El fiero emperador español que elevó al Imperio Romano a lo más alto de su historia
Repasamos la intensa trayectoria de Marco Ulpio Trajano, uno de los pocos emperadores romanos de origen hispano.
El 27 de enero de 98 d. C., falleció en Roma el emperador Nerva, cuyo gobierno apenas duró algo más de un año. Anciano y sin herederos directos, poco antes de su muerte adoptó como sucesor a Marco Ulpio Trajano, quien ascendió al trono imperial. Trajano, de 44 años en ese momento, contaba con una vasta experiencia como líder tanto en las provincias como en el ámbito militar. Durante sus casi veinte años de reinado, llevó al Imperio Romano a su apogeo máximo. Su éxito fue tal que a los emperadores posteriores se les deseaba al comienzo de su mandato ser "más afortunados que Augusto y superiores a Trajano".
La historia de Marco Ulpio Trajano
Marco Ulpio Trajano vino al mundo en la urbe de Itálica, ubicada en las cercanías de la actual Sevilla, el 18 de septiembre del año 53 d.C. Los Ulpios ostentaban una posición destacada en la sociedad, cuya influencia se había acrecentado notablemente gracias a la labor de su progenitor: Marco Ulpio Trajano el Viejo había alcanzado el favor del emperador Vespasiano gracias a su desempeño como legado (comandante de una legión) durante la primera contienda judía. Vespasiano lo gratificó con el gobierno de diversas provincias en los años posteriores y, aún más relevante, elevó su estirpe al rango patricio, otorgándole acceso a las más altas magistraturas estatales.
Trajano el Joven, al igual que su padre, labró su camino en las filas militares durante el principado de tres emperadores: Vespasiano, y sus hijos Tito y Domiciano. Durante los primeros años del reinado de este último, fue nombrado pretor, ocupando así la tercera posición en jerarquía tras el censor y el cónsul. En el año 88, una rebelión liderada por el gobernador de Germania Superior, Lucio Antonio Saturnino, intentó arrebatar el trono a Domiciano, respaldado por una fracción del ejército y el Senado. La insurrección fue reprimida y los gobernadores leales al emperador fueron recompensados, entre ellos Trajano, quien finalmente ascendió al consulado en el año 91.
La resistencia contra Domiciano se intensificó en los años posteriores, provocando una escalada en la tiranía del emperador que alimentó aún más las conspiraciones, hasta que finalmente fue asesinado el 18 de septiembre del año 96. El Senado designó como sucesor a Marco Coceyo Nerva, un veterano senador con una larga trayectoria política, pero con escaso respaldo del ejército, que se había mantenido fiel a Domiciano. Dada la avanzada edad y la frágil salud de Nerva, la búsqueda de un sucesor se convirtió en una necesidad urgente.
Trajano emergió como un candidato idóneo debido a su vasta experiencia tanto en política como en el ámbito militar. Sin embargo, lo que realmente lo destacaba era su autoridad arraigada en el ejército, lo cual mitigaba el riesgo de una posible guerra civil por la sucesión imperial. Nerva lo acogió como su hijo adoptivo, iniciando así una tradición que continuarían los siguientes tres emperadores: Trajano, Adriano y Antonino Pío. Estos líderes no transmitirían el poder a sus hijos biológicos, sino que designarían como sucesor al individuo que consideraran más competente para el cargo. Esta elección, en parte, se debió a la ausencia de hijos varones legítimos o a la prematura muerte de estos.
En octubre del año 97, mientras se encontraba en Germania desempeñando su papel como gobernador, Trajano recibió la sorprendente noticia de que había sido adoptado por el emperador. Curiosamente, es probable que nunca hubiera cruzado palabra con Nerva en persona, dada la brevedad de su reinado. A principios del año siguiente, su pariente Publio Elio Adriano le dio una noticia aún más extraordinaria: tras el fallecimiento de Nerva el 28 de enero, Trajano fue proclamado como el nuevo emperador.
Las primeras decisiones de Trajano como emperador
Su formación militar había hecho de Trajano un hombre austero y prudente, que contrastaba con el carácter paranoico y tiránico de Domiciano. En realidad, el nuevo emperador no renunció a un ápice del poder que había heredado, pero lo supo ejercer de tal manera que sus acciones fueran vistas como actos de un primer ciudadano que se preocupaba por el bien del pueblo y del estado, en vez de los caprichos de un tirano; y sobre todo, actuando de una manera ejemplar acorde con los valores tradicionales romanos.
Las primeras decisiones de su principado fueron encaminadas a ganarse el favor de los tres pilares que garantizaban la estabilidad de un emperador: la estima del pueblo, el apoyo del Senado y la fidelidad del ejército. Para ello revocó muchas de las órdenes del reinado de Domiciano: amnistió a quienes este había condenado a la cárcel o al exilio, devolvió propiedades confiscadas, distribuyó generosas sumas de dinero entre los ciudadanos y retornó al Senado, al menos en apariencia, su capacidad de decisión: en realidad muchas de las decisiones las tomaba él mismo, pero sopesando los deseos de los senadores y actuando en consecuencia, de modo que se aseguraba su apoyo sin tener que forzarlo.
Demostró también una marcada tolerancia hacia las minorías siempre que no interfirieran en el funcionamiento del Estado, deteniendo temporalmente la persecución de los seguidores del cristianismo y permitiendo su culto siempre que se llevara a cabo de manera discreta y sin intentos de conversión. No obstante, no vacilaba a la hora de tomar medidas enérgicas contra cualquier desafío a la autoridad de Roma, como lo evidencia su represión de las rebeliones judías en las provincias orientales del imperio: un ejemplo claro fue la severa represión de los judíos en Chipre, quienes se alzaron en armas contra las fuerzas romanas y fueron sofocados, tras lo cual se les prohibió bajo amenaza de pena de muerte regresar a la isla.
El príncipe perfecto
Esta combinación de cautela y determinación, de disposición conciliadora y mano firme, contribuyó en gran medida a su popularidad entre los senadores y el pueblo romano, lo que llevó al Senado a otorgarle, en el año 114, el título por el que es recordado: optimus princeps, el príncipe perfecto o el mejor gobernante. La admiración por su figura perduró incluso hasta el Renacimiento, tanto que Dante Alighieri lo ubicó en el cielo de los justos en su obra cumbre, la Divina Comedia.
Trajano, reconocido por sus habilidades tanto como gobernante como líder militar, expandió el Imperio Romano a su máxima extensión territorial durante su reinado. Esta expansión, además de consolidar su poderío, le granjeó un considerable respaldo entre las filas del ejército, que ya lo respetaba antes incluso de su ascenso al trono imperial. Las nuevas tierras conquistadas prometían oportunidades para los colonos romanos, lo que contribuía a su popularidad entre las legiones.
El territorio de Dacia, situado en los montes Cárpatos y aproximadamente correspondiente a lo que hoy son Rumanía y Moldavia, había mantenido una relación de alianza con Roma desde los tiempos de Augusto. Sin embargo, la situación cambió cuando el rey dacio Decébalo comenzó a lanzar ataques contra las fronteras romanas a partir del año 85, derrotando a las legiones en cada encuentro. Trajano, al asumir el poder imperial, priorizó la sumisión definitiva de esta región, que no solo representaba una amenaza para la seguridad del imperio, sino que también ofrecía valiosos recursos, especialmente el oro necesario para solventar las dificultades financieras en Roma.
Conocido por su pericia militar, Trajano movilizó uno de los ejércitos más grandes en la historia romana, compuesto por catorce legiones completas y varias unidades auxiliares, alcanzando una fuerza de aproximadamente 150.000 soldados. Las campañas militares en Dacia se desarrollaron en dos fases distintas: la primera entre los años 101 y 102, que culminó con la rendición de Dacia como un estado vasallo, y la segunda, iniciada en el 105 d.C. tras la violación de los términos del tratado por parte de Decébalo. Esta segunda guerra concluyó al año siguiente con la anexión de Dacia como provincia romana, tras el suicidio del rey dacio para evitar la captura.
La conquista de Dacia representó el logro militar más significativo de Trajano. Los tesoros del reino dacio y las ricas minas de oro en los montes Cárpatos permitieron financiar extensas obras públicas en Roma, incluyendo la construcción de monumentos emblemáticos como la Columna Trajana, que detalla a través de sus relieves la campaña militar en Dacia.
En los siguientes años, el emperador continuó expandiendo las fronteras hacia Oriente, al anexionar el reino nabateo en el año 107, hasta entonces un cliente de Roma. Este período de paz vio a Trajano enfocarse en mejorar la administración del imperio y llevar a cabo reformas en múltiples áreas, con la intención de reducir las enormes disparidades entre clases sociales. Introdujo leyes para proteger a los pequeños propietarios de los latifundistas, agilizó la justicia y la administración, estableció un fondo público para préstamos y lanzó la Institución Alimentaria, un programa de alimentación y educación subvencionada para los niños de las clases menos privilegiadas y los huérfanos de guerra.
El vasto botín de las guerras dacias y la estabilidad de la frontera del imperio permitieron siete años de paz y prosperidad, durante los cuales Roma no enfrentó conflictos internos ni grandes amenazas externas por primera vez en mucho tiempo. Sin embargo, este período llegó a su fin en el 113 con la última empresa de Trajano: la campaña pártica.
La perdición de Trajano
El Imperio Parto había sido el principal rival de Roma desde los tiempos de Julio César, manteniendo un delicado equilibrio de poder en el Levante. La campaña de Trajano fue motivada en parte por el intento del rey parto Osroes I de expandir su influencia en Armenia. Trajano, admirador de Julio César, deseaba emular sus acciones antes de ser asesinado. Al igual que en Dacia, la campaña pártica resultó exitosa, permitiendo a Trajano recuperar el control de Armenia y expandirlo hasta Siria y Mesopotamia, llegando incluso a Susa, una antigua capital persa. Osroes fue depuesto y reemplazado por Partamaspates, un títere que aseguraba la estabilidad en la frontera.
Sin embargo, este éxito fue a la vez su perdición. En el año 116, durante una segunda campaña para sofocar las guerrillas en el territorio conquistado, Trajano enfermó y decidió regresar a Italia. Nunca volvió a ver Roma: murió en la madrugada del 9 de agosto del 117 d.C. en Selinunte, Asia Menor, renombrada Trajanópolis en su honor.
Anticipando su fin, Trajano había adoptado a Publio Elio Adriano como hijo, el único pariente con la experiencia necesaria para sucederlo y mantener los logros de Roma. Aunque Adriano tuvo que hacer concesiones, devolviendo parte de Mesopotamia a los partos a cambio de una frontera estable en Siria, el legado de Trajano permitió a su sucesor disfrutar de un reinado próspero y sorprendentemente pacífico.
Sus cenizas fueron colocadas en una urna llevada a Roma y depositada junto a la Columna Trajana, el monumento que mejor representaba la vida del emperador guerrero. Este gesto fue una clara muestra de la estima y admiración que Trajano había ganado, ya que se derogó una norma que prohibía los entierros dentro de las murallas de la ciudad desde los albores de Roma. Sin duda, los emperadores futuros tendrían una gran responsabilidad al escuchar las palabras "que seas más afortunado que Augusto y mejor que Trajano" en su momento de gloria.