Regreso a Walden
En la consulta me encanta invitar a los pacientes a regalarse arte, movimiento, comida sana. Pero mucho más invitarles a ser más conscientes, más presentes, más vivos. Para ello no siempre soy capaz de utilizar palabras. Acordarme un instante de Walden suele bastar. Cada cual tiene el suyo.
Réplica de la cabaña de Thoreau y su estatua en primer plano. Foto: Wikicommons.
Llegué a Walden hace ya muchos años. Mi viaje no siguió la ruta convencional. Encontré primero a Skinner. Él me llevó a Thoreau.
Y Thoreau me regaló los bosques, la casa de madera, el pasar de los días.
De vez en cuando todos sentimos la necesidad de regresar a Walden, esa zona interior en la que reina el silencio y la conciencia. Ese tiempo especial que nos permite estar completamente presentes ante lo que el instante nos presenta.
Estar mucho tiempo fuera de Walden suele llenarnos de desazón e infelicidad que cada cual expresa de diferentes maneras. Trastornos en el sueño, diversos dolores o malestares físicos, un ánimo taciturno, excesivo nerviosismo, sentimientos de ira incontrolada y un larguísimo etcétera.
En Walden también encontraremos todo eso, pero el lugar nos invita a descalzarnos, a dejar fuera las botas cargadas del barro de la vida, a calentarnos con un leño y contemplar la chimenea.
En la consulta me encanta invitar a los pacientes a regalarse arte, movimiento, comida sana. Pero mucho más invitarles a ser más conscientes, más presentes, más vivos. Para ello no siempre soy capaz de utilizar palabras. Acordarme un instante de Walden suele bastar. Cada cual tiene el suyo. Y algo puedo decir, es tremendamente contagioso. Afortunadamente.