Conservadores a la izquierda del PSOE

Conservadores a la izquierda del PSOE

Del lema Poder Popular del PCE al #VamosFraternidadPopular de una parte del Podemos de hoy cambian las personas y los dispositivos, pero el fondo autorreferencial y las limitaciones de alcance siguen siendo las mismas. La muerte de Podemos, de la que tanto le gusta hablar a Juan Carlos Monedero, está más relacionada con ese ensimismamiento que con una apertura de puertas

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Foto: EFE

Cuenta la historia que una serie de granjeros estaban intentando meter una vaca dentro de un establo. A pesar del empeño no podían porque, por más que la empujaban, la vaca se resistía a entrar al interior. Fueron estos mismos granjeros los que optaron por llamar a Erikson, un reconocido psicólogo, para que les aconsejara acerca de qué podrían hacer al respecto. Erikson viajó hasta la granja, se acercó a la vaca y le tiró de la cola. La vaca sintió el tirón, corrió adelante sin dudarlo y se metió en el establo. No hay duda de que existe una parte de la izquierda que actúa como los granjeros de esta historia. Pretende conseguir que las masas se suban al tren de ese supuesto bloque histórico a base de predicar, jalear y empujar a los suyos, como si de esta manera fueran a arrastrar al resto.

Son los mismos que piensan y actúan asumiendo la creencia de que la política es algo sucio. Son a la política lo que David Vidal al fútbol. Los rudos que se enfrentan a los técnicos en la lucha libre mexicana. El taco de la bota de Simeone clavado en el muslo de Julen Guerrero. Más que bloque histórico, pareciera que tienden a reproducir una constante histórica de repetición de fallos y desenlaces. El día de la marmota de la izquierda al que en tantas ocasiones se refirió el propio Karl Marx. Se puede palpar en esa izquierda el miedo a perder de otra manera que no sea la de siempre.

Para ilustrar la idea, merece la pena recordar aquella época de los años 90 y primeros años del nuevo milenio donde se había instalado un debate en torno a los discretos resultados de la selección española masculina de fútbol. El objeto de discusión tenía que ver con la idea de cuál era el camino más corto para conseguir un campeonato; jugar de manera práctica y directa, sin complicarse la vida o jugar bien, entendiendo esto por desarrollar un juego elaborado con altas dosis de conservación de balón. Al principio, las mofas hacia los defensores de la idea de jugar bien como mejor medio para ganar, eran mayoritarias. Las giras de Jorge Valdano, Ángel Cappa o Juan Manuel Lillo por los platós de radio y televisión o los ríos de tinta vertidos en artículos y libros sobre este asunto representaban una auténtica disputa cultural que abarcaba, no solo el nivel macro de los grandes medios, sino el nivel micro en el cuerpo a cuerpo de los bares, las comidas familiares, los cafés del trabajo y los recreos de los institutos. Inicialmente parecía una broma el hecho de que alguien se atreviera a plantear dudas sobre el estilo tradicional de la selección durante varias décadas; la furia española, basado en usar más el corazón que la cabeza.

Esa izquierda de palabras grandilocuentes y praxis débil es la izquierda conservadora. La que aumenta la agresividad verbal para compensar la falta de audacia.

Sin embargo, el hastío que provocaba el hecho de no alcanzar resultados notables, combinado con la experiencia cercana de aquel Barcelona ganador de Cruyff, que sí que apostaba por jugar de manera atractiva al fútbol, y la difusión de una alternativa distinta a la existente, fueron ganando terreno en esa lucha de posiciones que duró alrededor de quince años. La puntilla la dio Luis Aragonés al ganar el Campeonato de Europa, recogiendo la cosecha de todo un legado cultural, con una base de jugadores del F.C. Barcelona que encarnaban a la perfección la idea de aquel juego trenzado posicional. Fue el punto de inflexión a partir del cual la creencia popular cambió de bando. Luego vinieron los éxitos de Guardiola, pupilo de Cruyff y Lillo, y los campeonatos de la selección con Del Bosque, con una afición entregada y totalmente identificada con aquella manera de jugar de su equipo. ¿Recuerdan el tiqui-taca? El cambio de mentalidad había culminado y, ambos, resultados y disputa cultural, habían actuado en simbiosis hasta llegar a aquel punto. Y tanto era así, que el debate entre eficacia y juego bonito dejó de existir, puesto que ahora la eficacia se asociaba, precisamente, a jugar bien al fútbol.

Trasladar este debate al ámbito de la estrategia política de la izquierda transformadora, entendiendo que la búsqueda del cambio social es el fin último de todos, vuelve a plantearnos dilemas similares al de la selección de fútbol. Dado que todavía no se ha conseguido el triunfo más preciado, el de gobernar el país, es razonable que los defensores de las diferentes hipótesis en liza quieran probarlas ciertas. Ahora bien, no parece veraz que la idea de realizar una mera sustitución de caras y términos por otros, si en esencia estamos volviendo a algo que ya ha existido y probado su suerte, signifique algún tipo de hipótesis no comprobada. Del lema Poder Popular del PCE al #VamosFraternidadPopular de una parte del Podemos de hoy cambian las personas y los dispositivos, pero el fondo autorreferencial y las limitaciones de alcance siguen siendo las mismas. La muerte de Podemos, de la que tanto le gusta hablar a Juan Carlos Monedero, está más relacionada con ese ensimismamiento que con una apertura de puertas y una labor de andamiaje de la sociedad desde el punto en el que se encuentra hacia el lugar al que nos gustaría llegar.

No es pedir dar un salto desde donde está la gente para que lleguen hasta donde estoy yo, es ir a donde están ellos para cogerles de la mano y llevarles hacia donde estamos nosotros. En lugar de reunir a los imprescindibles de todas las facciones de la izquierda transformadora, es entender y conectar con los anhelos de sectores que no se identifican con esas figuras. Sin ir más lejos, con unas clases bajas y medias formadas por padres y madres trabajadoras cuyas tareas de conciliación se antojan inalcanzables. Esa situación, como otras, imposibles de entender si no se vivencian en primera persona, la conocen muy pocos cargos institucionales y orgánicos. Por eso todavía demasiada gente no se fía de la retórica izquierdista cuando se habla, siguiendo con el ejemplo anterior, de conciliación, al tiempo que comprueba que, no pocos militantes, son los primeros que no dudan en dejar a la mujer en casa para que cuide de los hijos mientras ellos asisten a la asamblea de turno. Otros y otras no lo pueden hacer porque no tienen prole, pero se permiten la licencia de opinar sobre temas que desconocen profundamente, pensando que nada hay que no pueda suplirse con una buena dosis de materialismo dialéctico.

Esa izquierda de palabras grandilocuentes y praxis débil es la izquierda conservadora. La que aumenta la agresividad verbal para compensar la falta de audacia. La misma que sale a quemar las naves con la máquina electoral en el minuto 1, atacando desorganizadamente, sin apenas pensar en qué va a hacer los 89' minutos restantes o cómo va a ocuparse de las bajas acontecidas durante la contienda. Y los hay que se preguntan cómo el PSOE más flojo de la historia todavía siga siendo primera fuerza de la oposición.