Herman Melville, marinero en tierra

Herman Melville, marinero en tierra

Publicó Moby Dick con 32 años y el fracaso fue tan rotundo, las críticas tan malas, que su carrera literaria, potencialmente tan grande como la novela que acababa de dar a la imprenta, quedó truncada. Nunca se agotaron los 3.000 ejemplares que se publicaron de la primera edición y muchos de ellos se perdieron en un incendio del almacén de su editor en 1853.

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El día después de su muerte, el New York Times publicó este breve obituario: "Herman Melville murió ayer en su residencia del Este de Nueva York, en el 104 de la calle 27, de un fallo cardíaco, a la edad de 72 años. Fue el autor de Taipí, Omú y Moby Dick, y otras historias de marineros, escritas en sus primeros años. Deja mujer y dos hijas". Era el 29 de septiembre de 1891 y, pese a los denodados esfuerzos de Melville por ser considerado uno de los mejores novelistas de su tiempo, murió prácticamente en el desconsuelo del anonimato.

Publicó Moby Dick con 32 años y el fracaso fue tan rotundo, las críticas tan malas, que su carrera literaria, potencialmente tan grande como la novela que acababa de dar a la imprenta, quedó truncada. Nunca se agotaron los 3.000 ejemplares que se publicaron de la primera edición y muchos de ellos se perdieron en un incendio del almacén de su editor en 1853. Para el año 1886, Moby Dick, la novela más ambiciosa jamás concebida por un escritor norteamericano hasta el momento, estaba descatalogada.

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Ilustración de Moby Dick. Fuente: El bibliófilo enmascarado.

Antes de esto, Melville tuvo una vida de muchas vicisitudes. A la muerte del padre, un iluso con escaso talento que andaba siempre buscando un golpe de fortuna y que acabó arruinado y en bancarrota, la familia debió abandonar Nueva York y trasladarse a Albany, lo que obligó a los hijos a dejar de estudiar. Herman, el tercero de ocho hermanos, tuvo que dedicarse a distintos oficios. Trabajó en un banco y después como maestro rural. A los 19 años, sin saber qué hacer con su vida, un poco al estilo de su Ismael, el narrador de Moby Dick, decidió echarse el macuto a la espalda y hacerse a la mar. Estuvo como mozo de camarote en un barco mercante que cubría la ruta Nueva York y Liverpool, y luego como ballenero, viajando por los Mares del Sur y las islas de la Polinesia. Durante los cuatro años que estuvo en el mar, adquirió todas las experiencias que le servirían para componer sus novelas: Taipí, Omú, Mardi, Redburno Chaqueta Blanca, con las que logró adquirir cierta fama, debido al exotismo y la fantasía de sus historias.

Melville era hiperbólico y evasivo, animadísimo conversador y gran amante del whisky y el café, que le gustaba torrefacto, bien molido y servido justo antes de hervir. Era tan prolífico y rápido escribiendo que cometía numerosas faltas de ortografía. Apenas corregía y mientras escribía le gustaba encerrarse en el segundo piso de su casa de los Berkshires, adonde se retiró con su mujer e hijos después de estar viviendo en Nueva York durante tres años, para estar lo más cerca posible de su admirado Nathaniel Hawthorne. Cuando aún vivía en la gran metrópoli, ante el asombro de su suegro al escribir dos novelas en 6 meses, le envió una carta en la que reconocía que eran libros que hacía "por dinero, obligándome a hacerlos como otros hombres son obligados a serrar madera". Tenía muy claro que su vocación era ser escritor, y para ganarse la vida con ello era consciente de que había que profesionalizarse, es decir, tomárselo en serio y ponerse plazos. Al leer una crítica sobre su novela Redburn, dejó escrito: "Yo, el autor, sé que es basura, y lo escribí para poderme comprar algo de tabaco".

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Herman Melville hacia 1861. Fuente: Wikipedia.

De Melville nos han quedado algunos retratos en los que vemos a un hombre de luengas, levíticas barbas, ojos claros y mirada ausente, siempre bien apuesto y elegante, con trajes gruesos, camisas blancas y pajaritas de la época. Esta elegancia, sin embargo, contrasta con la opinión que tenían de Melville sus propios familiares y amigos, quienes le tildaban de desaliñado con "cierta heterodoxia en los asuntos de la lencería", como dijo Hawthorne con cierta malicia, haciendo referencia a su poca propensión a mudarse la ropa interior.

Empezó a escribir a los 26 años y sólo dedicó doce, de los 72 años de su vida, a la escritura. A los 38, desengañado y frustrado por la incomprensión que generaban sus obras, se dedicó a esbozar algunos versos que iba componiendo a escondidas, acto del que no quería que nadie se enterase, tal como solicitaba con apremio su mujer a su madrastra en una carta: "Te pido que no se lo cuentes a nadie".

Los largos meses que pasó con marineros a bordo de los balleneros, hicieron de él un hombre con inclinaciones a la "adhesividad" (término acuñado por Walt Whitman para hablar de la homosexualidad), lo que según algunos de sus exégetas fue la causa de que tuviera serios encontronazos con su esposa Lizzie, con quien había tenido cuatro hijos. Por cierto, los dos primeros, Malcolm y Stanwix, murieron en circunstancias extrañas: se dice que el primero se pegó un tiro en la cabeza a la edad de 18 años, aunque los médicos forenses cambiaron la versión, por una cuestión social, afirmando que Malcolm había muerto por accidente. El segundo, Stanwix, murió solo en un hotel de California a los 35 años, después de una vida repleta de fracasos.

Es extraordinario pensar que Melville coincidiera con Poe o Whitman en la Nueva York caótica de aquella época y que compartieran páginas de algunos semanarios, aunque nunca llegaron a conocerse. En un viaje de cuatro meses en el otoño de 1849, Melville debió de coincidir en las calles de Londres con Dickens, a quien admiraba profundamente, pero la mala fortuna impidió que llegaran a encontrarse. A su idolatrado Nathaniel Hawthorne, el autor de La letra escarlata, lo conoció en una excursión al Monument Mountain, donde les sorprendió una tormenta que les obligó a buscar cobijo entre las rocas. Allí estuvieron hablando más de dos horas, y allí se produjo el descubrimiento recíproco de los dos autores. Hasta tal punto fue así que Melville le dedicó Moby Dick"como prueba de mi admiración por su genio".

Algunos de sus libros posteriores, obras absolutas de la creación literaria de todos los tiempos, como Bartleby, el escribiente, Benito Cereno o la póstuma Billy Budd, pasaron desapercibidas. Esta última no se descubrió hasta 1924, después de pasar más de 30 años guardada en una coqueta panera de hojalata, donde su mujer, Lizzie, había colocado los manuscritos inéditos.

A Melville se le considera el precursor de la novela moderna, por sus indagaciones en el monólogo interior, por su ruptura con los esquemas de las novelas clásicas, por la elaboración de laberínticas ficciones, pero también por saber anticipar el absurdo y el sinsentido del mundo y las ciudades modernas, donde el hombre pierde sus atributos y se convierte en un pelele del sistema social, lo que le convierte en el antecesor directo de Kafka. También es el creador de un personaje que ha pasado al imaginario colectivo, el capitán Ahab, mito literario que está a la altura de Don Quijote, Hamlet, Sherlock Holmes o Raskólnikov, por poner algunos ejemplos.

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Gregory Peck en el papel del capitán Ahab, en la versión de John Huston. Fotograma de la película, vía Cinissimo.

A comienzos de 1863, Melville y su esposa dan por concluida su vida en el campo y regresan a Nueva York. Esta decisión se debió al ahogo financiero de la familia y a la imposibilidad de Melville de devolver un crédito que había pedido años atrás para comprar su casa. Como sus libros no le daban ningún tipo de beneficio y su sensación de fracaso iba en aumento, Melville decidió buscar trabajo. Tardó tres años en encontrar un puesto en el Servicio de Aduanas en los muelles del río Hudson, donde cobraba cuatro dólares al día, seis días a la semana. Allí, en una caseta con poco margen para la comodidad, se dedicaba a verificar mercancías y a cobrar tributos. De vuelta en su casa, le sacaba horas a la noche para componer poemas. Estuvo así 20 años hasta que, debido a los dolores crónicos que le acosaban, dejó de trabajar. Ya en los últimos meses de su vida comenzó a escribir una de las novelas cortas más bellas de la historia de la literatura, Billy Budd, pero no le dio tiempo a verla impresa. La muerte se lo llevó por delante el 28 de septiembre de 1891, en la casa prestada de su hermano en Nueva York. Murió de un paro cardíaco, en la más estricta soledad y en el más ignominioso de los anonimatos.