El pirata español más famoso y sanguinario de la historia fue el último gran corsario del Atlántico
Uno de los episodios más célebres de su carrera tuvo lugar en 1723, cuando capturó un valioso cargamento de plata y mercancías en un barco inglés.
En el vasto océano Atlántico, donde las olas esconden secretos de tiempos pasados, se forjó la leyenda de uno de los piratas más temidos y respetados de la historia española. Amaro Pargo, cuyo nombre real era Amaro Rodríguez Felipe, se convirtió en el último gran corsario del Atlántico, dejando un legado de aventuras, saqueos y batallas que aún resuenan en la memoria colectiva.
Nacido en La Laguna, Tenerife, en 1678, Amaro Pargo creció en una época de exploración y conflicto. Desde joven, mostró una inclinación por el mar y las aventuras, lo que lo llevó a embarcarse en una carrera que lo convertiría en una figura legendaria. Su vida estuvo marcada por la audacia y la astucia, características que lo distinguieron de otros piratas de su tiempo.
Amaro Pargo comenzó su carrera marítima como comerciante, pero pronto se dio cuenta de que la piratería ofrecía mayores oportunidades de riqueza y poder. A diferencia de otros piratas, Pargo operaba bajo el amparo de la Corona Española, lo que le otorgaba una cierta legitimidad y protección. Este estatus de corsario le permitía atacar y saquear barcos enemigos, especialmente aquellos pertenecientes a potencias rivales como Inglaterra y Holanda.
Uno de los aspectos más fascinantes de la vida de Amaro Pargo fue su habilidad para navegar los complejos trámites legales y burocráticos de la época. Para obtener su patente de corso, Pargo tuvo que presentar una serie de documentos y pruebas de lealtad a la Corona. Estos trámites incluían la presentación de testigos que avalaran su buen comportamiento y su compromiso con los intereses del reino. Además, debía pagar una serie de tasas y cumplir con ciertos requisitos administrativos que garantizaban su actuación dentro de los límites permitidos.
A lo largo de su carrera, Amaro Pargo acumuló una considerable fortuna, no solo a través de sus actividades piratas, sino también mediante el comercio y la inversión en bienes raíces. Su habilidad para gestionar sus riquezas y su visión empresarial lo convirtieron en uno de los hombres más ricos de su tiempo. Entre sus posesiones se encontraban vastas extensiones de tierra en Tenerife, así como una flota de barcos que utilizaba tanto para el comercio como para sus incursiones corsarias.
Las hazañas de Amaro Pargo no se limitaban a los saqueos y las batallas navales. También fue conocido por su generosidad y su devoción religiosa. A lo largo de su vida, realizó numerosas donaciones a iglesias y conventos, y se dice que tenía una estrecha relación con la monja María de León Bello y Delgado, conocida como "La Siervita". Esta relación, envuelta en misterio y leyenda, ha sido objeto de numerosos estudios y especulaciones.
Uno de los episodios más célebres de su carrera tuvo lugar en 1723, cuando capturó un valioso cargamento de plata y mercancías en un barco inglés. Este golpe no solo aumentó su riqueza, sino que también consolidó su reputación como uno de los piratas más temidos del Atlántico. Sin embargo, su vida no estuvo exenta de peligros. En varias ocasiones, Pargo tuvo que enfrentarse a la armada inglesa, que intentaba capturarlo y poner fin a sus actividades.
A pesar de los riesgos, Amaro Pargo logró retirarse con éxito de la vida pirata y disfrutar de sus últimos años en relativa tranquilidad. Falleció en 1747, dejando tras de sí un legado de audacia y aventura que ha perdurado a lo largo de los siglos. Su tumba, situada en la iglesia de Santo Domingo en La Laguna, sigue siendo un lugar de interés histórico y cultural.
La historia de Amaro Pargo es un testimonio de la complejidad y la fascinación del mundo de la piratería en el Atlántico. Su vida, llena de contrastes y matices, refleja la dualidad de un hombre que fue tanto un temido pirata como un respetado benefactor. A través de sus acciones, Pargo dejó una huella indeleble en la historia marítima de España, convirtiéndose en una figura emblemática del último gran corsario del Atlántico.