La nueva política se conjuga en femenino
Una de las ventajas de construir un nuevo partido es que, por más compleja que sea la estructura que se pretende erigir, sus artífices cuentan con las manos libres para levantar un proyecto a partir de sus propias experiencias personales, laborales y políticas, sin los corsés de las inercias naturales de cualquier organización consolidada.
Una de las ventajas de construir un nuevo partido es que, por más compleja que sea la estructura que se pretende erigir, sus artífices cuentan con las manos libres para levantar un proyecto a partir de sus propias experiencias personales, laborales y políticas, sin los corsés de las inercias naturales de cualquier organización consolidada.
Y, al mismo tiempo, todo lo nuevo se erige sobre las ruinas de lo viejo ya derribado. Porque a menudo esos sillares somos nosotros y nosotras mismas. La inercia que no encontramos como organización nos marca y la traemos irremediablemente como personas nacidas, educadas y adaptadas a una sociedad masculinizada. Esa es la contradicción o, mejor dicho, la tensión que nos caracteriza.
En el caso de una organización joven como la nuestra, que ha nacido y crecido en la España de hoy y que tiene las dimensiones de Podemos, con más de 8.000 personas en puestos orgánicos, 65 diputados y diputadas y una veintena de compañeras en el senado, así como un centenar de miembros electos a parlamentos autonómicos, la igualdad de género venía incorporada en nuestro ADN "de serie".
Así como otras organizaciones políticas -meritoriamente- han tenido que hacer enormes esfuerzos para corregir el sesgo masculinocéntrico que entraña hoy la participación política, Podemos ha sido construido por hombres y mujeres educados en una sociedad democrática que, desde una tradición y vida cotidiana machista, a la vez va dejando atrás demasiado poco a poco la vieja segregación que relegaba a las mujeres al ámbito de lo privado, lo intrafamiliar -lamentable recuperación del término por parte Ciudadanos arrastrando al PSOE, un partido con una elogiable tradición en la lucha por la igualdad- frente al dominio y exclusividad del ámbito público por parte de los hombres. En el ADN de nuestro partido, el de nuestra época, convive esa tensión, propia de todo momento histórico de superación.
Esta feminización se refleja en una miríada de pequeñas pero cruciales cuestiones que configuran una forma nueva de enfrentarse en colectivo a los problemas colectivos -eso es la política en definitiva-.
Quizá el más destacable mecanismo correctivo para favorecer la incorporación de la mujer a los espacios de decisión del partido son las primarias abiertas del primero al último. La experiencia nos demuestra que hay un mayor número de mujeres seleccionadas por la gente que de hombres. Sólo un modelo democrático como el propuesto hace emerger este sesgo favorable a la feminización de la política.
Hemos ido dando pasos hacia una feminización de la organización (que empezó estando muy masculinizada), gracias a la cual tenemos Secretarias Generales al frente de Federaciones cruciales como Euskadi -Nagua Alba-, Navarra -Laura Pérez-, Andalucía -Teresa Rodríguez-, Canarias -Meri Pita-, y muy probablemente en breve, Galicia -Ángela Rodríguez-; en el ámbito municipal, por ejemplo en Andalucía, son mujeres quienes fueron elegidas para dirigir el partido en la mayoría de capitales, Sevilla -Begoña Gutiérrez-, Córdoba -Juana Guerrero-, Jaén -Trinidad Ortega- y Huelva -Pepa Gallardo-.
Somos además el partido con mayor tasa de diputadas en el Congreso. Experiencias políticas hermanas y homólogas en su conformación nos permiten hoy contar con alcaldesas como Manuela Carmena -y su portavoz municipal Rita Maestre- y Ada Colau en las principales ciudades de nuestro país. Además, esta legislatura será la que mayor número de mujeres diputadas tenga en la historia de nuestra democracia, y será, en parte, gracias a Podemos.
Esta importante representación femenina no sería posible si no hubiésemos construido una organización que, al tiempo que mantiene su activismo y compromiso con las necesidades sociales de nuestro Pueblo, no hubiera encontrado mecanismos para eludir la barrera de acceso que de facto suponen en los partidos clásicos las interminables asambleas, la lógica internista de las mismas, el exceso de testosterona y duelo de egos en los turnos de debate, etc.
Nuestra organización ha sabido también incorporar las nuevas tecnologías para evitar el presencialismo que penaliza a las mujeres (si bien habrá que luchar contra la brecha digital), ha volcado sus esfuerzos en la consecución de objetivos políticos -mirando hacia afuera- en lugar de objetivos organizativos -que miran hacia dentro y engendran las mencionadas dinámicas internistas, las prácticas burocráticas, los modelos de militante "culo de hierro", etc.-. Además, con el mencionado mecanismo de primarias del primero al último se incorpora un componente meritocrático que le es inherente y que progresivamente aborta las lógicas jerárquicas tan propias de estructuras militares/masculinas en las que las lealtades se confunden con sumisiones ahogando las enriquecedoras divergencias encauzadas orgánicamente.
Todo esto es motivo de celebración, pero mal haríamos si nos diéramos por satisfechos. Hay riesgos importantes que vienen de la mano de un periodo de menor intensidad política como el que llegará una vez formado gobierno -esperamos que más pronto que tarde, sólo depende del PSOE-. Efectivamente, en un momento de menor participación podríamos estar tentados de mirarnos a nosotros mismos y abandonar la orientación permanente a las necesidades de nuestra gente y volver a la inercia de sobrevaluar al militante (masculinización de espacios) frente al simpatizante (feminización de espacios), cercenando además nuestra mano tendida al exterior, la que nos permite desbordar los límites de la vieja política incorporando a miles de ciudadanos y ciudadanas multiplicadores no órganicos de nuestro mensaje.
Tenemos pues el reto de defender la feminización de nuestra organización como garantía de las dinámicas que nos hacen ser lo que queremos ser, nueva política. Tenemos el reto de estar a la altura de nuestro momento histórico y acabar con esa inercia masculina de las organizaciones clásicas.
Debemos por tanto seguir construyendo una organización que mire hacia las mujeres, que no se deje fuera a la mitad de la población, y que aplique nuevas formas de hacer política en las que desaparezcan los techos de cristal y las barreras de acceso. No hay nueva política sin protagonismo femenino, queda mucho por hacer.