Los temibles tratamientos y remedios que usaban los sombríos médicos de la peste negra
Sus tratamientos, basados en una mezcla de superstición y conocimientos médicos limitados, reflejaban la desesperación de una época en la que la ciencia aún no había avanzado lo suficiente.
Durante el siglo XIV, Europa fue azotada por una de las pandemias más mortíferas de la historia: la peste negra. Esta enfermedad, causada por la bacteria Yersinia pestis, se propagó rápidamente, causando la muerte de millones de personas. En medio de este caos, surgieron los médicos de la peste, figuras sombrías que intentaban combatir la enfermedad con métodos que hoy en día nos parecen aterradores.
Vestidos con largas túnicas negras y máscaras con picos llenos de hierbas aromáticas, los médicos de la peste se convirtieron en símbolos de la desesperación y el miedo. Sus tratamientos, basados en una mezcla de superstición y conocimientos médicos limitados, reflejaban la desesperación de una época en la que la ciencia aún no había avanzado lo suficiente para entender y tratar la enfermedad de manera efectiva.
Uno de los tratamientos más comunes era la sangría, un procedimiento que consistía en extraer sangre del paciente con la esperanza de equilibrar los humores del cuerpo. Los médicos creían que la peste era causada por un desequilibrio de estos humores, y la sangría se realizaba utilizando sanguijuelas o instrumentos afilados para cortar la piel. Este método, lejos de curar a los enfermos, a menudo debilitaba aún más a los pacientes, llevándolos a una muerte más rápida.
Otro remedio popular era el uso de emplastos y cataplasmas hechos de ingredientes como excrementos de animales, hierbas y otros materiales orgánicos. Estos se aplicaban sobre las bubas, las dolorosas hinchazones características de la peste bubónica, con la esperanza de extraer el veneno del cuerpo. Sin embargo, estos tratamientos no solo eran ineficaces, sino que también podían causar infecciones adicionales debido a la falta de higiene.
Los médicos de la peste también recurrían a métodos más extremos, como la cauterización. Este procedimiento implicaba quemar las bubas con hierros al rojo vivo para intentar eliminar la infección. La cauterización era extremadamente dolorosa y, al igual que otros tratamientos, rara vez tenía éxito en salvar a los pacientes.
Además de estos tratamientos físicos, los médicos de la peste recomendaban una serie de medidas preventivas que incluían el aislamiento de los enfermos y la quema de ropa y pertenencias contaminadas. Las ciudades establecían cuarentenas estrictas, y los médicos aconsejaban a la población evitar el contacto con los enfermos y mantener sus hogares limpios y ventilados. Aunque estas medidas tenían cierta base en la prevención de la propagación de la enfermedad, la falta de comprensión sobre la verdadera naturaleza de la peste limitaba su efectividad.
En cuanto a los trámites a realizar, los médicos de la peste debían seguir ciertos procedimientos antes de tratar a los pacientes. Primero, se aseguraban de estar completamente cubiertos con sus trajes protectores, que incluían guantes y botas de cuero. Luego, inspeccionaban a los enfermos, buscando signos de la enfermedad como fiebre alta, bubas y manchas negras en la piel. Una vez diagnosticada la peste, procedían con los tratamientos disponibles, registrando cuidadosamente los síntomas y la evolución de la enfermedad en cada paciente.
Los datos relevantes de la época muestran que la peste negra tuvo su mayor impacto entre 1347 y 1351, aunque hubo brotes recurrentes en los siglos siguientes. Se estima que la pandemia acabó con la vida de entre el 30% y el 60% de la población europea, lo que equivale a aproximadamente 25 millones de personas. La desesperación y el miedo que acompañaron a la peste negra llevaron a la adopción de estos tratamientos extremos, que hoy en día nos parecen más propios de una pesadilla que de la práctica médica.