Diario de una JESP: La cesta de la compra
Ay Paco. Mi querido Paco. Cuántas noches cenando pescado envasado al vacío. Cuántas horas buscando en el súper algo que no fuera salmón o bacalao. No tengo ni idea de qué haces tú, un Paco castellonense, vendiendo pescado en Dublín, pero tampoco me importa. Paco, por favor, no me abandones.
Venga, señora, ¡que me cierran el súper! Manda narices, siempre hay alguna graciosa como ésta que se mete en la tienda cuando la música está apagada y la reja bajada. Y ahora, tras probarse cincuenta prendas y tenerme esperando veinte minutos después de la hora de cierre, sale sin comprarse nada. Siento el impulso de agarrar con fuerza la caja registradora y tirársela a la cabeza. Pero me controlo, y en su lugar la despido con un "Tanks veri much" -con cara de Bulldog inglés, eso sí-.
Tras hacer las cuentas y cerrar la caja, salgo pitando hacia un supermercado de una cadena irlandesa muy conocida. Ya estoy harta de filetes a la plancha, ensaladas y brócoli al vapor. No os creáis que soy tan sana, ya me gustaría a mí. Es que es lo único que sé hacer -además de la tortilla de patata, ya sabéis-. Quiero cenar algo diferente, y a ser posible calentito, que me ayude a sobrellevar este frío polar. Mmmmm... ¡sopa! Me apetece sopa casera. Whatsappeo a mi madre para que me diga cómo hacerla, y su respuesta es, como siempre que hablamos de cocina, un enigma: "Un cuarto de pollo o gallina, un hueso de rodilla, otro de caña..." ¿Qué leches serán todas esas cosas? Aquí lo único que veo son alitas y muslos envasados al vacío. Y también pollos enteros, pero deduzco que no necesitaré tanta cantidad para una sopa, ¿o sí? Buf. Tengo que aprender a cocinar. Si por lo menos hubiese una sección de carnicería, para poder explicarle al carnicero lo que necesito. Pero no, aquí se limitan a empaquetarlo todo y dejar que la gente se sirva sola. Me doy por vencida. Paso de este súper y pongo rumbo a otro mercado más caro, pero que tiene carnicería y pescadería.
Entro y voy directa a comprar la carne. Me cuenta el responsable que de todo eso sólo tiene el cuarto de pollo. Lo trocea, lo envuelve y me cobra... ¡¡¡4 euros!!! Me apoyo en el mostrador para evitar caer al suelo de un infarto. ¿De verdad un pollo entero en Irlanda cuesta 16 euros? O aquí alimentan a las gallinas con caviar, o el carnicero se ha percatado de mi acento y me ha timado. Dada la situación financiera de este país, me inclino más por la segunda teoría. ¡Será ladrón!
Ya que estoy aquí, me paso por la frutería. A ver, a ver... dónde están las naranjas... ¿QUÉ? ¿54 céntimos cada una de estas naranjas enanas? Basta ya de bromas. A este paso me arruino, si no muero antes de escorbuto. Claro, si es que con el maravilloso clima que tienen aquí, sólo pueden cultivar manzanas, fresas, frambuesas y moras. Todo lo demás lo tienen que importar, y al ser una isla, el transporte es más costoso y el precio alcanza cifras astronómicas. Sin embargo, en el área de verduras hay alimentos que nunca he visto. Parecen todos tubérculos. Parsnip (que es como una zanahoria pero de color blanquecino), nabo, gengibre, patata dulce. Pues vaya plan. Si ni siquiera sé cocinar los productos españoles (bueno, realmente ninguno), imaginaos las delicias culinarias que podré hacer yo con estos tubérculos extraños...
Naranjas a 54 céntimos en un supermercado de Dublín. VERÓNICA ZUMALACÁRREGUI.
Intento evitar el pasillo de los dulces, pero mi instinto me guía hasta él (nunca os he dicho que soy el monstruo de las galletas). Y es que es imposible controlarme; ¡un paquete de cookies cuesta 38 céntimos! Cómo voy a comer sano, si me soplan 54 céntimos por UNA naranja y 38 por un paquete repleto de galletas. Mamá, papá, y todos aquellos amigos que me examináis de arriba a abajo con disimulo cuando venís a visitarme: ¿entendéis ahora por qué he engordado?
Aunque con pocas esperanzas de encontrar algo sano y a buen precio, termino el tour por la pescadería, aprovechando que éste es de los pocos sitios del centro donde venden pescado fresco. En los demás establecimientos sólo lo tienen envasado, y la variedad es bastante limitada. Igual que los ingleses, los irlandeses sólo comen salmón, bacalao (casi siempre rebozado y frito, en su versión megagourmet del Fish&Chips) y algo de caballa. Todo lo demás, lo exportan. De hecho, de los 745 millones de euros que generó la venta de pescado recogido y criado en Irlanda en 2011, unos 430 se obtuvieron de su exportación. (España es, por cierto, el segundo país que más toneladas le compró)
Miro atentamente los peces allí dispuestos, y los letreros que los acompañan. No reconozco muchos de ellos. (Como antes de emigrar vivía como una reina, lo habitual era verlos ya cocinados) Sole, hake, sea bass, whiting, trout... La madre del cordero, ¡pero qué serán estos bichos! ¿Los habré comido alguna vez? Cómo voy a cocinar yo estos peces, si ni siquiera sé lo que son. Saco mi blackberry del pleistoceno e intento utilizar su magnífico servicio de internet para averiguar qué es cada cosa. Ante mi silencio, el pescadero se me acerca y me pregunta "Hello Miss. Can I help you?". No. No puede ser. ¿He oído bien? Ese acento... ¿Ese acento es español? "¡Hooooombreeee! ¡Pues claro, guapa! ¡Soy de Castellón! Mira, esto es lenguado y esto merluza. Pero llévate la dorada que está más fresca". Ay Paco. Mi querido Paco. Cuántas noches cenando pescado envasado al vacío. Cuántas horas buscando en el súper algo que no fuera salmón o bacalao. Hasta que llegaste tú... Por fin, una circunstancia a favor de mi reinserción en la dieta mediterránea. No tengo ni idea de qué haces tú, un Paco castellonense, vendiendo pescado en Dublín, pero tampoco me importa. Paco, por favor, no me abandones.
Me voy caminando a casa cargada con una dorada, dos míseras naranjas, un paquete de galletas custard cream (sí, lo confieso, no he podido resistirme), y un cuarto de pollo de valor equiparable al de la deuda española. Mamá, prepara skype que me pongo a cocinar. Y a vosotros, ya os contaré qué sale. Keep tuned...
CAPÍTULOS ANTERIORES DE "DIARIO DE UNA JESP"
1) Otra JASP que se convierte en JESP