Un sistema educativo entre la fe, la razón y los intereses particulares
Nunca cambiará nada más allá de la religión y de con cuántas asignaturas suspendidas se puede pasar de curso. Otras medidas que requieran más inversión en salarios, formación, reducción del número de alumnos por aula y material, nunca serán admitidas por un Gobierno que sólo recorta.
La Iglesia y la Escuela han representado dos formas diferentes de enfrentarse al mundo, sobre todo desde que esta última se hizo universal y gratuita. Antiguamente, la Iglesia era depositaria de los conocimientos y podía manipularlos a su antojo y compartirlos con quien quisiera. La invención de la imprenta y la universalización de la educación fueron los pilares en los que se fundamentaron que los conocimientos no fueran un arma de poder de unos pocos sino un derecho de todos.
La Escuela supone una visión del mundo en la que se enseña a los niños a reflexionar sobre el porqué de las cosas, basándose en la observación, el razonamiento y la comprobación, es decir, se considera a la razón como base de la adquisición de los conocimientos por encima de la fe, la cual no exige reflexión sino simple aceptación.
En estos tiempos que corren en los que la juventud cada vez más se decanta por no seguir los dictados de la Iglesia, una de las formas de intentar invertir esta tendencia es mezclar razón y fe. En la LOMCE, ley que parece parida durante una noche de fiesta entre el ministro Wert y el presidente de la Conferencia Episcopal Rouco Varela, la fe de la religión se coloca al mismo nivel que la razón de la ciencia, confundiéndose así una y otra cosa. De esta manera obtenemos la razón de la religion y la fe de la ciencia.
Evidentemente se podría plantear una asignatura de Historia de la religiones. La religión es uno de los pilares de la Civilización Occidental y su conocimiento es necesario para saber quiénes somos y de dónde venimos. No lo es en cambio el adoctrinamiento porque este sólo sirve para que nos impongan quiénes debemos ser. Como afirmó Cayo Lara no hace mucho, con esta ley las matemáticas y la religión están al mismo nivel. Así que, a partir de ahora, a nadie le debería extrañar que un alumno, a la pregunta de cuánto es uno por uno, respondiera que, como demuestra el milagro de los panes y los peces, la respuesta puede variar dependiendo del número de invitados que se tenga. Es una cuestión de fe.
Pero por encima de estas cuestiones, lo que me parece realmente preocupante es que en esta nueva ley de educación no se traten los problemas reales que provocan tanto fracaso escolar. Lo lógico sería observar cómo funcionan los sistemas educativos con más éxito e intentar copiarlos. Pero lo lógico colisiona en muchas ocasiones con los intereses particulares del Gobierno, de los sindicatos e incluso de los padres.
Si observamos el sistema educativo finlandés, modélico respecto a resultados e inversión, o el polaco, el cual con menos inversión en porcentaje del PIB que el español consigue mucho mejores resultados, obtendremos unos parámetros que nunca se aplicarían en Espana, en algunos casos porque estos parámetros no los aceptaría el Gobierno por costosos y en otros porque no los aceptarían los profesores por lo que de inestabilidad laboral suponen.
Para empezar, en Filandia para ser profesor de primaria se debe demostrar la excelencia en el expediente académico en un máster de magisterio. Con un grado de magisterio con notas mediocres no se entraría en el sistema educativo público finlandés. Tienen claro que no se puede dejar la educación de los niños en manos de alguien que sabe poco más de la mitad de lo que debería saber. Por otra parte, los estudiantes de magisterio finlandeses saben que su esfuerzo tendrá recompensa ya que, si consiguen un puesto, tienen garantizado un muy buen salario. Todo esto influye en el prestigio que tiene la profesión de profesor en Filandia.
En Polonia los salarios no son tan elevados como en Finlandia. Se puede equiparar a los españoles respecto a la media del país. Pero los profesores tienen un alto prestigio social, perdido hace tiempo en España. Lo que sí tienen en común los sistemas educativos polaco y finlandés es que en ambos casos los profesores tanto de primaria como de secundaria son escogidos por los directores de los centros, ya que necesitan que se adapten al perfil y proyectos de éstos. Además, los contratos no son de por vida. El director puede rescindir los contratos como en cualquier otra empresa, lo que motiva que haya que estar siempre en constante formación para demostrar un alto nivel de preparación. Para motivar esta formación constante exite una escala de puestos que hay que ir superando mediante una formación continua obligatoria, la cual, por otra parte, repercute en el salario significativamente. Es decir, para ganar más, además de para no perder el puesto, debes ser mejor profesor.
Así que, como puedes deducir, apreciado lector, en España nunca cambiará nada más allá del tema de la religión y de con cuántas asignaturas suspendidas se puede pasar de curso; todo anecdótico. Otras medidas que requieran más inversión en salarios, formación, reducción del número de alumnos por aula y material, nunca serán admitidas por un Gobierno que sólo recorta. Y medidas que afecten a lo que se suele llamar estabilidad laboral y que a veces se confunde con el acomodamiento, nunca serán aceptadas por los sindicatos. En definitiva, un sistema educativo como el nuestro, entre la razón, la fe y los intereses particulares de cada uno, estará siempre destinado a fracasar mientras no sean los intereses de los alumnos los que estén por encima de cualquier otra consideración.
Y estos son algunos contrastes, aunque fundamentales, entre los sistemas educativos español, polaco y finlandés. Seguramente, si se analizara el papel de los padres, también se encontrarían diferencias fundamentales. Pero eso lo dejamos para otro día.