manifestar su triunfo cada vez que ganaban a las tribus adversarias, algo que seguimos repitiendo hoy: sólo es capaz de reírse quien gana. Pero además de la alegría, la comedia siempre implica algo de tragedia, para que uno gane tiene que haber otro que pierda. El humor supone la degradación de una persona o de una situación: bien porque nos burlamos de ella o porque somos capaces de mirar desde una perspectiva que nos da la razón. Esta sensación de superioridad nos confiere un poquito de regocijo y placer. Thomas Hobbes lo llamaba la "gloria súbita" (por lo visto también tiene algo de satánico y maligno, según Baudelaire).
Esta semana varios artistas han sido insultados, amenazados, boicoteados y hasta llevados ante un juzgado por hacer chistes. El grupo Mongolia, compuesto por Edu Galán y Darío Adanti, ha visto peligrar sus funciones por las amenazas y coacciones de grupos de extrema derecha. El humorista Dani Mateo ha tenido que prestar declaraciones en los juzgados por sonarse los mocos en una bandera. ¿Por qué algunos chistes que se toleran y otros no? ¿Hay alguna forma correcta de hacer humor?
Está claro que no a todas las personas nos hacen gracia los mismos chistes, y esto tiene mucho que ver con el bando en el que estos nos sitúan. Reírse de los de abajo, de los colectivos oprimidos, suele estar más aceptado porque refuerza las creencias establecidas, no cuestiona nada, es fácil de hacer y de entender. Apelar a lo que ya conocemos nos hace sentir bien. El problema de este tipo de humor es que puede reforzar estereotipos dañinos para determinados colectivos. Hace escasos meses, el cómico Rober Bodegas se enfrentó a las críticas, y también amenazas, del colectivo gitano por uno de sus monólogos. Los clichés no son siempre justos ni beneficiosos para todos. Reírse de uno mismo o de tu propio colectivo suele estar más aceptado: dicen que es sano, ayuda a liberar tensión y a verse desde otras perspectivas. Reírse de los de arriba ya es más complicado: exige valor, da miedo y nos pone en una situación violenta por temor a las posibles consecuencias. Quien se ríe de los de arriba se arriesga, está en desventaja y tiene mucho que perder. Mover las estructuras y alterar lo establecido siempre encuentra resistencia.
Ante los últimos acontecimientos, el debate sobre los límites del humor está calentito. No hay cena o reunión que se precie en la que no se discuta sobre el tema. La mayoría coincidimos en que la libertad de expresión es un derecho fundamental que hay que salvaguardar (los insultos, amenazas y coacciones no forman parte de él) pero a partir de ahí lo mejor es que cada uno haga y vea el humor que prefiera. Algunos elegirán el cómodo, el que refuerza el status quo y no interpela. Otros se jugarán el cuello poniendo en jaque con su trabajo el discurso dominante. Dani Mateo mostraba esta semana su preocupación porque "estamos llevando a un payaso a los juzgados por hacer su trabajo". Todo depende del bando desde el que se ría: para muchos serás un payaso, para algunos eres un héroe y para otros el villano.