Lo que he aprendido tras un año sin ducharme
Pasé los primeros cien días de viaje en bici sin ducharme, tal y como me había propuesto. Pero como todo iba tan bien, decidí seguir con el ciclo anti-ducha. Me propuse llegar a los seis meses, y cuando llegó ese día, me di cuenta de que podría estar un año entero sin ducharme.
Hoy se ha cumplido un año desde la última vez que me duché. Sí, sé que suena muy mal, y sé que hace un año a mí me habría parecido igual de extraño. Lo cierto es que me he estado duchando con asiduidad durante los 26 primeros años de mi vida. Vale, quizás no todos los días, pero prácticamente todos.
La pregunta es: ¿cómo una persona normal puede estar 365 días (de momento) sin ducharse? Todo empezó con un larga excursión en bici por América para promover la sostenibilidad y una vida respetuosa con el medio ambiente. Me comprometí a cumplir una serie de reglas para dar ejemplo. La norma que establecí para el agua era que solo podría obtenerla a través de fuentes naturales o grifos con fugas. También llevaba la cuenta exacta de lo que gastaba con el objetivo de demostrar lo poco que necesitamos para sobrevivir.
Pasé los primeros cien días de viaje en bici sin ducharme, tal y como me había propuesto. Pero como todo iba tan bien, decidí seguir con el ciclo antiducha. Me propuse llegar a los seis meses, y cuando llegó ese día, me di cuenta de que podría estar un año entero sin ducharme.
Así que aquí estoy, un año más tarde, contándote la historia de mi año sin duchas.
Me imagino que todos estáis pensando que doy asco, ¿verdad? Que huelo como el monstruo de la ciénaga o algo así...
Lo cierto es que no. Cuando digo que no me he duchado en un año no significa que no me haya bañado. He nadado casi a diario en lugares como este:
Y este:
Y me he duchado en cascadas como esta:
Y he utilizado jabón ecológico biodegradable cuando ha sido necesario:
He aprendido que llevando una vida natural no necesito productos cosméticos. Solo he utilizado algo de jabón, pasta de dientes y aceites esenciales, y he descubierto que funcionan perfectamente. En cambio, antes usaba colonias, desodorante, champú, cremas y muchos otros productos plagados de compuestos químicos. ¿Sabéis una cosa más? ¡Sigo teniendo amigos!
De hecho, algunos de ellos se bañaron conmigo.
E incluso tuve alguna historia amorosa.
Nadie tenía la impresión de que yo oliera mal. En realidad, me sorprendí a mí mismo de lo limpio que estaba, igual de limpio que los demás.
Me di cuenta de que el agua no tiene por qué salir de un cabezal de ducha para poder limpiar. También te puedes lavar en lagos.
Ríos.
O bajo la lluvia.
Cuando no había fuentes naturales disponibles, encontraba otros lugares en los que lavarme sin necesidad de producir ningún impacto negativo a la naturaleza. Por ejemplo, en Brooklyn, en esta boca de incendios que goteaba:
O cuando estalló esta boca de incendios en el Bronx:
Aprendí que puedo secarme al aire libre sin utilizar toallas, lo que supone un menor gasto en lavandería y un mayor ahorro de agua.
Mis momentos de ducha se convirtieron en una forma de conectar con la naturaleza. Han pasado a ser mi parte favorita del día, cuando puedo desconectar del estrés cotidiano y apreciar todo lo que me rodea.
Algunas veces, daba brincos por ahí antes de meterme al agua.
Otras, me dejaba llevar y me relajaba.
A veces, simplemente contemplaba la vida.
Y en alguna ocasión, hasta tuve invitados.
Me enteré de que los estadounidenses gastan, de media, casi 380 litros de agua al día. Y en cambio, yo era capaz de vivir con menos de 8 litros al día en lo que duró mi viaje en bici (sin contar las fuentes naturales de agua en las que me bañaba).
Lo más importante es que aprendí a aprovechar hasta la última gota.
Porque el agua nos da la vida, a nosotros y a los animales también.
Cuando acabé mi aventura en bici y llegué a casa, volví a mi vida de antes, pero me las apañé para usar entre 40 y 70 litros de agua al día, lo que supone 5 o 10 veces menos de lo que gasta un ciudadano medio estadounidense. Pasé otros 8 meses más sin ducharme, ahorré casi 19.000 litros de agua y entretanto me lo pasé muy bien con mis amigos.
Cuando no me apetecía nadar y necesitaba lavarme, me frotaba con un paño y 3 o 4 litros de agua. Descubrí que, en realidad, no hace falta dejar de ducharse para ser parte de la solución. Hay muchas formas de ahorrar agua y algunas son muy sencillas.
Por ejemplo, puedes:
- Tirar de la cadena con menos frecuencia.
- Darte duchas rápidas o cerrar el grifo mientras te enjabonas.
- Poner menos lavadoras y llenarlas siempre.
- Cerrar el grifo.
- Lavar los platos de forma eficiente.
- Instalar cabezales de ducha e inodoros que hagan un uso eficiente del agua.
- Arreglar las fugas de agua.
- Crear tu propio huerto en lugar de plantar césped.
- Almacenar el agua de lluvia.
¿Por cuál vas a empezar hoy? Puedes elegir uno de estos consejos y, con el tiempo, seguir con los demás. Descubrirás que no es tan difícil llevarlos a cabo.
Si consigues poner todos en práctica, podrás sentirte así:
Por favor, comparte esta historia para animar a los demás a ahorrar agua.
Las fotografías son de Brent Martin.
Este post se publicó originalmente en la web del autor.
Traducción de Marina Velasco Serrano