Un país de pequeños Bárcenas
Tenemos muy asimilada la idea de que cuando un rico o alguien con poder roba, es un ladrón que nunca tiene suficiente dinero; en cambio, cuando alguien de clase media o baja roba, eso se llama justicia social. Pues no, en un país de pícaros cada uno roba a la medida de sus posibilidades, a veces por necesidad y a veces porque se puede.
Los que hemos nacido o vivido en países occidentales de tradición católica tenemos la suerte de poder cometer todos los pecados del mundo y aun así poder purgarlos e ir al paraíso, o simplemente pagar una bula para evitarnos el purgatorio y atajar camino hacia el cielo. Y aunque el purgatorio fue eliminado por el Vaticano hace tiempo, los muchos siglos de esquivar el infierno nos han hecho diferentes de los protestantes, quienes van al infierno o al paraíso poniendo en una balanza exclusivamente lo realizado en vida. No creo que hoy en día ni una pequeña parte de cristianos crea en el paraíso ni en el infierno, pero todos hemos asimilado perfectamente esta visión de la existencia en la que se puede tomar el pelo incluso a dios, especialmente los políticos.
Por eso no creo que la picaresca hubiera podido nacer en otro país europeo que no fuera de tradición católica, ni creo que en ningún otro sitio se viera como positivo el ingenio de las tretas para conseguir lo que no se tiene.
Hace unos días me contaron el caso de una mujer que sufría de depresiones. El médico de la Seguridad Social le certificó la enfermedad, por lo que recibe una pensión desde que tenía 50 años y está exenta de trabajar. El marido, ejemplo de picaresca, decidió también sufrir de depresiones, así que fue al abogado que había llevado el tema de su mujer para pedirle consejo. El abogado le dijo que se dejara una barba descuidada y que cuando estuviera ante el médico se sintiera cansado y sin ganas de nada y, finalmente, le encaminó hacia un médico que tenía un amplio concepto de la depresión como enfermedad, quien certificó su incapacidad laboral. Este deprimido imaginario tiene la suerte de no tener que tomar pastillas como su mujer, deprimida real. Pero en cambio sí comparten el hecho de cobrar cada uno una pensión de más de 1200 euros y el no tener que trabajar los últimos 15 años previos a su jubilación.
Tenemos muy asimilada la idea de que cuando un rico o alguien con poder roba, es un ladrón que nunca tiene suficiente dinero; en cambio, cuando alguien de clase media o baja roba, eso se llama justicia social. Pues no, en un país de pícaros cada uno roba a la medida de sus posibilidades, a veces por necesidad y a veces porque se puede.
Y dirás ahora que no todos somos iguales. Y tienes razón, no todos somos iguales. El problema no está tanto en que haya quien robe sino en que los que rodean al ladrón lo vean más con envidia que como a un delincuente. O lo vean simplemente con ojos condescendientes. El día 18 de julio, en el programa Espejo Público de Antena 3, la presentadora, para introducir el tema de los "simpas" dijo que "la crisis hace que haya aumentado lo que antes era picaresca", como si los "simpas" no fueran un robo independientemente de la crisis en la que vivamos.
Hace unos años un amigo argentino que había vivido una temporada en Suecia me contó que en un supermercado vio un cartel en el que se podía leer: "Si ve a un sudamericano robando, no le denuncie. Dígale que lo que hace no está bien". Pues eso, si descubres alguna actitud picaresca, no lo denuncies si no quieres, pero informa al pícaro de que comportarse como un Bárcenas de tres al cuarto no es digno ni justificable. Quizás así, desde abajo, empezaremos a eliminar de nuestro país la corrupción y el desprecio por el trabajo y los bienes de los demás. Porque no es como nos quieren a veces hacer creer. Los políticos no son un ejemplo para el pueblo, sino que el pueblo es un ejemplo para los políticos. Éstos últimos no son más que un reflejo de la sociedad a la que representan. Imagino que estarás de acuerdo conmigo en que no todos los sudamericanos roban. Tampoco todos los políticos.