Los antivacunas son como los conductores ebrios: un peligro
Tanto si conduces borracho como si vas con un arma cargada en público o decides no vacunar a tus hijos estás poniendo en peligro tu salud y la de los demás. Muchos anti-vacunas dicen que ejercen su derecho a decidir, pero no tienen derecho a arriesgar la vida de otras personas.
Me enfado cuando la gente toma decisiones malas que amenazan la salud y la seguridad de otras personas. Tanto si conduces borracho como si desfilas con armas cargadas en público o decides no vacunar a tus hijos (a menos que tus hijos tengan algún problema de salud por el que no es recomendable vacunarse), eres un peligro para tu propia salud y para la salud de los demás, y estoy harto de la ignorancia y arrogancia que hay detrás de esas decisiones.
Para ser justo, voy a aclarar brevemente mi frustración con la conducción bajo los efectos del alcohol. Sabiendo lo que ahora sabemos sobre la interacción entre genética, neurobiología y las variables sociales del alcoholismo y el abuso de sustancias, siento algo de compasión por los conductores ebrios que están luchando contra la adicción. No digo que perdone la conducción bajo los efectos del alcohol, pero hay un diminuto fragmento dentro de ese fenómeno que requiere un poco de paciencia y comprensión.
Por su parte, los detractores de las vacunas ya no se merecen mi paciencia ni mi compasión. La gente que, a propósito, elige no vacunarse o no vacunar a sus hijos frente a enfermedades como el sarampión, la tosferina o la rubéola están poniendo en peligro su vida y la de los demás. En el nuevo brote que surgió en Disneyland, seis bebés contrajeron sarampión. Todos los niños tienen menos de un año, que es la edad a la que se administra la primera vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubéola). Estos niños confiaban en que nosotros, su rebaño, les proporcionáramos inmunidad colectiva hasta que fueran lo suficientemente mayores para recibir la vacuna. La ciencia no tiene la culpa de que estos niños, nuestros conciudadanos, hayan cogido el sarampión. Tampoco es culpa de sus padres. La culpa la tienen los anti-vacunas, los cínicos de la vacunación.
Hay que dejar de llamarlos "escépticos", porque resulta injusto para el escepticismo legítimo. Como pediatra, he visto la diferencia entre los padres escépticos y los padres cínicos.
Los escépticos están movidos por la curiosidad y dejan claro que los sanitarios tienen que ganarse su confianza (pero pueden ganársela). Como trabajador en la sanidad, no doy por hecha la confianza de nadie y agradezco la oportunidad de ganarme y mantener la confianza de mis pacientes y sus familias. Ya sea para hablar sobre vacunas, medicinas, resonancias o procedimientos quirúrgicos, los padres escépticos de mis pacientes quieren que se tengan en cuenta sus preocupaciones y se responda a sus preguntas. Y a mí me gusta cumplir con mis obligaciones. Mis conversaciones con ellos son informativas e incluso agradables, ya que se trata de intercambios transparentes sobre las prioridades que conforman nuestra perspectiva, las fuentes de nuestra información y la forma de contender con el riesgo. El escepticismo legítimo puede transformar la relación doctor-paciente del patriarcado a la colaboración, y ahora más que nunca en la historia de la medicina moderna necesitamos aplicar este principio.
Los anti-vacunas son la mayoría cínicos y forman parte de un fenómeno completamente distinto. Me siento afortunado de haber experimentado esta corriente de padres cínicos sólo fuera de mi entorno laboral clínico. Los cínicos no están movidos por la curiosidad, sino por una fea mezcla de ignorancia y arrogancia. Después de rebuscar pseudociencia en internet, los anti-vacunas han decidido que su desprecio por las normas de salud pública y su desconfianza hacia la medicina moderna en cierto modo les convierte en mejor "informados".
Como pediatra y friki de las políticas de salud pública, los cínicos anti-vacunas me frustran a varios niveles. En primer lugar, ninguna investigación será suficiente para garantizarles seguridad, eficacia y la necesidad de vacunas. Donde los escépticos hacen preguntas para aprender, los anti-vacunas hacen preguntas para desestimarlas. Cuando se les presenta datos científicos, legítimos y revisados no se convencen, porque ellos ya tenían su veredicto basado en sus miedos y en su desprecio. La comunidad científica ha empleado muchos fondos y recursos para refutar cualquier relación causal entre vacunas y autismo, pero, ¿para qué? Los que se vacunan no necesitan más pruebas y a los anti-vacunas no les importa el verdadero trabajo del método científico. Como consecuencia, los millones de dólares que se podrían haber utilizado para investigar las causas reales de autismo o para estudiar las toxinas de nuestro entorno se están gastando para comprobar lo que ya se ha probado en repetidas ocasiones: las vacunas son seguras, efectivas y necesarias para la salud pública.
Me resulta frustrante que los anti-vacunas se aprovechen de la inmunidad pero se nieguen a contribuir a ella. Los que nos vacunamos estamos mejorando nuestra propia vida y la de los que nos rodean, porque un organismo vacunado no ofrece la oportunidad de que los virus y bacterias peligrosos produzcan una infección, se reproduzcan o se transmitan a otras personas. Esto es exactamente lo que consiguió que Estados Unidos se declarara libre de sarampión hace 15 años. Independientemente de si los anti-vacunas lo admiten o no, se están beneficiando de la inmunidad del rebaño. Pero los anti-vacunas no son los únicos para quien está pensada la inmunidad colectiva. Como pediatra, veo a niños que son demasiado pequeños para recibir ciertas vacunas. Veo a pacientes cuyo sistema inmunitario está desequilibrado porque se han sometido a un trasplante de órganos o se están sometiendo a un tratamiento para el cáncer. Todos esos niños forman parte de nuestro rebaño, de nuestra comunidad, y dependen de que el resto de nosotros -los que estamos sanos para vacunarnos- cumplamos nuestro cometido para mantener la inmunidad colectiva.
Vacunarse implica un elemento de responsabilidad social. La solidez de nuestra salud pública depende de una red de mutualidad. Cuando conducimos sobrios y sin exceder el límite de velocidad, o cuando prohibimos fumar en lugares públicos, estamos haciendo un trabajo básico pero esencial para mantener la seguridad y la salud de los demás. Las vacunas son una parte integral de ese proceso y nadie debería tener que sufrir una enfermedad prevenible. Muchos anti-vacunas piensan que están ejerciendo su derecho a decidir, pero no tienen derecho a poner en peligro a otras personas. En su momento tuvimos que legislar duramente contra la conducción bajo los efectos del alcohol para mantener la seguridad de la gente, y desde entonces se ha producido un giro cultural lento pero bienvenido en esa dirección. Del mismo modo, debemos exigir que los anti-vacunas miren más allá de su ego y muestren algo de responsabilidad hacia la salud pública.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano.