Abandona la escuela a los 11 años, esclava doméstica a los 12 y en una pandilla a los 15: una vida descarrilada por una partida de nacimiento

Abandona la escuela a los 11 años, esclava doméstica a los 12 y en una pandilla a los 15: una vida descarrilada por una partida de nacimiento

Sin documentación oficial, Esther ha vivido una infancia robada, atrapada en un ciclo de abuso y explotación.

Tres jóvenes estudiantes de Nairobi hacen sus tareas en un colegio de la capital keniata.Gerald Anderson

A sus 20 años, Esther (nombre ficticio), ha relatado al diario británico The Guardian una infancia marcada por las dificultades derivadas de la falta de un documento esencial: su partida de nacimiento. En su preadolescencia en Nairobi, la escuela era su refugio, un lugar donde podía soñar con escapar de la dura realidad que compartía con su madre, Mueni, en una casa de paredes frágiles, situada frente a una alcantarilla en el barrio de Makadara. Sin embargo, este oasis se desmoronó cuando, a los 11 años, la escuela exigió a los alumnos el certificado de nacimiento para inscribirlos en los exámenes nacionales.

Ese simple requisito acabó por desbaratar la vida de Esther. Su padre, ausente, era quien guardaba el documento, y la búsqueda de su madre para obtener una copia resultó infructuosa. Con trámites burocráticos y la imposibilidad de costear los viajes entre Nairobi y su localidad natal, la esperanza de conseguir el certificado se esfumó. Sin él, Esther fue expulsada de la escuela y con ello, de una educación que podía haber cambiado su destino.

A los 12 años, se vio obligada a abandonar el hogar en busca de trabajo. Una familia de un barrio residencial de Nairobi le prometió “tratarla como a una hija”, pero pronto comenzaron a explotarla. Esther limpiaba y cuidaba a los niños desde las tres de la madrugada hasta la noche, sin recibir un salario digno. “No quiero ni recordar los días en que ni siquiera me dejaban descansar”, comenta. La experiencia de abuso se agravó con la falta de empatía de sus empleadores, quienes la humillaban frente a los invitados y llegaban incluso a castigarla físicamente por cualquier retraso en sus tareas.

Del abuso laboral a una pandilla

Sin perspectivas laborales y socialmente aislada, Esther dejó la casa en la que trabajaba. Poco después, fue introducida en una pandilla en la que, a los 15 años, se convirtió en “mensajera” de drogas y armas, utilizando su condición de menor para evitar sospechas policiales. La promesa de que algún día recibiría una compensación la mantuvo en el grupo hasta que la muerte de dos miembros y el arresto de otro la obligaron a escapar. “Corría peligro, pero cuando intenté salir, me dijeron que nadie dejaba el grupo con vida”, confiesa.

Finalmente, tras ser rescatada por una organización benéfica en Nairobi, Esther empezó un curso de peluquería. Sin embargo, la falta de documentación sigue siendo un obstáculo, ya que necesita el certificado de nacimiento para obtener un documento de identidad y poder trabajar de manera formal.

El caso de Esther no es único. Según la ONU, la falta de documentación en países como Kenia priva a miles de niños de servicios básicos y los empuja a empleos informales. Sin embargo, las autoridades muestran escaso interés en resolver esta situación. Mueni, su madre, concluye: “Habría que facilitar el acceso a estos documentos. La falta de un simple papel puede arruinar vidas, como la de mi hija”.