No hay venganza de la geografía
El periodista americano ha publicado un libro titulado La venganza de la geografía, del que se ha hablado en la prensa recientemente. Tengo sentimientos encontrados. Me gusta leer el nombre de mi ciencia, de la geografía, en los periódicos, pero quizás no así.
El periodista americano Robert Kaplan ha publicado un libro titulado La venganza de la geografía, del que se ha hablado en la prensa recientemente. Tengo sentimientos encontrados. Me gusta leer el nombre de mi ciencia, de la geografía, en los periódicos, pero quizás no así. Kaplan vuelve la vista atrás para escribir algo que no es nuevo, y nos afirma, con una rotundidad casi pontificia, que la realidad que conocemos está determinada por una estructura geográfica inmutable, que le permite incluso predecir el futuro geopolítico global en función de un análisis topográfico.
En mi opinión, el autor del mencionado libro comete errores de bulto y publica una obra, que recibida como novedosa, es un pastiche entre afirmaciones de Perogrullo y atrevimientos injustificables, que tiene un resultado digno del mismo Arno Peters (el interesado cineasta promotor de la proyección cartográfica que lleva su nombre, con la finalidad declarada de desagraviar a los países subdesarrollados, aunque respondía más bien a la voluntad de Peters de vender mapas), pero que -y los méritos hay que reconocerlos- se asentará en los próximos años como libro de cabecera del determinismo geográfico, aunque carezca de fundamento.
Es absurdo pensar que la fisiografía (es decir, la geografía física, pues es a lo que se refiere Kaplan al hablar de geografía, ignorando la geografía humana) condicione unívocamente la realidad humana, como también sería incorrecto afirmar que no lo hace. Los seres humanos, a lo largo de decenas de miles de años de vida en la Tierra y especialmente desde la aparición de la agricultura, hemos aprendido a transformar y convivir con el territorio, pero no nos podemos independizar de él. Tampoco puede pasarse por alto que considerar al territorio como una estructura inmutable es desconocer profundamente su funcionamiento: ni siquiera los ríos más caudalosos, los desiertos más inhóspitos o los valles más fértiles lo han sido siempre en la historia humana (por no hablar de la escala temporal geológica). En algún momento, no demasiado lejano, el ser humano ha conocido un fértil Sáhara lleno de animales tropicales o un insufrible valle del Rin colmado por glaciares.
Incluso la acción antrópica ha resultado crucial en la configuración del territorio donde hoy se concentra la mayoría de la población mundial. Las llanuras litorales, como en la que yo escribo estas líneas y sobre la que se asienta la ciudad de Valencia, serían muy diferentes o incluso habrían llegado a no existir de no ser por la acción humana.
Cuando las primeras civilizaciones agrícolas deforestaban en la parte alta de las cuencas de los ríos, la erosión, el transporte de los materiales erosionados a través de los ríos y finalmente el depósito de estos materiales configuró un territorio en lo que había sido mar. Después, las civilizaciones posteriores, más avanzadas tecnológicamente, desecaron pantanos y albuferas de estas llanuras y las convirtieron en las tierras más fértiles del planeta.
Los hombres hemos abierto canales para la navegación, construido islas, aplanado montañas, desecado mares enteros (posiblemente, el mayor ecocidio conocido sea la desecación del mar de Aral por las autoridades soviéticas al desviar las aguas de los ríos de su cuenca hacia plantaciones de algodón), horadado cordilleras... nos hemos asentado en lugares casi invencibles, y hemos desarrollado sociedades prósperas, aún con los más extremos condicionantes geográficos, en todas las latitudes y longitudes del globo. La geografía no se venga del ser humano. Más bien al contrario: la geografía, que es la ciencia del territorio, ha ayudado impagablemente al ser humano a construir una humanidad universal, cuyas desgracias y dicotomías tienen más que ver con ideologías, intereses y actuaciones políticas y económicas que con ríos y montañas.
La realidad geográfica que habita el ser humano, es decir, el territorio, ha condicionado la economía y la política, que han forjado la civilización, pero no las ha determinado. El devenir histórico de las sociedades humanas no es, ni puede ser, independiente de la geografía, entendida como síntesis de los complejos factores territoriales y ambientales con los que convive la humanidad, pero desde la más estricta objetividad, no puede ni mucho menos afirmarse que sea la geografía la que determine la realidad.