El terremoto tras el referéndum
Si pensáis que la campaña del referéndum fue fea, aún no habéis visto nada. Se han generado tantas incertidumbres por el resultado de la votación que es difícil saber por dónde empezar. Estamos frente al mayor golpe que ha sufrido la política mundial desde la caída del imperio soviético hace más de 25 años.
Ha sido desagradable, poco civilizado y largo, pero ya se ha acabado.
El sentimiento que me embarga es de tristeza.
No solo porque el resultado del referéndum no haya sido el que yo quería, sino porque durante los próximos años la política británica será dominada por negociaciones interminables, discusiones y crisis sobre cómo recalibrar la relación con nuestros vecinos. Y, como la economía de Reino Unido se estancará, nuestros principales socios comerciales caerán en el descontrol político y económico. Si pensáis que la campaña del referéndum fue fea, aún no habéis visto nada.
Se han generado tantas incertidumbres por el resultado de la votación que es difícil saber por dónde empezar. Estamos frente al mayor golpe que ha sufrido la política mundial desde la caída del imperio soviético hace más de 25 años.
Para empezar, Reino Unido nunca había estado menos unido: Inglaterra (con la excepción de Londres) y Gales votaron que querían abandonar la UE; Escocia e Irlanda del Norte votaron que preferían quedarse. En Escocia, el Partido Nacional Escocés mantiene que este referéndum vuelve a plantear la cuestión de la independencia de Escocia; en Irlanda del Norte, el partido republicano Sinn Fein habla de la unificación de Irlanda.
En segundo lugar, ahora Reino Unido se encuentra en la absurdez constitucional de tener un primer ministro, un Consejo de Ministros y una Cámara de los Comunes, cuyos miembros, en su mayoría, no están de acuerdo con el veredicto de los votantes. ¿Cómo es posible que afirmen ser las personas adecuadas para negociar la salida de Reino Unido de la UE, un plan de acción sobre el que llevan meses advirtiéndonos de que implicará una catástrofe nacional?
En tercer lugar, cada vez más países de la Unión empezarán a demandar que se celebren referéndums similares. El presidente de Francia, François Hollande, y la canciller de Alemania, Angela Merkel, se enfrentan a unas elecciones el año que viene; tendrán que ocuparse del electorado mientras, simultáneamente, lidian con las exigencias de Reino Unido para llegar a un nuevo acuerdo favorable. Adivinad cuál va a ser la prioridad para ellos.
Pero lo que más me entristece es que muchas de las personas que han votado para abandonar la UE serán las que más sufran las consecuencias de su decisión. Los extranjeros que creen que les han robado los trabajos y las viviendas no van a ser deportados repentinamente; los colegios superpoblados y las consultas de los médicos no van a vaciarse repentinamente; las élites inalcanzables a las que culpan de sus desgracias no van a ceder el poder al pueblo repentinamente.
El referéndum ha sido un grito de ira de los votantes que han aprovechado la oportunidad para demostrar su furia por los cambios económicos y sociales que han ido observando y que no han aceptado ni recibido con los brazos abiertos. "Queremos que nos devuelvan nuestro país" es una frase motivadora poderosa; pero lo que ningún político ha tenido el valor de aclarar es que el país que anhelan ha desaparecido para siempre.
Nadie se sorprende al saber que la nación está dividida, pero lo que el referéndum ha hecho es exponer las divisiones con una claridad dolorosamente cruel. Los ricos se han beneficiado mucho de los cambios que se han realizado en los últimos 30 años, pero los no tan ricos, no. Los puestos de trabajo se han esfumado, los sueldos se han estancado y sus hijos tienen pocas probabilidades de crearse una vida decente. Los ricos son más ricos, pero nadie más. ¿Cómo es posible que alguien crea que esa es una manera sostenible de gestionar una economía moderna?
Lo que necesitamos ahora es un líder que pueda curar las heridas que ha dejado el referéndum y que traspase la división nacional con sus palabras. Los días de David Cameron como primer ministro están contados; Boris Johnson nunca será un líder convincente, por mucho que lo intente, igual que Jeremy Corbyn. Nos adentramos en una era de incertidumbre, a la deriva en aguas turbulentas y sin timonel.
Y los que exhiben la sonrisa más radiante son Nigel Farage, Neil Hamilton, Marine Le Pen y Donald Trump. De un modo u otro, soy incapaz de compartir con ellos esa alegría.
Este artículo fue publicado originalmente en la edición de Reino Unido de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.