El día de la victoria de Trump
La elección de Donald Trump como presidente de EEUU ha mostrado a un país profundamente dividido, con fracturas económicas, ideológicas, sociales, raciales y religiosas que se han acentuado en los últimos años. Y no ha calmado nada: al contrario, hoy hay manifestaciones en contra de su victoria por todo el país. Nunca, en mis 25 años en este país, había visto algo parecido.
Gran parte del interés el día después de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos está en explicar lo que ha pasado y por qué ha conseguido una victoria que pocos esperaban.
Su sorprendente victoria se debe a muchos factores: su dominio de los nuevos medios de comunicación, su personalidad provocadora y telegénica, que atrae la atención de mucha gente, su capacidad de entretener al personal, su discurso populista y nacionalista, que ha enganchado a los que se sienten marginados y abandonados, el descontento con los políticos y partidos tradicionales, el temor a la globalización, el rencor y resentimiento contra los inmigrantes, el miedo al terrorismo, las tendencias aislacionistas... Son todos factores que serán desmenuzados en las próximas semanas y meses. Muchos de ellos son fenómenos globales, y también los estamos experimentando en Europa.
Al mismo tiempo, hay que destacar los errores del Partido Demócrata. Su estrategia durante la campaña ha dejado mucho que desear y les ha costado muy cara; la autocomplacencia de que tenían una mejor infraestructura para organizar y movilizar a los votantes; el uso poco productivo de las donaciones (han gastado mucho más que Trump); la estrategia de centrarse más en las deficiencias personales de Trump, con la esperanza de que se autodestruyera, que en proponer un futuro optimista que atrajera...
También les ha fallado la confianza en que los votantes de estados tradicionalmente demócratas como Pensilvania, Michigan o Wisconsin votarían a Clinton les llevó a descuidarse y a no visitarlos suficientemente durante la campaña, y el hecho de que minusvaloraran el impacto mediático y la estrategia de campaña de Trump. Son errores acumulados que les han llevado a la derrota. Y no sólo en la presidencia, sino también en las dos cámaras del Congreso, que eran clave. Ha habido mucha autosuficiencia y mucha autocomplacencia.
Hillary Clinton ha sido también una mala candidata. Pese a una trayectoria política y de servicio público admirable que la cualificaba indudablemente para la presidencia, Clinton tiene también una historia de escándalos y decisiones cuestionables (la controversia sobre su decisión de usar una cuenta de correo electrónico privada ha marcado su campaña), así como una querencia por el aislamiento, la falta de transparencia y sinceridad, la lealtad a personalidades de su circulo íntimo muy cuestionables y una historia de mentiras que la hacían una candidata muy vulnerable. Además, le han lastrado los escándalos de la Administración de su marido, las donaciones a su fundación y el representar a las élites tradiciones.
Todos estos factores han contribuido a su fracaso en movilizar a los votantes demócratas y en reconstruir la coalición que llevó a Obama al poder durante dos elecciones consecutivas, ya que Trump ha ganado la presidencia -que no el voto popular- con menos votos de los que consiguieron sus antecesores republicanos perdedores, Romney y McCain. Y lo peor es que muchos de ellos ya se veían durante las primarias en las que un candidato septuagenario socialista de un estado muy pequeño la puso en graves aprietos.
También hay que resaltar como un factor importante el hecho de que fuese mujer. Habrá que ver los datos, pero parece muy probable que la resistencia de una parte importante del país a tener una mujer como presidenta en la Casa Blanca ha sido otro factor clave. El sexismo sigue siendo un grave problema en este país, y una asignatura pendiente. Todavía hay un grueso techo de cristal que romper. Las acusaciones y ataques que Clinton ha sufrido durante la campaña por ser mujer han sido deplorables.
Trump, por el contrario, ha tenido un éxito excepcional movilizando a una mayoría silenciosa y marginada que se siente profundamente desencantada con los líderes y políticas tradicionales. Ha creado una nueva coalición entre los descontentos y la mayoría de los votantes republicanos que, pese a su gran escepticismo (e incluso revulsión) contra su candidatura, han decidido que él sería una opción más aceptable que Clinton.
El odio hacia los Clinton ha sido sin duda un gran revulsivo para unir a los republicanos y movilizar a sus votantes. Sería fácil culpar a los menos educados y a los votantes de zonas rurales, pero eso sería una simplificación. En mis viajes por el país he visto carteles contra Clinton (algunos de los más virulentos, solicitando su entrada en prisión: "Clinton for jail!") al lado de mansiones de millonarios.
La elección de Donald Trump como presidente de EEUU ha mostrado a un país profundamente dividido, con fracturas económicas, ideológicas, sociales, raciales y religiosas que se han acentuado en los últimos años. En la época moderna nunca se había vivido una campaña tan extraordinariamente sucia, con ataques personales constantes. Trump ha llevado una estrategia extraordinariamente divisiva que ha enfrentado a sus seguidores (los desencantados, los que han sido abandonados por las élites, los que han perdido la esperanza en el futuro y ya no creen que el sueño americano sea posible) frente a los inmigrantes, las minorías, los musulmanes. Sus manifestaciones racistas, sexistas, xenófobas y misóginas han abierto grandes heridas.
Y la elección de Trump no ha calmado nada: al contrario, hoy (¡el día después de la elección!) hay manifestaciones en contra de su victoria por todo el país, lo que contrasta con la fiesta que se vivió con la elección de Obama hace 8 años. En vez de una celebración, esta victoria se esta viviendo, al menos en Massachusetts, donde yo vivo, como un funeral, con mucha ansiedad y miedo al futuro.
La agresividad de la campaña ha abierto graves heridas que no van a ser fáciles de cerrar. Hoy he sido testigo de ejemplos de personas llorando de miedo: inmigrantes atemorizados de lo que les pueda pasar a ellos y a sus familias, estudiantes internacionales que no saben si van a estar seguros en este país, hispanos que se vieron intimidados por gente que apoyaba a Trump y que no pudieron ejercer su derecho al voto...
Aunque pueda parecer exagerado, la dialéctica de confrontación y odio durante la campaña ha sido tan acentuada que ha generado una dinámica de miedo de la que va a ser difícil salir. Nunca, en mis 25 años en este país, había visto algo parecido.