El siniestro monumento a los ojos que luce en este pueblo de Madrid

El siniestro monumento a los ojos que luce en este pueblo de Madrid

Una obra que hará que sus espectadores se sientan observados.

Tarde calurosa en el centro de MadridGetty Images

Dicen que los ojos son el espejo del alma, y en el pequeño pueblo de Ambite, en la Comunidad de Madrid, hay unos ojos de piedra que parecen guardar secretos aún más profundos. En una solitaria colina de este tranquilo municipio, un enigmático monumento con decenas de cientos de ojos, expuestos en una serie de arcos de piedra que dan entrada al pueblo, observa silenciosamente el horizonte.

Se trata del Monumento a los Ojos, un lugar único en su especie en el que el visitante se sentirá observado y no al revés. Inaugurado en 1969, esta obra está formada por tres arcos cubiertos de azulejos de cerámica ilustrados en los que se exponen las diferentes miradas, ideas, símbolos y frases en torno a la figura de los ojos. Entre las representaciones podemos divisar grandes personalidades como Antonio Machado, Charles Chaplin o Pablo Picasso, entre otros.

El artista detrás de esta obra es Federico Díaz Falcón, un viajero que tuvo en mente la creación de un espacio donde se reflejasen múltiples miradas y ojos con los que él mismo miró el mundo. Aunque la idea fue originalmente suya, el madrileño contó con la ayuda del artista Rafael García Bodas, original de Talavera de la Reina, quien se encargó la elaboración de cada azulejo. Estos fueron ilustrados con tanto detalle que son fieles representaciones del universo visual y poético de Díaz Falcón.

Un gran olvidado del tiempo

Con el paso de los años, el Monumento a los Ojos de Ambite se ha convertido en un espacio cargado de simbolismo y misterio, alimentando tanto el imaginario de los locales como el interés de los visitantes. Los arcos, cubiertos por una colección de miradas y frases filosóficas, crean una atmósfera que invita a la reflexión. Una vez llegas a este lugar, merece la pena dedicarle un buen rato para contemplar cada matiz y cada detalle que conforman los azulejos.

Este monumento no solo es una obra de arte, sino también un homenaje al acto de ver y ser visto, un juego de perspectivas en el que el espectador también es observado. A día de hoy, han desaparecido mucho de los azulejos que hace años adornaban los arcos por la falta de cuidado de la obra. El autor, ahora fallecido, fue perdiendo progresivamente el interés por su obra por motivos desconocidos, algo que se puede ver en los estragos que son fruto del paso del tiempo y de la ausencia de algún tipo de restauración.

Sin embargo, lejos de quedar en el olvido, esta falta de cuidado ha añadido cierto encanto y misterio al monumento. Los azulejos parecen contar sus propias historias, como si cada grieta y mancha añadiera una nueva capa de significado a las miradas que vigilan el pueblo. Esta obra, más allá de sus enigmáticos ojos, se ha convertido en un símbolo de la localidad y un testimonio de cómo el arte puede transformar un espacio rural en un punto de encuentro para las miradas de todo el mundo.