Después de la trágica muerte de mi marido, he decidido darle sentido a la vida
Me he pasado la mayor parte de estos últimos 30 días perdida en ese vacío que inunda el corazón y limita el pensamiento. He vivido 30 años en estos 30 días. Soy 30 años más triste. Me siento 30 años más sabia. Y podría seguir sumida en la nada, pero prefiero elegir la vida y el sentido.
Hoy es el final del shloshim por mi marido: ya han pasado los primeros 30 días. En la tradición judía, hay un intenso período de duelo conocido como shiva que dura siete días tras el entierro de un ser querido. Después de shiva se puede retomar la mayor parte de las actividades cotidianas, pero es el final del shlosim lo que marca la conclusión del luto religioso por un cónyuge.
Un amigo de la infancia que ahora es rabino me dijo hace poco que la oración más poderosa que había leído era: "No me dejes morir mientras siga vivo". Nunca habría entendido esa oración antes de perder a Dave. Ahora sí.
Creo que cuando ocurre una tragedia, se presenta una oportunidad. Puedes lanzarte a la nada y dejar que el vacío que inunda tu corazón y tus pulmones limite tu capacidad para pensar e incluso para respirar. O puedes intentar buscarle significado a las cosas. Me he pasado la mayor parte de estos últimos 30 días perdida en ese vacío. Y sé que muchos de los momentos futuros también se verán consumidos por un vasto vacío.
Pero si puedo, quiero elegir la vida y el sentido.
Y este es el motivo por el que estoy escribiendo: para marcar el final de shloshim y devolver algo de lo que los demás me han dado. Aunque la experiencia de duelo es profundamente personal, la valentía de los que han compartido sus propias experiencias me ha ayudado a salir adelante. Algunos de los que me abrieron su corazón eran mis amigos íntimos. Otros eran completos desconocidos que han compartido su sabiduría y sus consejos públicamente. Así que estoy compartiendo lo que he aprendido con la esperanza de que ayude a alguien más. Con la esperanza de que alguien pueda encontrar el significado a raíz de esta tragedia.
He vivido 30 años en estos 30 días. Soy 30 años más triste. Me siento 30 años más sabia.
He adquirido un entendimiento más profundo de lo que significa ser madre, tanto a través de la intensa agonía que siento cuando mis hijos gritan y lloran como por la conexión que mi madre tiene con mi dolor. Ha intentado llenar el espacio vacío de mi cama, pasando cada noche a mi lado hasta que el llanto se fundía con el sueño. Ha luchado por aguantar sus propias lágrimas para dejar espacio a las mías. Me ha explicado que la angustia que siento es tanto mía como de mis hijos, y entendí que tenía razón cuando vi el dolor en sus propios ojos.
He aprendido que nunca he sabido realmente qué decir en los momentos difíciles. Creo que antes de esto no entendía nada; antes intentaba asegurar a la gente que todo iría bien, pensando que la esperanza era lo más reconfortante que podía ofrecer. Un amigo mío con un cáncer muy avanzado me dijo que lo peor que la gente podía decirle era: "Todo va a ir bien". Esa voz en su cabeza gritaba: ¿Cómo sabes que todo va a ir bien? ¿No entiendes que podría morir? El mes pasado aprendí lo que trataba de enseñarme. La verdadera empatía a veces consiste en no insistir en que todo irá bien, sino en reconocer que no es así. Cuando la gente me dice: "Tú y tus hijos encontraréis de nuevo la felicidad", mi corazón me dice: Sí, yo también lo creo, pero sé que nunca volveré a sentir la felicidad verdadera. Los que me han dicho: "Recuperarás la normalidad, pero nunca será como antes" me reconfortan más porque saben y dicen la verdad. Incluso un simple ¿cómo estás? -casi siempre preguntado con la mejor de las intenciones- se podría sustituir mejor por ¿cómo estás hoy?. Cuando me preguntan que cómo estoy, tengo que contenerme para no responder: Mi marido murió hace un mes, ¿cómo crees que estoy? Cuando oigo: "¿Cómo te encuentras hoy?" me doy cuenta de que la persona sabe que lo único que puedo hacer ahora mismo es seguir adelante cada día.
He aprendido unas cuantas cosas prácticas que importan. Aunque ahora sabemos que Dave murió de forma inmediata, no sabía que fue en la ambulancia. El viaje hasta el hospital fue insoportablemente lento. Odio a todos y cada uno de los coches que no se apartaron a un lado, a todos y cada uno de los conductores que se preocuparon más por llegar unos minutos antes a su destino que por dejarnos espacio para pasar. Me he dado cuenta de esto al conducir en muchos países y ciudades. Moveos. La vida del padre, la pareja o el hijo de alguien puede depender de ello.
He aprendido lo efímero que puede parecer todo, y que quizá lo sea. Que en cualquier momento y sin advertencia alguna, te pueden quitar de los pies el suelo sobre el que pisas. En los últimos 30 días, he escuchado demasiadas historias de viudas a las que les han ido quitando capas y capas del suelo que pisaban. Falta de redes de apoyo y luchas a solas mientras hacen frente al estrés emocional y a la inseguridad económica. Me parece terrible el abandonar a estar mujeres y a sus familias cuando más lo necesitan.
He aprendido a pedir ayuda y he aprendido cuánta ayuda necesito. Hasta ahora, he sido la hermana mayor, la jefa de operaciones, la que actúa, la que planea. Esto no lo planeé y cuando ocurrió, no fui capaz de hacer nada. Mis seres queridos se hicieron cargo. Ellos planificaron las cosas. Las organizaron. Me dijeron dónde sentarme y me animaron a comer. Todavía están haciendo todo lo posible por darme apoyo a mí y a mis hijos.
He aprendido que la resiliencia se puede aprender. Adam M. Grant me enseñó que la resiliencia tiene tres claves y que las tres se pueden trabajar. La personalización: darme cuenta de que no es mi culpa. Me dijo que evitase la palabra "lo siento". Que me repitiese una y otra vez esto no es mi culpa. La permanencia: recordar que no me sentiré así para siempre. Que irá a mejor. La omnipresencia: esto no tiene que afectar a todos los ámbitos de mi vida; la capacidad de compartimentalizar resulta sana.
Para mí, empezar la transición hacia la vuelta al trabajo me ha salvado. Ha sido una oportunidad para sentirme útil y conectada. Pero pronto descubrí que incluso esas conexiones habían cambiado. Muchos de mis compañeros mostraban miedo en su mirada a medida que iba acercándome. Y yo sabía por qué: querían ayudar, pero no sabían muy bien cómo. ¿Debería mencionarlo? ¿No debería mencionarlo? Si lo menciono, ¿qué puedo decir? Me di cuenta de que para restaurar esa cercanía con mis colegas que siempre había sido tan importante para mí, tenía que abrirme a ellos. Tenía que mostrarme más cercana y vulnerable que nunca. Les dije a mis compañeros que no pasaba nada por hablar de cómo me sentía. Una colega admitió que más de una vez había pasado por mi casa sin saber si debía llamar o no. Otro dijo que se quedó paralizado cuando me vio, preocupado por si decía algo que no debía. Ese diálogo franco reemplazó el miedo a hacer o decir algo mal.
Pero también hay momentos en los que no me puedo abrir a la gente. Fui a un acto del colegio de mis hijos en el que los niños enseñan a sus padres todos sus trabajos colgados en las paredes de clase. Muchos de los padres -que se han portado muy bien conmigo- intentaron establecer contacto visual conmigo o decir algo que consideraban reconfortante. Yo tenía todo el tiempo la mirada gacha para que nadie viera en mis ojos el miedo a derrumbarme. Espero que me entendieran.
He aprendido lo que es la gratitud. La verdadera gratitud por cosas en las que antes no reparaba... como la vida. Con el corazón roto, miro a mis hijos cada día y doy gracias por que estén vivos. Aprecio cada sonrisa, cada abrazo. Ya no subestimo ningún día. Cuando un amigo me dijo que odiaba los cumpleaños y que por eso no celebraba el suyo, le miré y le dije entre lágrimas: "Por dios, celebra tu cumpleaños. Tienes la suerte de poder hacerlo". Mi próximo cumpleaños será de lo más deprimente, pero estoy decidida a celebrarlo en mi corazón más que nunca.
Estoy realmente agradecida a las muchas personas que me han ofrecido su simpatía. Un compañero me dijo que su mujer, a la que no conozco, decidió mostrarme su apoyo volviendo a la escuela para sacarse el título, algo que había estando posponiendo durante años. ¡Sí! Cuando las circunstancias lo permiten, creo más que nunca en el respaldo de la gente. Muchos hombres -desde a los que conozco bien hasta a los que probablemente nunca conoceré- están honrando la vida de Dave al pasar más tiempo con su familia.
No soy capaz de expresar la gratitud que siento hacia mi familia y amigos que han hecho tanto y que me han garantizado que seguirán ahí. En los momentos brutales en los que me veo superada por el vacío, cuando los meses y los años se extienden frente a mí como un vacío infinito, sólo sus caras me impulsan a salir del aislamiento y el miedo. Mi cariño por ellos no conoce límites.
Estuve hablando con uno de estos amigos sobre una actividad padre-hijo para la que Dave nunca más volvería a estar. Y él se presentó con un plan para sustituir a Dave. Yo le grité que a quien quería era a Dave, que quería la opción A. Entonces me rodeó los hombros con su brazo y me dijo: "La opción A no está disponible. Así que vamos a probar la opción B".
Dave, para honrar tu memoria y criar a tus hijos como merecen ser criados, prometo hacer todo lo posible por explotar la opción B. Pero aunque haya terminado el shloshim, sigo llorando por la opción A. Y siempre sufriré por la opción A. Porque como cantaba Bono, la pena no tiene fin... y el amor tampoco. Te quiero, Dave.
El post apareció originalmente en la página de Facebook de Sheryl Sandberg.
Este artículo fue publicado con anterioridad en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano