Puigdemont, el hijo del pastelero que aspira a un regreso triunfal a Cataluña
La leyenda le dibuja como el hombre que escapó a Francia metido en un maletero. Para muchos, es la llama que mantiene vivo el independentismo en Cataluña y ahora confía en su retorno para volver a ser president con la amnistía bajo el brazo.
Todos conocemos la historia de que Carles Puigdemont abandonó España en 2017 dentro del maletero del coche de su esposa dos días después de que el gobierno de Rajoy aplicara el artículo 155 en Cataluña y cesara a todo el Govern. La Fiscalía, por entonces, ya había anunciado que presentaría una querella contra el expresident y los consellers por rebelión en la Audiencia Nacional e iba a pedir prisión para todos ellos.
Puigdemont huyó de la acción de la justicia española cruzando la frontera con Francia. Pero no lo hizo oculto en un maletero como siempre se ha contado, sino "agazapado" en el asiento de detrás. Aunque las crónicas políticas queden desvirtuadas por esta mentira, ayudan a alimentar la épica de quien, quizá a su pesar, está considerado como el hombre más influyente de la política española en lo últimos diez años.
Carles Puigdemont, que actualmente reside en la zona del Vallespir - al sur de Francia y muy cerca de la frontera con España - se presenta a las elecciones catalanas de este próximo domingo 12 de mayo con el objetivo de volver a ser presidente de la Generalitat. A pesar de seguir "en busca y captura" para la justicia, el líder de Junts confía en beneficiarse de la ley de amnistía en tramitación en el Congreso para volver a Cataluña y poder asumir la presidencia, siempre que los electores así lo decidan.
Sus seguidores esperan con ansias ese "triunfal" regreso de quien ha encarnado durante años la esperanza viva del independentismo catalán. Para muchos, fue un héroe por desafiar al Estado y ponerlo en jaque con el referéndum ilegal del 1-O. Para otros, un cobarde que no soportó los años de cárcel a los que sí fueron condenados otros líderes del procés, como Oriol Junqueras (ERC).
Sea como fuere, el independentismo en Cataluña no se entendería sin la figura decisiva de Puigdemont. Hijo de un pastelero, Puigdemont empezó a sus 16 años a compaginar los estudios y su primer trabajo de periodista con echar una mano en el negocio familiar. Por entonces, fruto de un deseo adolescente, tocaba el bajo en un grupo de rock llamado Zènit. Sin embargo, su pulsión por la música no tuvo más trascendencia en su vida.
Sí lo tuvo, sin embargo, el fatal accidente que sufrió una noche de enero de 1983 cuando regresaba de trabajar a su casa. "Había mucha niebla y se encontró con un tráiler parado en mitad de la carretera y se empotró contra él. Le descapotó el coche, y casi también la cabeza; tuvo heridas en el labio, en el ojo y en el brazo, que se rompió", cuenta Carles Porta, autor de L'amic president (La Campana, 2016). El camionero se dio a la fuga, y Puigdemont empezó a andar hasta que lo recogió un carnicero de la zona.
El fatal accidente le dejó, entre otras heridas, graves secuelas en el ojo izquierdo. “Me di cuenta de que la vida puede durar muy poco. Allí mismo decidí hacer las cosas cuando tocan”, ha asegurado varias veces al recordar aquel suceso.
Quizá entre los amasijos de aquel Seat Panda siniestrado comenzó a forjarse la figura de apariencia indestructible y con suerte de un hombre que desde muy joven ha estado vinculado al soberanismo, siendo activista de Solidaritat en Defensa de la Llengua y cofundando en los ochenta la Joventut Nacionalista de Catalunya (JNC).
En materia profesional, ejerció como periodista en el diario El Punt y se le considera el 'padre' de la Agencia Catalana de Noticias (ACN) y del diario en inglés 'Catalonia Today'. En 2006, dio el salto del periodismo a su verdadera pasión: la política. Primero como diputado de CiU y un año más tarde como candidato a la Alcaldía de Girona después de que el cabeza de lista Carles Mascort renunciase por miedo a unas amenazas de muerte anónimas que había recibido.
Su ascenso a partir de entonces fue fulgurante. En 2011, se convirtió en alcalde de Girona tras romper con más de 30 años de hegemonía del PSC en la ciudad y, cuatro años más tarde, accedió a la presidencia de la Associació de Municipis per la Independència. Esta posición fue definitiva para que, en enero de 2016, la CUP le diera el visto bueno como candidato a la presidencia de la Generalitat, después de que los anticapitalistas hubieran vetado la posible reelección de Artur Mas. En el límite del plazo legal antes de la convocatoria automática de nuevas elecciones, Puigdemont fue investido president.
Al dirigente se le encomendó la misión de pilotar una legislatura de 18 meses en la que los independentistas se proponían acabar de construir las estructuras de estado e iniciar la desconexión con el Estado. Y aunque el gobierno de Rajoy pensó que Puigdemont nunca llegaría tan lejos, lo cierto es que su Govern trabajó en la clandestinidad para hacer real el referéndum del 1-O. Unos días después, Puigdemont declaró la independencia unilateral en el Parlament.
El órdago al Estado supuso la caída del gobierno autonómico y la aplicación del artículo 155. Puigdemont se acabó fugando al extranjero, aunque fue detenido en Alemania en marzo de 2018. España pidió su extradición para ser juzgado por el procés, pero la Audiencia Territorial de Schleswig-Holstein consideró "no admisible" el cargo de rebelión, porque no apreció la violencia suficiente como para poner en peligro las instituciones del Estado. Un requisito necesario para el delito de alta traición, el equivalente del código penal alemán. Sólo autorizó la extradición por malversación, algo insuficiente para el Supremo.
Al quedar libre, Puigdemont fijó su residencia en Waterloo y en 2019 se presentó a las elecciones europeas, siendo elegido eurodiputado. Sus años alejados de Cataluña diluyeron su omnipresencia política y, para muchos, se convirtió en un fantasma molesto que mantenía viva su lucha utópica desde el atril del parlamento europeo.
Todo cambió tras las elecciones generales del 23 de julio en España, cuando los votos de Junts se volvieron decisivos para propiciar una nueva investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. En unas duras negociaciones, Puigdemont cedió a cambio de la amnistía que le permitiría regresar a España en los próximos meses, en un acuerdo conjunto con ERC que incluyó también otros beneficios para Cataluña en materia de autogobierno.
A la espera de la aprobación definitiva de la norma en el Congreso, prevista para finales de mayo, Puigdemont tiene planeado regresar a Cataluña para la sesión constitutiva del Parlament, aunque eso suponga todavía un riesgo claro de entrar en prisión. Acabar en la cárcel, aunque sea por unos días o unas semanas, le concedería la impronta de mártir que todo héroe necesita. Un "guerrero del antifaz", uno de sus cómics preferidos de niño, abonado a la buena suerte. Y tiene sentido: el día de la toma de posesión como president, su mujer le regaló una réplica de El gallo de Horezu, una negra y mítica cerámica de la región rumana de Bucovina que augura buen suerte. Y no cabe duda: Puigdemont es un tipo con mucha suerte.