El Precipicio Fiscal
Algunos observadores han comparado la situación actual a la película Thelma y Louise. Muchos se temen que republicanos y demócratas, en un ejercicio de irresponsabilidad de consecuencias impredecibles, decidan emular esa secuencia. Cuando se juega a ver quién cede primero las consecuencias son impredecibles.
Desde la victoria de Obama en las elecciones presidenciales del pasado mes en EE UU toda la atención se ha volcado sobre la necesidad de encontrar un acuerdo entre demócratas y republicanos para tratar de evitar el precipicio fiscal (fiscal cliff) que el país afronta si no hay acuerdo antes del 1 de enero. Durante las últimas semanas hemos seguido las negociaciones casi minuto a minuto, y hemos tratado de interpretar cualquier declaración de los líderes de ambos partidos para tratar de dilucidar las perspectivas de acuerdo. Con distintas combinaciones, los Republicanos proponen más recortes y los Demócratas más subidas de impuestos para los más pudientes.
Algunos observadores han comparado la situación actual a la película Thelma y Louise en la que las dos protagonistas, al final de la película, llegan al borde de un precipicio en el Gran Cañón, y deciden pisar el acelerador del coche y tirarse al abismo. Muchos se temen que republicanos y demócratas, en un ejercicio de irresponsabilidad de consecuencias impredecibles, decidan emular esa secuencia. Pese a lo peligroso, muchos políticos de ambos partidos están jugando con esa posibilidad como arma para extraer concesiones de sus contrincantes.
Cuando se juega a ver quién cede primero las consecuencias son impredecibles, y en ocasiones el choque (o la caída al precipicio) es inevitable, con el daño que se puede causar. No hay más que recordar lo que sucedió en agosto de este año cuando fueron incapaces de ponerse de acuerdo para aumentar el techo de endeudamiento: pese a que no terminó en quiebra, llevó a EE UU a perder su valoración de tripe A.
El gran problema es que nadie puede predecir a ciencia cierta cuáles serán las consecuencias de un fracaso de las negociaciones. Se sabe que supondría un aumento de los impuestos (los tipos impositivos subirían al no mantenerse las bajadas de tipos que se aprobaron durante la presidencia de George W. Bush), y al mismo tiempo una reducción drástica del gasto público (que se acordó como fórmula para aprobar el aumento del techo de la deuda). En total el efecto contractivo combinado de la subida de impuestos y la bajada del gasto se calcula entre unos 500.000 millones de dólares.
Mientras que muchos sostienen que la falta de acuerdo podría suponer una recesión de más de dos puntos en la economía de EEUU en el 2013, otros defienden que la economía estadounidense podría seguir creciendo entre unos y dos puntos. La diferencia de pronósticos es pues abismal, y supone jugar a la ruleta rusa: ¿queremos arriesgarnos y ver lo que pasa? Más allá de las estimaciones discutibles de cada uno, hay un elemento mucho más difícil de cuantificar, pero que puede tener un efecto incalculable, que es el impacto en la confianza. Es imposible predecir cómo van a reaccionar los mercados si caemos en el precipicio fiscal, pero lo que es indudable es que si se pierde la confianza no será fácil recuperarla, con lo que ello puede suponer. Además EEUU no tiene margen en la política monetaria porque los intereses están ya a cero, por lo que cualquier posibilidad de estímulo por ese lado en caso de recesión, es muy limitada.
Hace unos días me entrevistaron para un programa de radio de la cadena Univisión y una de las preguntas fue precisamente qué papel desempeñaría el presidente Obama. Desde las elecciones hay esperanza de que haya aprendido que su estrategia de delegar y esperar que los líderes del Congreso sean capaces de construir acuerdos es insuficiente. Y además que su tendencia a ceder demasiado como estrategia de partida en las negociaciones con los Republicanos no ha servido para convencerles, sino que al contrario les ha envalentonado y les ha llevado a defender posiciones aún más extremas que han hecho los acuerdos aún más difíciles. En los últimos días se ha dedicado a viajar por el país para explicar a los ciudadanos sus propuestas y tratar de convencernos para que presionemos a nuestros legisladores. Cabe dudar que eso sea suficiente.
Todavía podemos aprender lecciones de la historia. Se acaba de estrenar en EEUU la nueva película de Steven Spielberg sobre el presidente Lincoln basada en el best-seller Team of Rivals de Doris Kearns Goodwin. Más allá de la calidad excepcional de la película y de las extraordinarias interpretaciones de Daniel Day-Lewis y Tommy Lee Jones, es fascinante observar cuán relevante sigue siendo la historia para la política actual. La película se centra fundamentalmente en la aprobación de la decimotercera enmienda constitucional que abolía la esclavitud en EE UU, y el papel clave que desempeñó el presidente Lincoln. En ella se describe en gran detalle todas las maniobras a las que tuvo que recurrir Lincoln para conseguir que se aprobase la enmienda a la Constitución: desde sus discursos inspirando a la gente hasta la compra de votos de legisladores; de la persuasión individual con reuniones con miembros del Congreso para tratar de convencerles que votasen a favor de la enmienda, al compromiso con los legisladores en aceptar una enmienda que no iba tan lejos como muchos deseaban, pero que suponía la abolición de la esclavitud; hasta la decisión traumática de extender la Guerra Civil al posponer la negociación con los representantes del Sur para terminar el conflicto. Todo ello supone una lección magistral sobre la política de la que mucho tendría que aprender Obama (empeñado en no ensuciarse las manos y enfangarse en el barro), y muchos otros políticos. No he visto una mejor película sobre política en muchos años.
En esta crisis está mucho en juego: no ya solo la posibilidad de evitar una recesión durante 2013 (con lo que ello supondría para la economía estadounidense, y para la economía global), sino también demostrar la capacidad del sistema político estadounidense de encontrar soluciones a los problemas y los retos que afronta el país. En efecto, nos enfrentamos no sólo a una crisis económica sino también a una crisis de gobernabilidad. Y tan importante como es la primera, las dudas sobre la creciente ingobernabilidad del país, acentuada en los últimos años por la creciente polarización del electorado y de los dos partidos mayoritarios, es aún más preocupante. Si el Congreso y el presidente no son capaces de solucionar esta crisis, ¿cómo van a ser capaces de resolver la crisis a más largo plazo-el abismo fiscal- que se avecina si no se acometen reformas impositivas y estructurales más profundas? Se estima que si no se toman medidas la deuda aumente del actual 73% del PIB al 100% en 12 años.
El gran problema es que las bases Republicanas son mucho más conservadoras (y los demócratas más liberales) que los votantes en las elecciones generales lo que hace muy difícil para los moderados ser elegidos en las primarias. Este es uno de los factores que ha contribuido a la radicalización del Congreso, y a la disminución del número de Republicanos y Demócratas en ambas cámaras lo cual hace más difícil llegar a compromisos y conseguir acuerdos. El Congreso entrante será posiblemente uno de lo más polarizados de la historia.
El Partido Republicano se encuentra también en una encrucijada: tras años defendiendo a capa y espada las bajadas de impuestos como fórmula para estrangular los recursos del Estado y de dinamitar el papel del Estado en la economía, la dolorosa derrota ante Obama en las últimas elecciones les coloca en una gran disyuntiva: ¿Deben seguir oponiéndose a cualquier subida de impuestos para mantener su pureza ideológica, pese al impacto desastroso que esta postura podría tener sobre la economía estadounidense y el riesgo de que se les acuse como responsables del desastre?, o por el contrario ¿deben de abandonar las posiciones maximalistas de los últimos años y negociar un compromiso que involucre una subida de impuestos, así como una reducción del gasto y reforma de los programas sociales? Los últimos días ha habido varios miembros republicanos del Congreso que han mostrado su disposición a considerar una subida de impuestos. Esto en sí es una avance significativo que puede hacer saltar por los aires la ley de la Omertá0 que existía hasta ahora entre los republicanos sobre la posibilidad de subir impuestos, ya que casi todos firmaron el "compromiso" de Grover Norqvist de no subir los impuestos y recuerdan cómo romper esta promesa llevo a Bush padre a perder la presidencia. La derrota en las últimas elecciones, y el apoyo abrumadoramente mayoritario entre los estadounidenses a aumentar los impuestos a los ricos (según las encuestas si no hay acuerdo un 52% culparía a los Republicanos y un 27% a Obama), parece haberles empezado a despertar a la realidad.
Durante la crisis, si hay un elemento que ha separado claramente a EE UU de Europa, ha sido su apuesta por el pragmatismo frente a las posturas dogmáticas que vemos en Europa a favor de la austeridad a cualquier precio. En EE UU la política monetaria ha sido excepcionalmente expansiva y el Congreso ha aprobado paquetes de estímulo para promover el crecimiento. El resultado ha sido una recuperación mucho mas rápida que en Europa y una caída del desempleo. Es de esperar que EE UU, y los Republicanos en particular, aprendan la lección de Europa: la apuesta por la reducción de déficits como instrumento para recuperar la confianza está fracasando claramente en Europa. No ha habido ningún país europeo (empezando por España) en que se haya aplicado la austeridad en el que no haya aumentado la deuda y el déficit. Por el contrario en ausencia de bajadas de intereses lo que estamos viviendo es una caída de los ingresos, recesiones, y un aumento de la deuda y del desempleo.