Familiares visitan por primera vez el Valle de los Caídos: "La verdad es sanadora"

Familiares visitan por primera vez el Valle de los Caídos: "La verdad es sanadora"

El Gobierno organiza cada lunes visitas para que los familiares de las víctimas puedan conocer los trabajos de exhumación del equipo de Paco Etxeberría.

Pedro Sánchez, durante su visita las criptas del Valle de Cuelgamuros.

La madrugada del 20 de agosto de 1936, un mes después del inicio del golpe de Estado militar contra la Segunda República, un grupo de falangistas entró a la fuerza en la casa de Fausto Canales, un bebé de dos años que vivía en Pajares de Adaja, en Ávila. El séquito franquista armado se llevó a su padre, Valerico, un jornalero de 29 años que pertenecía al sindicato UGT. Esa misma noche, lo fusilaron en una cuneta y tiraron su cuerpo en un pozo seco cercano. El cadáver de Valerico Canales estuvo allí hasta el 1 de marzo de 1959. Ese día, militares franquistas recogieron sus huesos y los tiraron en una caja junto a los restos de otras once personas, también fusiladas. El 23 de marzo, esa caja, que recibió el número 198, fue trasladada al entonces Valle de los Caídos, que se inauguraría un día después.

Fausto Canales recuperó los restos de su padre en 2023, 87 años después de su asesinato y tras muchos años de lucha memorialista y un sinfín de trámites administrativos y judiciales. 87 años después, con su madre y su hermano ya fallecidos, Fausto pudo dar sepultura a Valerico. “¿Qué heridas voy a abrir yo si con dos años me dejaron huérfano y no ha sido hasta el año pasado que pude recuperar a mi padre?”, se pregunta Canales. Lo hace después de haber podido visitar, por primera vez, el interior de “la mayor fosa común de Europa”.

Desde hace un mes, y a través de la Secretaría de Estado de Memoria Democráctica, todos los familiares con víctimas en el ahora conocido como Valle de Cuelgamuros, pueden acudir en visitas organizadas por el Gobierno a conocer los trabajos de exhumación que está llevando a cabo el equipo de Paco Etxeberría. Es, según relata el afamado forense, “una cuestión humana”. “Tenemos que poder mirar a los ojos a los familiares, que tienen derecho a saber quién es el equipo que trata de localizar los restos de las personas que están buscando”, explica. Las visitas al Valle estaban previstas cuando se diseñó todo el plan de exhumación, pero, tal y como recuerda Etxeberría, no pudieron llevarse a cabo por culpa de todos los recursos judiciales que sufrieron para impedir los trabajos.

Miguel Ángel Estévez es uno de los psicólogos que acompaña a las familias en estas visitas, normalmente de un máximo de nueve personas, debido a las dificultades que albergan las fosas. Duran alrededor de hora y media y en ese tramo pueden comprobar in situ lo complejo de los trabajos de exhumación y hablar con el equipo de profesionales forenses para solventar todas sus dudas. Las expectativas son muy altas, señala Estévez. “En estas circunstancias es muy común la necesidad de certezas, al mismo tiempo se desea acudir pero también se teme”, apunta. “No es que sea una experiencia agradable, ni alegre, pero tiene un sentido terapéutico porque así se rompe con la construcción de fantasías o pesadillas acerca de dónde estarán o cómo estarán los restos de tus familiares”, explica.

Estévez lamenta que haya quien quiera hacer política de estas visitas, sobre todo tras el paso del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El psicólogo hace referencia a los estándares internacionales respecto al reconocimiento que deben hacer los Estados a las víctimas. “La verdad, la justicia y la reparación no tienen posicionamiento ideológico”, cuenta: “Es una cuestión de derechos humanos; debemos dignificar los restos permitiendo sobre todo que las familias puedan decidir qué hacer con ellos”. No es hasta que uno tiene los restos de su familiar que inicia el “ritual de inicio del duelo”, una cuestión “básica”. La verdad, tal y como señala Estévez, “es sanadora”. “Mirar de frente a las heridas no es escarbar en ellas, sino sanarlas".

El mayor problema, sin duda, recae en que se percibe como casi imposible poder reconocer todos los restos que el franquismo dejó en el Valle de Cuelgamuros. No es lo mismo buscar, recuerda Etxeberría, que encontrar. Para entender las proporciones de la dificultad de los trabajos, uno debe imaginarse, dice Estévez, “dos edificios de cinco plantas y cuatro edificios de tres plantas”. Todos ellos repletos de cajas cada vez más deterioradas con restos de personas. Más de 33.000 cadáveres. Etxeberría hace énfasis en que “no hay precedente en el mundo de la antropología forense donde haya que intentar localizar a más de 100 personas entre 33.000”, que son las que hasta ahora han solicitado los restos. “No existe un mausoleo de tal magnitud”, asevera el forense. Hasta ahora, han logrado localizar doce restos, y aunque suene escaso, se considera un éxito. “Es como encontrar una aguja en un pajar”, compara Estévez.

Fausto Canales acudió a una de las visitas con su hijo y su sobrino. Rememora la visita con emoción y confirma lo difícil que lo tienen Paco Exteberría y su equipo, a quienes están “enormemente agradecidos”. A pesar de que haya casos en los que pueda resultar muy complicado dar con los restos, al menos los familiares tienen, después de muchos años de lucha memorialística, la oportunidad de observar de cerca los trabajos minuciosos que se realizan. Constatan, cuanto menos, que hay quien brega por darle una respuesta. “Es algo fundamental, aunque ya solo sea por transparencia”, señala Exteberría.

Según comenta el psicólogo, todas las personas se van de las visitas con la sensación de que se está llevando a cabo un “trabajo concienzudo” y “muy profesional”, y eso da “cierta paz”. “Constatan que se está haciendo todo lo posible por exhumar los restos de sus familiares”, afirma.

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Canales defiende que todos estas tareas no responden a un asunto individual, sino que "trascienden a la sociedad". "Es un Estado el que me ha entregado unos restos, y lo han hecho con un informe que demuestra lo que de verdad ocurrió: fueron muertes violentas", defiende. "Al saber la verdad, se obtiene algo de justicia, no de los tribunales pero sí ciertamente reparativa", argumenta. Es, en definitiva, "un acto de sanación, un acto democrático". Y "aprender esto es normalizar la situación, no reabrir unas heridas que nunca se han llegado a cerrar".