Eduardo Blasco, el campeón del mundo español que ha salvado a 756 migrantes en el mar: "Esto es lo mejor que he hecho"
Este nadador ha llegado a poner en riesgo su carrera deportiva por rescatar migrantes. Ahora, quiere dar voz al drama "olvidado" de El Hierro y pide actuar "y hablar" sobre las mafias que trafican con seres humanos en el mar.
Eduardo Blasco es campeón del mundo en la modalidad de rescate y socorrismo, ha ganado 36 campeonatos de España absolutos, ocho medallas con la selección española y ha defendido los colores de España en seis Mundiales y cuatro Europeos. Sin embargo, ninguna de esas es la cuenta más importante de su vida. Esta no es otra que la de las vidas humanas que ha salvado de migrantes en medio del mar. De momento va por 756.
Influenciado por los valores de su familia y una gran afición por la defensa de los derechos humanos en el mundo (es graduado en derecho y no deja de formarse a diario), este vasco afincado en Canarias de 29 años es un caso raro en el deporte de élite. Él no prioriza sus competiciones. Todo en su vida está alterado por una llamada para un nuevo rescate. Desde que hiciera su primera misión en mar abierto hace algo más de un año después de salir campeón del mundo en Italia ya se ha embarcado en otras diez y avisa que la cifra va a seguir creciendo.
“Había hecho rescates en costa, pero ver la situación que se estaba viviendo en las costas italianas me hizo pensar que yo podía hacer algo más. Quise aprovechar que ya había sido campeón del mundo y atreverme a hacer un rescate masivo. Fui a probar y es lo mejor que hecho. De lo único que me arrepiento es de no haberlo hecho antes”, cuenta ahora Blasco, que ha salvado muchas más vidas que las que no ha podido llegar a tiempo.
Este exitoso nadador no duda en afirmar que esto es lo más importante de su vida y que todo lo demás pasa a un segundo plano: “Cuando hago un rescate, yo estoy convencido y comprometido con la causa hasta niveles perjudiciales para mi carrera. Cuando marcha un barco quieres ir porque sabes que estás salvando vidas. Mi mente me dice ‘Eduardo no hay nada más importante porque esto es lo más importante’. Creo que es lo único verdaderamente bueno que he hecho en mi vida”.
"Si hago esto sin cobrar es porque lo importante para mí es ayudar y me siento muy mal cuando digo 'no', así que muchas veces hasta me frenan ellos para controlarme", explica entre risas.
El pasado mes de septiembre, cuando regresó de su última misión rescatando a 132 personas de Bangladesh a pulso en medio del Mediterráneo, llegó a España dolorido y necesitó un mes y medio para recuperarse de su hombro. Todo eso con un campeonato del mundo en Australia y otro en China por delante, pero eso no le cambia su forma de ver la vida.
“A veces me viene fatal de fechas, pero te tienes que ir porque la gente no huye de la guerra tú digas. Ellos salen cuando la marea lo propicia, el señor de la guerra pierde el control de la costa o la mafia les cobra un dinero por el viaje”, argumenta Blasco, que sólo ha colaborado, formalmente, con los proyectos de salvamento marítimo español Aita Mari y Open Arms.
Sale a colación un asunto "espinoso", las mafias que trafican con seres humanos. "Te digo que claro que hay mafias y remolcan y hay que fiscalizarlas. Y claro que hay móviles satélite que son clave para actuar contra ellos, por eso hay que tirarse al agua para cogerlos y tratar de localizar a los responsables. Claro que hay señores de la guerra que gestionan los accesos a esas balsas a precio de oro. Y claro que hay que hablar de ello. No entiendo por qué hay tanta ansia por opacar. No odio a nadie más que a esta gente", espeta de forma encendida, admitiendo, también, que "no todo son mafias".
Incluso ha sufrido algún encontronazo desagradable con estos individuos, como ocurrió en su última misión con Open Arms. "Llegamos a fotografiar a los que traficaban con ellos. Yo intenté hablar con ellos mientras otro compañero les grababa, preguntándoles de dónde venían; ellos me decían que eran pescadores y yo me encendí y pregunté que dónde estaba el pescado". Su tensa charla no fue a mayores, pero al menos sirvió para captar unas imágenes cuyo tratamiento, una vez llegaron a la central de la ONG, prefiere no revelar "por seguridad".
A punto de perder la vida en un rescate
Blasco sabe que un rescate no es ir al cine, al fútbol o a ver un concierto. Aunque esté de sobra preparado, su vida también está en juego. Algunos son por la noche y no se distingue el mar del cielo, como uno que hizo en medio del Mediterráneo con luna nueva. Además, el agotamiento y el frío también son factores a tener en cuenta.
En un rescate menor en Canarias en 2018, sin ser uno de los más masivos, dio más de lo que podía y se metió a salvar a una persona en condiciones de agotamiento total. Estuvo él a punto de perder la suya. “Tenía el cuerpo lleno de ácido láctico y un principio de hipotermia, eso te invalida totalmente”, recuerda. Aún así lo hizo porque, como dice, le sale de dentro.
“Prefiero que me pasé algo a mí que dormir pensando que alguien ha muerto porque no lo intenté. En el momento no sentí miedo porque la adrenalina y la situación de estrés no te permite pensar tanto, pero luego sí que vi que podía haber pasado algo”, asegura. Por suerte, ambos siguen respirando y todo quedó en un fuerte susto.
Esta exposición al peligro constante tiene en vilo a su familia, que aunque está orgullosa de su labor, vive preocupada cada vez que se sube a un barco. “Mi madre no está en contra porque luego está orgullosa pero tampoco está feliz de que haga esto y tiene miedo, aunque al final la gran parte de mi entorno y mi familia me apoya”, confiesa Blasco, que hasta su entrenador y sus compañeros de profesión le entienden a pesar de a veces discrepar
Además del tema físico, lo que hace también requiere de una fortaleza mental. Él va al psicólogo para sobrellevar esas situaciones de estrés y las pérdidas humanas que ve: “Voy a muerte, pero creo que a veces sí podría haber hecho algo más, aunque él me dice que si no hubiéramos ido no habría salido nadie de ahí. No se puede focalizar en la gente que se pierde porque tú no tienes la culpa de esa situación, pero sí que he pensado que he podido hacer más”.
El dilema de participar en algunos campeonatos
El Mundial de fútbol de Qatar fue el ejemplo más claro de lo que supone llevar un evento deportivo a un país en el que no se respetan los derechos humanos, pero ni mucho menos es el único. Antes fueron el Mundial de fútbol en Brasil, los Juegos Olímpicos de Río o de Pekín y un largo etcétera de ejemplos.
A él ahora le va a tocar prepararse para dos competiciones, una en China y otra en Australia. En las dos le surge el dilema de si ir o no. “En China no respetan ni medio derecho casi y en Australia el parlamento ha votado en contra de los derechos de las tribus aborígenes. Entonces te surgen las preguntas de si ir y no decir nada, ir y protestar o directamente no ir”, afirma Blasco, que confiesa que esto le genera mucho estrés porque “es entrenar muy duro y con mucha exigencia para ir a un sitio al que no crees”.
Por eso y por respeto al trabajo de su entrenador va a ir a competir, pero avisa que va a preparar algo para hacer sus reivindicaciones: “No me puedo rajar así como así. En Australia si me meto en la final tengo que pensado hacer un guiño a esos indígenas que llevan sufriendo lo insufrible 150 años y en China también la quiero preparar”.
Además, sus actuaciones sirven de ejemplo para otros deportistas que estén comprometidos con los derechos humanos, pero que no se atrevan a ser tan claros. “Hay dos tipos de deporte y deportistas: el que organiza la Supercopa de España en Arabia Saudí y el que como Marc Gasol va a Open Arms a rescatar personas o el de los alemanes, que se pusieron un brazalete negro en Qatar para defender los derechos LGTBI”, opina Blasco, que para conocer más el tema está haciendo una tesis doctoral sobre los derechos humanos en la frontera sur.
El 'olvido' de El Hierro: "La solución es tratar a las personas como personas"
Durante toda su vida, él también da conferencias y hace una defensa a ultranza sobre este asunto: “No son opiniones ideológicas, puedo tener una opinión u otra a nivel de economía, pero los derechos humanos son blanco o negro, no hay grises”.
Por ello, muestra su sorpresa por el hecho de que no se esté actuando en Canarias ante la crisis que se está viviendo y explica que todo el mundo debería ser proderechos porque al final son personas y se necesita ser empático: “La solución es que traten a las personas como si fuesen personas y no maletas. No puedes estar con cosas burocráticas mientras que hay gente que tiene que beber y comer para sobrevivir. Si queremos seguir siendo libres y mantener el contacto social tenemos que respetar esos mismos derechos de las personas que no son de nuestro país”.
Porque, como añade, "tú haces la parte ética, pero topas con el estado de Derecho y la política y empiezan los problemas". Bien lo sabe de experiencias en Italia, Libia y otros países.
Pero su última misión le ha llevado a 'casa', a Canarias, por los últimos episodios en El Hierro, le afectan sobremanera. Por lo que ha vivido y por el "olvido" que sufre la isla, donde se han batido récords de llegadas de inmigrantes. "Aprovecho para denunciarlo, porque todos estamos horrorizados con razón por Gaza, pero no hay nadie casi hablando de El Hierro", confiesa.
Son tareas diferentes, que mezclan "labores de vigía, algún rescate en agua, muchos en tierra, entrevistas... porque el flujo es constante y tienes que afrontarlo de un modo más amplio", añade, dolido porque allí no operen las oenegés españolas.
Explica, intentando que no se malinterpreten sus palabras, que "como ONG es más sencillo salvar vidas fuera de tu país. Y para mí es un error, porque considero que donde mejor podría ayudar cada oenegé es en su propia tierra". Mezclando derechos humanos con política le duele admitir que "si traes migrantes a un país vas a tener problema con ese país, porque es una situación compleja para el país receptor". Inmediatamente hace una aclaración, no quiere que esta situación "sirva de ataque" a estas entidades, "porque de no ser por Open Arms, por Aita Mari... hubieran muerto muchos más miles de personas".
Lo que no puede ser, prosigue, es que se hayan devuelto a personas siete u ocho veces en caliente sin conocer la situación de esa persona. “En Libia hay gente que prefiere tirarse al mar y morir que volver a Libia, es que ese es el nivel”, llega a decir Blasco, que recuerda que todos podemos ser refugiados en algún momento de nuestra vida. “Mira Ucrania, ahora tienen a sus hijos estudiando aquí y con su ciudad natal bombardeada y hace tres años vivían. Hay que ser empáticos”, asegura.
Vuelve a la empatía, la que le falta a quienes le atacan en las redes sociales. Allí asegura recibir "amenazas" habituales de usuarios de ultraderecha "por rescatar migrantes". Pero también recibe ataques, como confiesa con cierta sorna, de la izquierda por tratar cuestiones como la "necesaria regulación" de las llegadas y la admisiones. Me caen palos a ambos lados, pero no puedo comprar el 'pack' completo de ninguno de los lados".
Profundiza más en esta cuestión. "Hay que recepcionar, sí, pero dando seguridad jurídica, porque si no hay sanitarios, si no hay instalaciones de atención es imposible atender incluso a quienes necesitan esa ayuda urgente", continúa, asegurando que el 'equilibrio' está "en proteger los derechos humanos".
No evita una palabra maldita para muchos, las 'devoluciones', sobre las que cree que "muchas veces se hacen por lotes, por colectivos. Hay víctimas de tortura, de guerra, que han sido metidos en ese 'lote' devuelto por pertenecer a un colectivo". La solución logística no es fácil, pero sí cree necesaria una "inversión mayor, y mejor, de recursos para evitar la colectivización en las devoluciones. Analizar los casos es mucho dinero, recursos y trabajo humano, pero merece la pena. Cuando te toca vivir lo que te he contado es muy duro".
No esconde las muchas durezas que le toca afrontar en su camino. Tampoco, su certeza de que seguirá haciéndolo hasta que el cuerpo le aguante y no reste más que sume en las misiones de rescate. Hasta entonces, será, remata, "un deportista normal que intenta hacer las cosas bien".