Algo se quema en la cocina de Bertín
Programa tras programa tenemos que aguantar con estoica perplejidad cómo Bertín, el macho ibérico por excelencia (y no lo digo por los platos de jamón que se mete entre pecho y espalda) se jacta de no tener ni idea de hacer uso de ningún utensilio de cocina y mucho menos cocinar ¿coci qué? mientras hace bromas de mal gusto y señala a su mujer, Fabiola, como culpable de no explicarle bien cómo se encienden los mandos de la inducción.
Desde que estrenó el sofá de Contacto con tacto, parece que Bertín le ha cogido gustillo a eso de despanzurrarse mientras charla campechanamente con sus invitados. Tenemos claro que este espacio lo domina a la perfección: piernas replegadas, brazos estirados y espalda relajada combinado con toques de cojín y algunos bostezos hacen que cualquier invitado se sienta como en casa... y a los espectadores nos entren ganas de dormir. Si no fuera por el leve movimiento de cámara o los marcos con fotos que cambian, la primera hora del programa sería lo más parecido a mirar el fondo de escritorio de Windows sin salvapantallas.
Pero la cosa cambia cuando se trasladan a ese extraño reducto de la casa también conocido como "cocina", que parece que el propio Bertín y la mayoría de sus invitados (hombres) sólo conocen de oídas, porque en cada programa y con cada comentario dejan en evidencia uno de los estereotipos de género más carcas que creíamos tener superado: la cocina es un espacio para las mujeres. Esto es lo que muestra una televisión pública y moderna adaptada a los tiempos.
Programa tras programa tenemos que aguantar con estoica perplejidad cómo Bertín, el macho ibérico por excelencia (y no lo digo por los platos de jamón que se mete entre pecho y espalda) se jacta de no tener ni idea de hacer uso de ningún utensilio de cocina y mucho menos cocinar ¿coci qué? mientras hace bromas de mal gusto y señala a su mujer, Fabiola, como culpable de no explicarle bien cómo se encienden los mandos de la inducción.
Hemos visto cómo Bertín ralla el queso con la parte de atrás del rallador, fríe a 5 metros de la sartén y deja las patatas peladas como una xilografía del siglo XV. Todo esto a él le hace mucha gracia y así lo expresa para dejar patente su masculinidad: "No lo he hecho en mi vida", "las que saben son ellas"; y por si quedaran dudas de quién lleva las faldas de la casa, lo recalca solicitando la ayuda de las expertas (mujeres): esto es, su hija, su mujer y la madre de alguno de los invitados (Carmina Barrios preparó a su hijo Paco León unos tuppers y les iba indicando por Skype los pasos que seguir).
Eso sí, la parte del vino Bertín la lleva mejor. Mientras los invitados cocinan, él se pimpla unos copazos que tumban a cualquier mortal, copa arriba, copa abajo, le aconseja a su mujer: "Mi vida, esto apréndelo tú que estás más en la postura de cocinera".
Lo del último programa con Iker Casillas fue un espectáculo a la altura de cualquier Quién quiere casarse con mi hijo, pero sin la necesidad de montadores ni efectos especiales. Después de relatar durante una hora y media los éxitos profesionales del portero, presentador y entrevistado pasan a la cocina y es entonces cuando freír unos simples huevos se convierte en toda una serie de despropósitos.
Primero viene lo de encender el fuego. Esta parte a Bertín le gusta especialmente y se recrea una y otra vez en no entender cómo funciona el cuadro de mandos "Cualquiera le cambia a Fabiola la inducción". En casa de Iker se pasan un minuto de reloj apretando todos los botones como si estuvieran en la sala de control de un transbordador espacial de la NASA. "¿Cómo se pone esto?", "dale a ese del medio también".
Pero el momento estelar llega cuando Bertín pide a Iker un cuchillo y éste abre todos los cajones porque no sabe dónde están "¿Dónde están los cuchillos, macho?" Tampoco sabe dónde están las servilletas ni los platos, que después de buscar aparecen milagrosamente en un armario con los cubiertos ya dispuestos encima. "¿Oye y Sara cocina?" "Sí, y lo hace muy bien" Iker, tronco, si va la tele a grabar a tu casa estúdiate un poco dónde están las cosas, que aunque no haya césped, el suelo de la cocina también se puede pisar.
Para celebrar tanta masculinidad, Bertín decide beberse unos huevos crudos ante los ojos del atónito entrevistado: "Como Rocky Balboa, ¿quieres probarlo?" Entonces, entra Sara Carbonero, la anfitriona de la casa (así la rotulan, aunque ella no reciba a nadie), que casualmente sólo aparece en la escena de la cocina: "Iker es la primera vez que enciende la vitro". Bertín hace alusión a lo guapa que está y a su maternidad. Cuando ella intenta contar algo de su trabajo, la cortan y cambian de tema.
"¿Tú crees que ella volverá a ejercer su profesión?", le pregunta Bertín cuando Sara ya se ha ido. ¡Vaya! habría estado bien hacerle esta misma pregunta al portero. ¡Ah! no, que los hombres no abandonan su profesión para dedicarse a la paternidad... ¿Hace otro huevo crudo?