Cuba y el tren de la historia
Cuando el tren de la historia se pone en movimiento, quienes tienen visión y altura de miras se suben a él, mientras el resto se queda en el andén y deja pasar la oportunidad. Al Parlamento Europeo le está sucediendo esto último con Cuba: las inercias del pasado no le permiten subirse al tren de futuro. A su alrededor, el resto de actores internacionales se están moviendo para adaptarse al viento de cambio que sopla en las relaciones con la isla.
Foto: EFE
Cuando el tren de la historia se pone en movimiento, quienes tienen visión y altura de miras se suben a él, mientras el resto se queda en el andén y deja pasar la oportunidad. Al Parlamento Europeo le está sucediendo esto último con Cuba: las inercias del pasado no le permiten subirse al tren de futuro. A su alrededor, el resto de actores internacionales -incluido el Servicio Europeo de Acción Exterior - se están moviendo para adaptarse al viento de cambio que sopla en las relaciones con la isla.
En el plano bilateral, el ejemplo más llamativo del cambio es el restablecimiento de relaciones con EEUU, que fue seguido del histórico encuentro entre Raúl Castro y Barack Obama en la Cumbre de las Américas de abril de 2015, y cuyo colofón será la visita del presidente norteamericano a La Habana a finales de este mes de marzo. Otras figuras de relevancia internacional, como los presidentes Renzi y Hollande, el ministro de Asuntos Exteriores alemán Franz-Walter Steinmeier o el papa Francisco también han visitado Cuba recientemente.
En el ámbito multilateral está sucediendo lo mismo. Destaca especialmente la iniciativa de la Unión Europea, que antes incluso de que EEUU cambiase su posición hacia Cuba había comenzado ya a negociar un borrador de Acuerdo de Diálogo Político y de Cooperación que, de aprobarse, cambiará profundamente la relación de Europa con la isla. En marzo está prevista la celebración de la séptima ronda de negociaciones, que podría de hecho ser la última. A falta de algunos detalles -unos más complejos de resolver que otros, aunque esperemos que ninguno constituya un obstáculo insalvable- es posible que el texto final esté listo antes del verano. Este es el objetivo de la Alta Representante para la Política Exterior de la UE, Federica Mogherini -que visitó la isla el año pasado en el marco de este proceso- y del equipo negociador europeo.
Para Europa, firmar este Acuerdo significaría superar inercias trasnochadas y dejar atrás definitivamente los fantasmas de la guerra fría; para Cuba, traspasar antiguos cordones sanitarios y ser considerado un actor más de la comunidad internacional. Resultaría erróneo pensar que el eventual acercamiento a Cuba es una cuestión meramente simbólica; no hay nada más pragmático en política internacional que abrir canales de diálogo. Identificar tanto las discrepancias como los elementos de acuerdo de las partes es esencial para limar suspicacias y empezar a construir a todos los niveles: económico y comercial, político, cultural, etc.
En resumen, la actitud de los distintos actores internacionales hacia Cuba se está transformando a gran velocidad. Sin embargo, el Parlamento Europeo sigue en el inmovilismo, atrapado en una postura que ha dejado de ser útil -si lo fue alguna vez- e incapaz de reaccionar y ponerse a la altura de las circunstancias.
La atadura que le paraliza es la llamada Posición Común que impulsó el Gobierno de José María Aznar allá por 1996, por la cual la UE condicionó su relación bilateral con La Habana a la realización de avances significativos en materia de democracia y derechos humanos en la isla. En la práctica, la Posición Común no logró más que congelar la interlocución con el Gobierno cubano -que la calificó de imperialista- sin lograr por el contrario ninguna mejora para la ciudadanía en el ámbito de los derechos y libertades. Es decir, fue un fracaso.
A día de hoy, el mantenimiento de la Posición Común es uno de los mayores obstáculos en la negociación del Acuerdo UE-Cuba. Dejarla atrás depende en buena medida de un cambio de actitud del Parlamento Europeo; la responsabilidad y el sentido de la historia nos urgen a hacerlo cuanto antes, mejor en marzo que en abril, y en todo caso antes del final de las negociaciones, puesto que cuanto más tardemos más se retrasará la firma del Acuerdo.
Del mismo modo, instaremos a que los Estados Miembros apoyen la transición económica y política en la isla a través de los diversos instrumentos financieros para la política exterior de la Unión, porque estamos convencidos de que este camino, el de la cooperación y la comunicación fluida, es el más adecuado para propiciar el cambio progresivo en Cuba. Queremos hacerlo desde el respeto a la soberanía de ese país, pero también desde la fidelidad a los valores democráticos y a los derechos humanos que caracterizan al proyecto europeo. Las dos partes tienen que dejar atrás prejuicios mutuos, suspicacias y victimismos para poder avanzar.
Otros actores están trabajando en ese cambio de óptica, ¿por qué debe hacerlo el Parlamento Europeo? Primero, porque la Posición Común no ha servido para avanzar en la democratización de Cuba. Segundo, porque ha quedado vieja y anacrónica: los acontecimientos que vienen sucediendo en Cuba en los últimos meses la han dejado atrás, inservible. Tercero, porque muchos creemos que la apertura económica y comercial, la visita de millones de turistas, porque muchos creemos que la apertura económica y comercial, la visita de millones de turistas, la inversión extranjera, el espacio tecnológico que abren Internet y las televisiones, serán precursores de una apertura política inevitable. La democracia, las libertades, entrarán así en Cuba, pero será el pueblo cubano quien protagonice esa evolución.
Los socialistas queremos responder a esa pregunta con un sí rotundo que es una apuesta por el futuro. El Parlamento Europeo no debe dejar pasar el tren de la historia.