Cinco cosas que he aprendido al volver a vivir con mis padres
"Si no me portaba como una mujer adulta, ¿cómo iban mis padres a aprender a tratarme como tal?".
Me he mudado a casa de mis padres temporalmente, durante 41 días. He tomado la complicada decisión de dejar mi trabajo para viajar y escribir mi segundo libro.
Voy a estar fuera de mi casa ocho meses y, a diferencia de la última vez que me tomé un periodo sabático cuando era una veinteañera y me pulí el presupuesto en tres semanas, esta vez he decidido ser sensata. En lugar de pagar un mes más el piso por la comodidad de tenerlo para mí sola, he decidido ser ahorradora y quedarme en Kent (Reino Unido).
Soy consciente de que no todos los que vuelven a casa de sus padres lo hacen para tomarse un tiempo sabático. La mayoría de las personas que se ven obligadas a volver a sus antiguos dormitorios a los 30 años suelen tener motivos de tipo económico. Además, hacer esto nos saca de nuestra zona de confort.
Aunque la privacidad es algo que ahora recuerdo con tierna nostalgia, debo decir que he aprendido un montón de cosas que pondré en práctica cuando la situación lo requiera.
Cuando visitaba a mis padres por vacaciones o Navidades, solía retroceder hasta mis 15 años y al tercer día ya estábamos todos hartos el uno del otro.
El principal motivo es porque asumía mi antiguo papel: refunfuñar por tener que hacer tareas domésticas, plantarme frente a la tele y toquetear la pantalla de mi smartphone ignorando a mis padres. Bueno, vale, no había smartphones en mi época, pero les escribía cartas a mis amigos sobre cómo me estaban arruinando la vida mis padres.
Yo no podría soportar ni perdonar estas gilipolleces por parte de una persona a la que he acogido en mi casa. Si no me portaba como una mujer adulta, ¿cómo iban mis padres a aprender a tratarme como tal? Lo mejor que pude hacer fue asumir honestamente mi papel de huésped.
Ser su huésped significaba no comportarme como una niñata, cambiar el papel higiénico cuando se acabara y darme cuenta de que mis caprichos no llegan al maletero del coche de mi madre por arte de magia, que yo también podía mover el culo e ir al súper.
Este es otro de los trucos que aprendí con mis compañeros de piso. Antes de decidirnos a vivir bajo el mismo techo, charlamos largo y tendido sobre aquellas cosas que nos gustaban y aquellas que no podíamos soportar.
La comida es un asunto importante para mí. No hay forma de decir esto sin parecer una rarita, pero tengo una dieta muy específica y esa dieta no incluye comer curry a diario, por muy extraño que pueda parecerles a algunas personas y por mucho que me rujan las tripas.
Aunque lo tolero de vez en cuando, a veces aún tengo que hablar con mi madre sobre ello. Al principio mi madre quería planificar qué hacerme para comer, pero no me resultaba cómodo. Estar al mando de tu propia comida suena irrelevante, pero para mí es fundamental, ya que prefiero los sabores suaves.
Al final decidimos que les avisaría cuando fuera a cenar en casa y el resto de las veces me las apañaría por mi cuenta. Sé que mi madre seguía preocupada porque sentía la necesidad de alimentarme, pero ya me las he arreglado mucho tiempo yo sola y considero que tengo la suficiente autonomía como para sobrevivir.
Algo que garantizo que toca mucho las narices es tener que rendir cuentas. Viviendo yo sola, no tenía que darle explicaciones a nadie de adónde iba ni a qué hora iba a llegar.
Vivir con los padres reproduce las altas tensiones y emociones de cuando aún había hora tope para volver a casa o de cuando alguien vomitaba whiskey en el nuevo sofá (fue un amigo, lo juro).
Superé la situación al imaginar que se cambiaban las tornas: si mi madre saliera y no me dijera adónde iba o a qué hora volvería, también me quedaría más que preocupada. Y lo mismo si fuera un compañero de piso.
Así que traté de verlo de otro modo: mis padres no pretendían chafarme la diversión, solo estaban preocupados por mí y no querían que nadie me asaltara y me matara. Y, sinceramente, eso es algo mutuo.
Tus padres, si se parecen a los míos, encenderán el piloto automático y querrán pagarte todos los gastos. O, por lo menos, se ofrecerán para ello. Pero esto también crea un desequilibrio de poderes.
Al volver a casa, probablemente te sientas desorientado y un poco impotente, así que, a no ser que estés pasando por vacas flacas, procura pagar parte de tus gastos aunque sea.
Veo esta situación como cuando el novio le paga todo a la novia. Tuve uno de esos hace tiempo y, al parecer, a cambio de que te paguen todo, pierdes el derecho a criticar la mierda de botines que te han comprado o te obliga moralmente a compensarle haciendo otras tareas, porque el dinero difumina los límites. En el caso de los padres, probablemente te mandarán hacer más tareas domésticas, algo que, creedme, va generando resentimiento.
Así que págate tú las jodidas naranjas, ¿vale?
Les haces un flaquísimo favor a tus padres dando por hecho que, como parecen quererte más que tú a ellos, nunca se cansan de ti. Mi increíble madre ha hecho por mí verdaderas heroicidades, como tramar una compleja e ingeniosa venganza contra quienes me llamaban gorda o dejar que me sonara los mocos en su camisón de noche. Ah, y todavía me masajea la cabeza aunque lleve cinco días sin lavarme el pelo.
Y, sin embargo, tus padres también necesitan descansar de ti. No te vayas a pensar que solo tú te cansas de ellos. Por eso, piensa en dejarles su propio espacio, devuélveles el mando de la tele y métete en la cabeza que no necesitáis estar juntos a todas horas.
Cuando eras adolescente, te pedían que estuvieras en casa para que no te fueras a esnifar pegamento en una noche loca, pero cuando te ibas, probablemente aún tuvieran rutinas de las que no eras consciente.
A mi madre, por ejemplo, le gusta ver las películas de suspense que echan a las 15:15 todos los días en Channel 5. Sí, parece que las han rodado adolescentes de secundaria, pero le encantan. Cuando yo invado el salón, seguramente ella se siente igual que me sentiría yo si ella entrara en mi cuenta de Netflix y se pusiera a trastear con la sección de Mi lista.
Si algo me ha enseñado la experiencia de volver a casa de mis padres es que el respeto mutuo es imprescindible. Si sirve con los compañeros de trabajo, con los amigos y hasta con las máquinas de autoservicio, ¿por qué no iba a funcionar con los padres?
Este post fue publicado originalmente en Right Side Of 30, apareció posteriormente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.