Os equivocáis con Fidel Castro
El debate sobre el legado de Castro resulta familiar: sus oponentes le condenan como un tirano irreversible y sus defensores argumentan que todas las cosas buenas que hizo por todo el mundo y por el pueblo cubano pesan más que la huella negra que deja su historial de violación de los derechos humanos.
Ernesto "Che" Guevara llegó a la ciudad de Guatemala el día de Nochebuena del año 1953. Este radical sin dirección clara y sin un camino concreto que seguir en la vida había llegado para comprobar de primera mano las reformas liberales que estaba llevando a cabo Jacobo Árbenz, el presidente de Guatemala que había sido elegido democráticamente.
La más relevante de ellas resultaría ser su esfuerzo por redistribuir las tierras. Árbenz propuso apoderarse de los terrenos no cultivados que eran propiedad de la empresa United Fruit Company y compensarla pagando a la compañía la cantidad que valía la tierra según su última declaración de impuestos.
Desafortunadamente para Árbenz, el entonces secretario de Estado, John Foster Dulles, y su hermano, Allen Dulles -jefe de la CIA-, eran dos agentes pagados por United Fruits, que fue representada por su bufete de abogados, Sullivan and Cromwell. Además, los hermanos Dulles eran dos entusiastas de la Guerra Fría y creían que Árbenz era comunista, tanto si él lo admitía como si no.
La CIA dio un golpe de Estado, dirigido por varios rebeldes respaldados por Estados Unidos, con el apoyo de bombas estadounidenses y una campaña propagandística considerable tanto impresa como en la radio.
Stephen Kinzer, en su biografía de los hermanos Dulles, escribe que el golpe de Estado -aprobado por el presidente estadounidense Eisenhower- dejó muy impactado al joven Guevara, que casualmente estaba en la capital cuando se produjo:
Esto no significa que Estados Unidos sea directamente responsable de las decisiones que tomó Castro, o del camino por el que llevó a Cuba. No justifica ni excusa la violación de los derechos humanos ni la subyugación de un pueblo entero. Eso fue obra de Castro.
Pero las condiciones en las que actuó son relevantes, y si Árbenz fue un ejemplo de lo que no tenía que hacer para Guevara y para Fidel Castro, su régimen sucesor dio una lección distinta. La dictadura militar respaldada por Estados Unidos que llegó al poder acabó con la vida de miles de personas y reprimió a los disidentes.
El debate sobre el legado de Castro resulta familiar: sus oponentes le condenan como un tirano irreversible y sus defensores argumentan que todas las cosas buenas que hizo por todo el mundo y por el pueblo cubano pesan más que la huella negra que deja su historial de violación de los derechos humanos y su nivelación de la sociedad civil cubana.
Sin embargo, el debate continúa en Estados Unidos como si Castro hubiera estado operando en el vacío. Es posible que o bien la propia personalidad de Castro, o bien la presión de la Unión Soviética le empujaran sin darse cuenta hacia el comunismo radical que llegó a dominar Cuba. Pero cuando Castro llegó al poder, los analistas de Cuba, de Estados Unidos y del resto del mundo pensaban que había posibilidades de que fuera un reformador nacionalista en vez de un comunista ortodoxo.
Si echamos la vista atrás a la experiencia de Árbenz, Castro y Guevara tenían razones para creer que Estados Unidos haría cualquier cosa que estuviera en su mano para derrocar al nuevo Gobierno si el régimen se movía en el ámbito de la reforma liberal o del comunismo radical. Después de todo, Árbenz había sido elegido democráticamente y su periodo de gobierno prácticamente había acabado cuando Estados Unidos fue a por él. La CIA había hecho lo mismo el año anterior en Irán con el candidato democráticamente electo Mohammad Mosaddegh, que no era comunista ni mucho menos.
Y en 1961, los mismos que planearon el golpe de Estado de Guatemala organizaron uno contra Cuba, que terminó en la debacle de la Bahía de los Cochinos. Tuvo lugar unos meses después de que una conspiración que contaba con el apoyo de Estados Unidos asesinara a Patrice Lumumba, el líder electo de la República Democrática del Congo, otro nacionalista al que los hermanos Dulles consideraban comunista.
Si tanto empeño tenía Estados Unidos por extender la democracia por todo el mundo, quizá debería haber demostrado más respeto por y hacia las democracias.
Este artículo fue publicado originalmente en 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.